La intolerancia y la Iglesia Católica

Y es falaz intentar explicar esa sumisión disfrazándola de “servicio”. Sobre vocación de servicio podríamos hablar un largo rato (y en eso no le doy la derecha a nadie); sólo anoto que lejos de menospreciarla he tratado de cultivarla toda la vida. Y digo que manifestar que las mujeres deben contentarse con “servir” a la jerarquía, sin posibilidad de recibir el Orden Sagrado (¿alguien sabe por qué?) u ocupar cargos en la estructura eclesiástica, resignándose por “haber recibido distintos dones que los hombres” (como sexo y como género), significa mantener y aceptar una larga y anacrónica intolerancia medieval.

Por último: me resulta ingenuo el comentario de que se imagina a Ratzinger disfrutando de servir un café a sus invitados, como ejemplo de “actitud de servicio”. No puedo menos que recordar la anécdota (que no estoy seguro que sea cierta, pero “se non e vero…”) de Francisco de Asís cuando fue a solicitar el beneplácito de la Orden a Inocencio III, quien al principio quiso hacer echar al desconocido harapiento y sus amigos. Cuando se enteró de que se trataba de la exaltación de la pobreza como virtud evangélica, lo aceptó. Y cuando Francisco recibió su bendición en fastuosa ceremonia, le dijo a Inocencio: “¿Y tú qué haces aquí, rodeado de todas estas riquezas y boato? Ven conmigo, que los pobres está afuera…”.