“Tenemos alumnos del siglo XXI, docentes del siglo XX y programas y contenidos del siglo XIX”, dijo Raúl Sendic el 4 de diciembre de 2015, al disertar en el foro Cómo estamos creando hoy el Uruguay del futuro. Quizás sin saberlo, el entonces vicepresidente estaba parafraseando al doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid, pedagogo y catedrático Juan Ignacio Pozo, autor de más de 20 libros orientados a las prácticas de aprendizaje. El discurso llegó a oídos del español: “Me hicieron llegar la frase del vicepresidente que acaba de dimitir, que citó como propia y fue título de varios periódicos locales”, contó a Búsqueda el autor.
Pozo llegó a Uruguay invitado por el Instituto de Formación Docente de la Escuela y Liceo Elbio Fernández para disertar el lunes 30 sobre ¿Por qué parece que los alumnos cada vez aprenden menos? Aprender y enseñar en tiempos revueltos, título también de su reciente libro (Alianza Editorial, 2016) tomado de la telenovela y serie española Amar en tiempos revueltos.
Tras décadas de investigaciones sobre el aprendizaje, este pedagogo propone vencer “los miedos” del sistema educativo y cambiar “la mentalidad” acerca de qué es aprender hoy. “Muchos profesores tienen miedo a que las tecnologías le quiten el lugar, cuando su rol es otro, y mucho más importante. Los alumnos son nativos digitales que acceden con mucha facilidad a la información, pero no saben convertirla en conocimiento. El profesor que pueda ser sustituido por una tecnología merece serlo”.
—Porque supone cambiar la mentalidad de quienes enseñan y de quienes aprenden. Las culturas educativas en los centros se han actualizado muy poco, el currículum sigue fragmentado en asignaturas, no hay mucha interacción entre los docentes y hay creencias erróneas sobre qué es aprender y qué es enseñar hoy. La educación tiene que ver con un proceso de cómo se gestiona la información, de cómo se ayuda a las personas a acceder, seleccionar, criticar, ordenar y distribuir la información. En los últimos 30 años, las formas de gestionar la información en la sociedad han cambiado de una manera terrible. Sin embargo, la escuela ha cambiado muy poco. El vínculo profesor-alumno cambia con las tecnologías, cambian las relaciones en el aula, las identidades y la función social. Los profesores hemos perdido autoridad y poder, porque los alumnos acceden a información de otros lugares y se dan cuenta a veces de que sus docentes no saben o no están tan actualizados. Pero los profesores no somos enciclopedias, esa ya no es nuestra función. Y eso el sistema educativo no lo ha querido reconocer.
—Entonces, ¿qué sentido tiene llenar de información la cabeza del alumno cuando los datos ya están disponibles en la web, o para qué prohibirles usar el celular en clase?
—Muchos profesores tienen miedo a que las tecnologías les quiten el lugar, cuando su rol es otro, y mucho más importante. Los alumnos son nativos digitales que acceden con mucha facilidad a la información, pero no saben convertirla en conocimiento. La Wikipedia sabe más que cualquier docente. La diferencia está en dar sentido y significado de manera crítica a la información, y el profesor es útil para resolver junto al alumno situaciones concretas. El profesor que pueda ser sustituido por una tecnología merece serlo: si la tecnología puede dar lo mismo que tú, entonces tú sobras. La escuela deja afuera el celular porque no sabe qué hacer con él.
—Decía en su conferencia que el profesor que da su “clase magistral” y el alumno que toma nota callado ya están en extinción.
—Un rasgo que aún conservan las aulas es que lo que el profesor dice es verdad o parece serlo, y el alumno no se permite dudar del docente. Pero más vale que dude, que la información que reciba la intente confirmar, que la ponga en cuestión, porque lo que fluye, dentro y fuera de clase, no siempre es fiable. Aprender no es apropiarse de una verdad que cuenta un profesor o un libro, y luego memorizarla y repetirla, aunque así funcionó toda la vida el sistema educativo. Creerse todo no es bueno, y hoy vemos las consecuencias sociales, políticas y económicas de eso. La mente de las personas es muy manipulable si no está preparada para convivir con otras ideas y saber dudar. La sociedad cambió, y la única certeza es que esos niños que hoy están saliendo del sistema educativo dentro de 10 o 20 años tendrán que aprender cosas nuevas. Todo eso tiene que fomentarlo la escuela, y no lo hace.
—¿No se le pide demasiado a la escuela?
