En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Mientras se escucha el audio de una llamada en la que un patrullero reporta estar concurriendo a la dirección indicada, la imagen aérea va acercándose a un grupo de casas con techos de teja al borde de una colina. El patrullero recorre la calle y llega a una casa. La imagen es ahora un video que registra la entrada de esa casa: ventanas rotas, el interior desordenado, algunos rastros de sangre en el baño, ropa interior femenina en el piso, un dormitorio donde hay un cuerpo en el piso, al costado de la cama, cubierto por un edredón.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
A continuación, sobre un fondo gris, Amanda Knox, una bellísima rubia de penetrantes ojos celestes, le habla a una cámara fija: “Si yo soy culpable, como no soy la obvia culpable, puedo ser un lobo disfrazado con piel de cordero, en definitiva un monstruo. Pero si soy inocente, yo puedo ser tú y eso significa que todos somos vulnerables”. Es el puntapié inicial del excelente documental Amanda Knox (EEUU, 2016), escrito por Matthew Hamachek y Brian McGinn y dirigido por este último y Rod Blackhurst, que puede verse en Netflix. Las palabras de Knox sobre la vulnerabilidad son el nudo gordiano de los 90 minutos que siguen.
Los hechos ocurrieron el 2 de noviembre de 2007 en Perugia, Italia. Amanda Knox tenía entonces 20 años, era oriunda de Seattle, y con el fin de “encontrarse a sí misma” se había anotado en un programa de intercambio estudiantil que la había llevado a estudiar a Perugia. Allí compartía una casa con otras tres estudiantes, una inglesa y dos italianas. Allí también conocerá a Raffaele Sollecito, estudiante de informática pocos años mayor que ella. Los dos se enamoran a primera vista y viven una semana de amor y sexo en el apartamento de Raffaele. Al final de esa semana ocurre el homicidio de Meredith Kercher, la estudiante inglesa compañera de vivienda de Amanda. ¿Quién la mató?
Entran en escena la Policía local y el fiscal Giuliano Mignini, un apasionado del género policial, admirador de Sherlock Holmes, más propenso a guiarse por su intuición y sus deducciones que por la fría objetividad de las pruebas. Amanda y Raffaele son detenidos. Sus declaraciones son contradictorias y despiertan sospecha. Se les acusa de homicidio. El caso adquiere ribetes escandalosos y Perugia se llena de periodistas. En 2009, dos años después del crimen, se dicta sentencia de condena de primera instancia: 26 años para ella y 25 años para él. Un año después comienza el proceso de apelación. Durante el mismo, todas las baterías de los apelantes apuntan a nuevos informes forenses de técnicos de primera línea. Los dictámenes son concluyentes sobre el pésimo trabajo de la primera instancia: el caótico desempeño de la Policía científica contaminando la escena del crimen, las pruebas de ADN defectuosas, la ausencia de rastros de ADN tanto de Amanda como de Raffaele en la escena del crimen. La apelación termina en 2012 absolviendo a los dos acusados y decretando su libertad inmediata. Amanda se vuelve a Seattle y Raffaele a su ciudad natal: Bari. Pero habrá todavía dos vueltas de tuerca judiciales, porque en 2013 un Tribunal anula la absolución y reabre el caso. Finalmente, desemboca en la Corte Suprema, que en 2015 declara definitivamente absueltos a los acusados.
El documental alterna imágenes de archivo con planos fijos. Desfilan Amanda, Raffaele, el Fiscal Mignini, los médicos forenses, los familiares de la víctima y Nick Pisa, periodista británico del Daily Mail. Todos miran de frente a la cámara y dan sus impresiones sobre el caso.
De todo ese abundante material, soberbiamente editado, hay algunos aspectos grotescos: Pisa es un inglés soberbio que habla con frialdad del manejo que la prensa hace de la noticia. Admite haber entrado en la espiral de ansiedad que llevó a todos los reporteros a inventar cosas y deformar la historia, con tal de ocupar las portadas. Pero no lo dice consternado ni arrepentido por haber contribuido a tergiversar la información, sino con una sonrisa socarrona.
El fiscal Mignini es un hombre cautivado por sus propias deducciones y presunciones. De entrada piensa que el criminal tiene que haber sido una mujer porque el cuerpo está tapado con una colcha y según él un hombre no lo habría tapado. Considera sospechoso que mientras la Policía recorría la escena del crimen, Amanda y Raffaele se estuvieran besando. Arma una reconstrucción del crimen que es de su total invención y no la resultante de las declaraciones de los protagonistas. Dos detalles amplifican lo grotesco del personaje, que en apariencia parece macanudo: su animadversión respecto de Amanda, cuando dice que “es una chica soberbia, irrespetuosa de la autoridad, algo anarquista; no sé si esta no será una característica de la gente de Seattle”. El rasgo xenófobo se confirma luego con su declaración ante el fallo absolutorio de segunda instancia: “Trataremos de hacer justicia y defender el honor de este país, que es un Estado soberano”. Digamos también en defensa de Mignini que quizás esta segunda declaración fue una respuesta a Donald Trump, que ante el fallo absolutorio declaró a un informativo de su país que había que boicotear a Italia y no hacer más turismo allí.
El documental respira una estética atractiva en su ritmo, fotografía y montaje. La belleza del marco geográfico de Perugia está muy bien aprovechada con imágenes de sus calles y tomas aéreas. Los drones también resaltan la belleza de Bari, la ciudad donde nació y reside Raffaele.
Los realizadores presentan los hechos y no toman partido sobre la culpabilidad o la inocencia de Amanda. Esa deliberada ambigüedad puede verse reforzada por la mirada de esta chica: sus ojos delatan alternativamente angustia, indefensión, burla y arrogancia. ¿Será culpable o inocente? No obstante esa postura acrítica de los directores, lo que muestran lleva a pensar que una vez más estamos frente a un caso donde los mecanismos de la Justicia no funcionaron como debían, al privar de libertad durante más de cuatro años a dos inocentes.