En la década de 1980 el guionista Alan Moore y el dibujante Dave Gibbons se pusieron a trabajar en serio la idea de cómo sería el mundo si existieran realmente los superhéroes, los justicieros enmascarados y enfundados en trajes ajustados al cuerpo. Ambos exploraron el asunto y vieron un mundo hecho pedazos. Así surgió Watchmen, la primera historieta ganadora del Premio Hugo, el más importante de la narrativa de ciencia ficción, la única novela gráfica que Time incluyó entre las mejores 100 novelas del siglo XX.
“Si Batman existiese realmente en el mundo real probablemente estaría un poco loco. No tendría tiempo para tener novia, amigos o cualquier tipo de vida social, porque le guiaría una fuerza irresistible de venganza contra los criminales”, contó Moore (Northampton, 1953) en una entrevista en 2008, un año antes del estreno de la adaptación cinematográfica de la novela, adaptación que Moore, claro, rechazó (pidió que quitaran su nombre de los créditos y se negó a recibir regalías). “Vestido como un murciélago, tampoco tendría mucho cuidado de su higiene personal, y lo más probable es que oliese mal. También comería porotos directamente de la lata. No hablaría con mucha gente y su voz se habría ido volviendo rara por el desuso. Su fraseología nos resultaría extraña”, explicó. Fue en el popular justiciero enmascarado que se inspiró para crear un personaje clave del cómic, Rorschach. “Pensé que esa sería la pinta que tendría Batman en el mundo real”, dijo. “Pero pasé por alto que, de hecho, para muchos seguidores de los cómics, ‘oler mal’ y ‘no tener novia’… ¡Son condiciones casi heroicas! Y así fue cómo Rorschach se convirtió en el personaje más popular de Watchmen. Lo creé como figura que diese un mal ejemplo, pero ahora tengo a gente que me para por la calle y me dice ‘Yo soy Rorschach, y esa es mi historia’”.
Como materialización realista del Caballero Oscuro, Rorschach, un sujeto paranoico y vengativo que cube su rostro con una máscara que emula el famoso test proyectivo de psicodiagnóstico (y que sintetiza su forma de ver la realidad: en blanco o negro), ilustra de este modo el cuestionable derecho que se arroga el titán de Ciudad Gótica de hacer justicia por mano propia, derecho/responsabilidad que motiva y moviliza en general a todos los superhéroes, con o sin poderes sobrenaturales. No es casual que en sus primeras versiones Batman usara una pistola y que el escudo de Superman fuera similar a las placas de los oficiales de la Policía.
Originalmente publicada en 12 volúmenes entre setiembre de 1986 y octubre de 1987 por DC, Watchmen es una fascinante y perturbadora ucronía que, en un total de 400 páginas, articula una mordaz sátira política y social con una trama detectivesca y una serie de aventuras de ciencia ficción con una brutal crítica al espacio, el valor y las implicaciones morales que en la cultura occidental se le otorga a la figura del héroe enmascarado.
Hay que tener mucho coraje, una energía creativa especial y estar un poco mal de la cabeza (entre otras consideraciones) para meterse con esta obra intocable, diseñada precisamente para que su adaptación sea imposible. Pero el guionista y productor Damon Lindelof vio claramente por dónde iban los tiros. Y ahí fue. Lindelof, que estuvo involucrado en la creación y evolución de dos obras maestras de la ficción televisiva, Lost y The Leftlovers, asumió el reto de hacer una versión del cómic de Moore & Gibbons para cuando HBO se quedara sin Game of Thrones. Y lo que hizo fue tan inteligente y fascinante como audaz y arriesgado. No adaptó el cómic: lo expandió.
Lindelof, que cuenta con la consultoría de Gibbons, dispone del tótem original como plataforma para lanzarse y alcanzar nuevas alturas. Más allá de ecos y referencias, de conexiones y diálogos con el cómic Watchmen, la miniserie Watchmen se trepa a los hombros del mito y asume el desafío de experimentar con la original complejidad de su estructura narrativa.
El cómic está construido como un reloj del que se pueden ver, poco a poco, todas las partes que lo hacen funcionar; la serie hace lo mismo, con los recursos, las facilidades y las limitaciones del lenguaje audiovisual. Aquí no hay tiempo para detenerse en los detalles de una viñeta y su relación con las demás. Sin embargo, Lindelof, que otorga un inmenso protagonismo a los personajes femeninos, logra el ritmo y la velocidad adecuados para enlazar la acción y las ideas que se manejan en el relato (cómic y serie son obras adultas, con un pujante contenido político y una fuerte presencia de sexo y violencia). También replica el poderoso y apabullante planteo estético (las locaciones, los colores, los uniformes, las máscaras, las diferentes texturas visuales y sonoras de las diferentes épocas y dimensiones de la realidad) y el juego que Moore y Gibbons hacen con las líneas temporales y dimensionales. Además, también hay personajes que tienen peso, sustancia, y buena dosis de misterio. La combinación de estos elementos, a los que se agrega la inventiva surrealista de Lindelof y su capacidad de concebir giros inesperados y sorprendentes, se despliega ante el espectador como un espectacular y sorprendente estallido, la expansión de un universo.