—Es cierto que la sensación social de que la escuela fracasa tiene que ver con que cada vez le pedimos más, y cada vez hay una distancia mayor entre lo que le exigimos y lo que da. ¡Pero es que tenemos el derecho y el deber de exigirle a la escuela! Es como decir que no se le pida mucho a la sanidad… A la escuela hay que pedirle mucho, porque los problemas que no resuelve la educación luego se convierten en dramas sociales muy graves. Uno podría pensar que bastante tiene un profesor de Matemáticas o Historia en enseñar lo suyo como para ocuparse de adolescentes con problemas de conducta, ¡y es verdad! Pero las conductas disruptivas no resueltas en el aula acaban reflejándose en la sociedad. La educación es muy cara, pero hay que invertir en ella, porque la ignorancia es mucho más costosa, y sus consecuencias son mucho más graves.
—En Uruguay, más del 60% de los adolescentes terminan desertando del sistema antes de completar la educación media. ¿Por qué ocurre esto?
—Porque no le ofrece nada a su vida ya. La educación se ha extendido a capas sociales antes relegadas, pero a un alumno que vive en un entorno familiar muy apremiante no le puedes convencer de que su formación le va a dar algo dentro de dos o tres años, porque se lo tiene que dar hoy. Antes se le excluía y ahora no sabemos cómo incluirle. Hay una falsa inclusión: están todos dentro del sistema pero no reciben la educación que necesitan. ¿Qué sentido tiene aprender raíces cuadradas si no tienes para comer? En cambio, a un alumno de una clase social favorecida, sí le puedes decir que esto es una inversión para su futuro.
—Sin embargo, un 20% de quienes abandonan pertenecen a los sectores ricos, ¿cómo se explica?
—Vivimos en una época de profunda crisis en educación que provoca perplejidad: alumnos desmotivados, profesores frustrados, “quemados”, climas violentos dentro y fuera de las aulas, bullying, etcétera. El sistema educativo es cada vez menos necesario para muchos adolescentes. Ellos tienen muchas preguntas que la educación debería ayudarles a responder. No digo que la educación deba centrarse solo en lo que les interesa a los alumnos, pero sí partir de ellos para generarles inquietudes, motivarles y hacerles descubrir el sentido de estudiar. Hoy el sistema ofrece a muchos alumnos espacios de aprendizaje que malamente pueden aprovechar, porque no están diseñados para grupos sociales desfavorecidos. Y a los que sí puede atender, en realidad el sistema cada vez les ofrece menos, porque cada vez se aprende más fuera del aula.
—¿Qué aportan las evaluaciones internacionales, como las pruebas PISA?
—PISA tiene muchas cosas criticables —sobre todo sus intentos de estratificar los sistemas—, pero desde luego las tareas se diseñan con el propósito, ya no de que el alumno repita el conocimiento científico, sino de interpretar el recibo de la luz. Las evaluaciones no insisten tanto en medir conocimientos sino en cómo se usan de manera competente, y ser competente es saber usar los recursos informativos para resolver nuevas situaciones. Si queremos extender la educación tenemos que enseñar no solo a tener el conocimiento sino a saber cómo usarlo, a tomar decisiones sin temer al error y a resolver problemas en equipo.
—¿Qué receptividad tienen estas propuestas entre quienes elaboran las políticas educativas?
—El problema de las políticas educativas es que solo rinden resultados muy a largo plazo, entonces no son rentables políticamente, porque en cuatro o cinco años tú no vas a conseguir cambiar nada de manera muy visible. Estarás cambiando los fundamentos de la educación, pero los va a disfrutar el próximo gobierno. Y los gobiernos suelen hacer cosas que tengan aplicación inmediata. Llevamos largo tiempo de crisis en la educación porque los modelos tradicionales no sirven y, en general, los gobiernos van dando bandazos sin saber muy bien hacia dónde ir.
—¿Qué propone?
—Nos metemos ya en política educativa, y yo no soy especialista, pero mi idea es que avanzan aquellos países que hacen un pacto por la educación, en que los grandes partidos y los grandes movimientos sociales pactan un modelo educativo que perdure 10, 15 o 20 años. Ahí la educación avanzará, gobierne quien gobierne. Pero eso en nuestros países, que son muy mezquinos políticamente —todo hay que decirlo—, donde se busca la rentabilidad política inmediata, parece demasiado iluso.
Información Nacional
2017-11-02T00:00:00
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