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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá¿El comienzo del fin de las izquierdas regionales? El populismo autoritario, marca de la izquierda en los tiempos recientes de América Latina, está en regresión. Es un hecho objetivo, cuya única incógnita es la velocidad del declive. A la crisis brasileña hay que sumarle los tres fracasos anteriores: en Venezuela, la clara derrota parlamentaria del chavismo y por ende de Nicolás Maduro; la victoria de Mauricio Macri en las elecciones argentinas; y el triunfo del “No” en el referéndum boliviano, que niega la posibilidad al presidente Evo Morales de reformar la Constitución para lograr perpetuarse en el poder, cuño patentado de los gobiernos del ALBA.
Esos populismos fueron hijos del desgaste de los partidos democráticos —liberales o conservadores— que habían ido perdiendo el favor de las clases medias y bajas. Pero fundamentalmente se beneficiaron de los altos precios de las materias primas, en especial del petróleo (aumentos de entre 15% a 20% anuales), que les permitieron mostrarse como benefactores de sus pueblos con planes paternalistas asistenciales y sacando a millones de habitantes de la pobreza, en un escenario pocas veces visto de bonanza económica internacional.
Paralelamente a eso, iban paulatinamente perdiendo su legitimidad de origen —las urnas— para desarrollar una legitimidad de ejercicio que defendían entre ellos con uñas y dientes, regionalmente, en clubes privados como la Unasur, el Foro de San Pablo e internamente tomando medidas de fuerza, ya con la prensa o con la empresa privada o con las instituciones internacionales o con todos a la vez y haciendo primar lo que el entonces presidente uruguayo José Mujica plasmó en un postulado: “la primacía de lo político sobre lo jurídico”.
Pero ese asistencialismo populista se vio seriamente dificultado a partir del 2014 con la confirmación y agravamiento del descenso del precio de las “commodities” de los dos años anteriores. Así, Venezuela ha disminuido su producción de crudo en un millón de barriles diarios, por lo cual no solo ha tenido que renunciar a su papel de Papá Noel del populismo, sino que, además, por una pésima administración de Nicolás Maduro, su gobierno aguanta exhausto, con respirador artificial.
Por su lado, Ecuador produce 40.000 b/d menos que cuando Correa llegó al poder y el gas natural de Bolivia ha mermado en un 50% desde que el presidente Evo Morales decretara su nacionalización. Y cuando las miradas estaban puestas en el Brasil como desesperada tabla de salvación de los “progresismos”, llega el derrumbe corruptivo y luego el trámite de “impeachment” de la presidente Dilma Rousseff, hasta ahora parcialmente exitoso.
Es bueno recordar que la última aventura colectiva de las izquierdas latinoamericanas antes de la presente fue en la década de los sesenta. Unas izquierdas religiosamente marxista-leninistas de lógica converso/hereje; de la guerrilla urbana o rural; de la teología de la liberación. Aquella que miraba a través del lente de “¿Revolución en la Revolución?” de Regis Debray; la que hizo de un fracasado —Che Guevara— el símbolo del éxito; trajo como consecuencia el auge de una derecha retrógrada y execrable, de paramilitares, batallones de la muerte y, en última instancia, un rosario de dictaduras militares.
Los tiempos han cambiado y difícilmente las frustraciones estimuladas por las izquierdas del continente a través de deficientes gobiernos populistas puedan derivar en nuevas dictaduras militares; pero de lo que no estamos inmunizados es del resurgimiento de cierta derecha autoritaria, que puede —lo estamos viendo actualmente en Europa— venir en el anca de las desilusiones provocadas por el derrumbe del sueño izquierdista de la justicia social; por la creciente inseguridad; por la brecha educacional y los dislates de la nivelación para abajo, sobre todo en materia de salud pública.
Izquierdas que llegaron con la patente de la ética en política y que están dando el triste espectáculo de una corrupción —caso de los vecinos— que hace desfilar a los ex jefes de Estado por los tribunales judiciales. Y, toda proporción guardada, el escándalo de Ancap no es menos grave que el de Petrobras o que la ruta del dinero “K”. Simplemente aún no explotó la bomba: por algo dicen que en el Uruguay todo llega más tarde.
Esas izquierdas cuya justificación mayor es el “ustedes también lo hicieron”, lo cual es falso porque tanto el PT, como el kirchnerismo, como el Frente Amplio, están mucho más organizados que sus adversarios, tienen una militancia muy superior y el sentimiento democrático auténtico es solo un flojo barniz que no resiste las inclemencias del devenir republicano.
Además, esas izquierdas, cuando fueron oposición, se enfrentaban sistemáticamente a cualquier ampliación de los derechos sociales, a la participación público-privada, a las mejoras en la educación y en la salud; todo fuertemente apuntalado por su brazo sindical, estigmatizando machaconamente al cuco “neoliberal” y con la intención de transmitirle al pueblo que el monopolio del bienestar colectivo lo tenían ellas y solo a través de sus gobiernos “impolutos” se podría realizar. Entonces, cuando la realidad de sus fracasos les golpea en la cara brota la excusa del “golpe de Estado técnico”; del absurdo de querer aplicar al Brasil la cláusula democrática, por un trámite constitucional; de la “pérfida derecha que pretende desestabilizar las instituciones”.
Así, Lula da Silva comparó la crisis política que vive el país con el surgimiento del fascismo y el nazismo en Europa; Cristina Fernández de Kirchner en su escrito ante el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal, la “abogada exitosa” hace gala de su inaguantable prepotencia: “No les tengo miedo. Afrontaré este proceso y cualquier otro que quieran fabricarme”. Y el FA, para no ir a la saga en la ridiculez populista, cuando se censuró la usurpación de título perpetrado por el vicepresidente de la República, no encontró nada mejor que “rechazar la campaña desplegada por la oposición y diferentes medios de comunicación destinada a menoscabar la imagen y credibilidad, tanto de integrantes de nuestro gobierno, como así también debilitar la institucionalidad democrática del país”.
Honestidad intelectual y capacidad de autocrítica fueron características que las izquierdas supieron tener: aquellas de Jean Jaures, de Emilio Frugoni, de Pablo Iglesias, de Harold Wilson, de Willy Brandt y otros más. Desafortunadamente, en Sudamérica, de la mano de los Kirchner, Lula, Dilma, Maduro, Evo, Correa, Mujica y Vázquez, las perdió.
Y porque las perdió, el “progresismo” —y eso queda ya en evidencia en Argentina, Brasil y Venezuela— no se dio cuenta de que no podía resistir el cambio de ciclo económico; que la corrupción, las violaciones de las normas democráticas y de las reglas elementales del libre comercio, no importaba mayormente cuando soplaba el viento de cola. Pero cuando cambia el panorama el descontento popular emana con fuerza, la situación internacional obliga a tener que racionalizar el gasto público, poner freno al endeudamiento y priorizar la calidad en la producción de bienes y servicios para competir en una economía globalizada.
Mientras tanto, el mayor legado de fracaso de las izquierdas es que mientras ellas privilegian siempre la igualdad sobre la libertad, la distancia entre ricos y pobres apenas ha variado con los populismos y seguimos siendo la región más desigual del planeta.
Adolfo Castells Mendívil