Párrafo aparte: la música, a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross. Recuerda bastante a la banda sonora de Red social, con una resolución y una potencia un tanto más oscura. El score incluye piezas originales y reinterpretaciones de otros tiempos y otros autores. Los minutos finales del episodio siete, bañados en la versión instrumental de Life on Mars? de David Bowie, son dolorosamente hermosos.
“El público de las películas de superhéroes está ahora prácticamente compuesto por adultos, hombres y mujeres en sus 30, 40 o 50 que se apuntan ansiosamente a ver personajes expresamente creados hace medio siglo para entretener a niños de doce a quince años”, comentó el creador, entre otros, de V de Vendetta, From Hell y Promethea. “Creo que el impacto de los superhéroes en la cultura popular es tremendamente vergonzoso y no un poco preocupante”, expuso a Folha de São Paulo el también autor de la novela La voz del fuego, y Jerusalem, un ambicioso proyecto novelístico de 1.700 páginas. “Salvo por un puñado de personajes no blancos (y creadores no blancos), estos libros y estos personajes icónicos siguen siendo los sueños supremacistas blancos de la raza maestra. De hecho, creo que se puede argumentar que El nacimiento de una nación de D.W. Griffith fue la primera película estadounidense de superhéroes, y el punto de origen de todas esas capas y máscaras”. Precisamente: la violencia racial y las reivindicaciones de los supremacistas blancos están en el nervio de esta Watchmen de Lindelof.
La novela se desarrolla mayormente en la década de 1980, en Nueva York. Ahora, en la serie, la historia se traslada fundamentalmente a Tulsa, Oklahoma, pasando por Saigón e incluso yéndose del planeta Tierra, más específicamente a Europa, uno de los satélites de Júpiter. A pesar de que la trama principal es en 2019, el relato atraviesa magistralmente distintas épocas: 1921 principalmente, y se traslada hacia 1938 y 1948, y luego a las décadas de 1960 y 1970. En esta realidad Estados Unidos ganó la guerra de Vietnam y sumó estrellitas a su bandera (y las estrellitas son de cinco puntas y están dentro de un círculo, no de un cuadrado), el tabaco es una “sustancia controlada”, los autos son eléctricos o híbridos, no hay teléfonos celulares pero sí cabinas telefónicas públicas que permiten grabar mensajes que supuestamente le llegan al mismísimo Doctor Manhattan, el único y verdadero superhombre. Aquí hay clones, viajes interplanetarios, viajes interdimensionales, mesmerismo, control mental a través del cine y secretos encubiertos en el clóset (que puede ser tanto una túnica del Ku Klux Klan como la relación homosexual entre justicieros encapuchados). En la tele hay una serie que es furor, American Hero Story, una suerte de ficción basada en hechos reales que recrea/explota la historia del enmascarado Hooded Justice y su vínculo con los Minutemen, antecesores de los Watchmen. En medio de todo este merengue, la tensión racial ha ganado fuerza, a veces en silencio, otras explosionando de manera sangrienta. Existe una agrupación supremacista cuyos miembros usan la máscara de Rorschach. Los actos de violencia y el terror que han generado sus acciones condujeron a que los agentes policiales deban cubrirse el rostro para proteger su identidad. Algunos efectivos optaron por renunciar. Otros decidieron crear sus propias máscaras, vestirse como los justicieros que alguna vez estuvieron prohibidos. En este mundo, dice alguien, “los enmascarados blancos son héroes, mientras que los enmascarados negros dan miedo”.
Watchmen se estrenó sobre fines de 2019 y se convirtió en la serie más vista de HBO. No llegó a los niveles demenciales de audiencia de Game of Thrones, pero con sus 7,1 millones de espectadores recuperó a una parte del público que había quedado huérfano de una ficción adulta e intensa, con vida propia, cargada de fantasía y fatalidad, sexo y violencia, política y juegos de poder. Hay todo eso —y bastante más— en Watchmen, disponible online a través de la plataforma HBO Go.
La adaptación había encendido la polémica meses antes de su llegada a la pantalla. Es que la presencia de Lindelof como creador, productor y guionista de la serie generó desconfianza y enojo en el submicromundo de las redes. Hubo una buena cantidad de watchmenitas que puso el grito en el cielo (otra vez, ya lo habían hecho con la adaptación cinematográfica a cargo del príncipe de la terrajada, Zack Snyder). Lindelof, autor del guion de la vapuleada Prometheus, también escribió el polémico e intrépido final (sumamente coherente con la serie y, sobre todo, con su estructura) de Lost, que dejó a media comunidad de fans sacando espuma por la boca y a la otra mitad emocionada hasta las lágrimas. Junto con J.J. Abrams hizo escuela (con Lost) en la presentación de misterios y enigmas que se resuelven de manera fractal por medio de más misterios y enigmas. Aquí no se priva de ejecutar sus mejores trucos.
“¿Hay que leer el cómic antes de ver la serie?”, es la pregunta obvia. Y puede ser contestada con la más habitual de las respuestas (como, por ejemplo: “Sí, leé el cómic, por favor, si no te perdés piiiiiila de cosas”). Pero la verdad es que la coexistencia de ambas obras —este cómic monumental y esta inteligente, arriesgada, provocadora reescritura televisiva que expande con filos surrealistas el universo de Watchmen— admite la posibilidad de realizar la operación inversa. Por lo tanto, ver primero la serie y luego adentrarse en la novela gráfica puede ser una experiencia tan válida y tan enriquecedora como la impuesta por el watchmenismo radical.