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    La mayoría cree que los líderes políticos “están a la altura de las circunstancias”; sólo minoría apoyaría “que se vayan todos”

    Los votantes uruguayos no tienen mucha confianza en los políticos (colectivamente), ni en los partidos (en general), ni tampoco, consecuentemente, en la legislatura (que es algo así como “la casa de los políticos”). Más allá de estas desconfianzas generales, que las encuestas registran desde hace años con pocas variaciones, ¿la cúpula de las elites políticas está “a la altura de las circunstancias”?

    Los principales candidatos son la crema de la cúpula de las elites políticas. Puesto que los electores pueden tener distintas opiniones sobre diferentes elites políticas, para captar esa diversidad se formularon dos preguntas diferentes. Una de ellas decía: “¿le parece que la oposición tiene un liderazgo con ideas, capaz de llevar al país adelante?”. La otra preguntaba lo mismo, pero en lugar de referirse a “la oposición” se refería al Frente Amplio (FA).

    Los candidatos tienen ideas y son capaces de “llevar el país adelante”

    La mitad de los votantes (50%) cree que la oposición, en principio, tiene ese liderazgo “con ideas”, capaz de llevar al país adelante” (Cuadro 1): son las respuestas “sí” y “probablemente sí”. Un 40% es escéptico: la oposición no tiene, o “probablemente” no tiene, esa clase de liderazgo; el 10% restante no sabe. La mayoría absoluta de los votantes del FA (el 59%) son críticos, y responden negativamente, pero un 36% responde que sí, o probablemente sí.

    Una cómoda mayoría absoluta (57%) piensa que el FA tiene ese liderazgo “capaz de llevar el país adelante”; el 37% opina que no lo tiene (o probablemente no lo tiene), porcentaje similar al encontrado para la oposición (Cuadro 1). Como se ve, las respuestas son favorables para los dos “bloques”, pero son más favorables para el FA. Esto ocurre porque los votantes del FA son mucho más positivos respecto a sus propios liderazgos que los votantes de los partidos fundacionales sobre los suyos; las diferencias son tan amplias que cancelan la observada para los juicios negativos (los votantes blancos y colorados son más negativos sobre el liderazgo frentista que los frentistas sobre los liderazgos de la oposición).

    Las elites políticas del FA estarían más “a la altura de las circunstancias”

    Es probable que al menos parte de esa diferencia se deba a que la oposición está dividida (no es un único partido, como el FA). Por esa razón sus votantes verían con más reservas a sus liderazgos (considerados conjuntamente) que los votantes frentistas a los suyos propios. Pero también parece consistente con la impresión que transmiten, informalmente, las elites educadas que se ven a sí mismas como políticamente independientes, capaces de votar a cualquiera. No hay estudios sistemáticos y no es posible cuantificar sus juicios, pero a primera vista estas elites parecen ser más escépticas sobre los liderazgos blancos y colorados que sobre los liderazgos frentistas.

    Naturalmente, eso no significa que estas elites informadas e independientes tengan razón. Pero si efectivamente piensan así, entonces (en cualquier caso: con razón, o sin ella) blancos y colorados tienen al menos un problema de imagen entre esas elites. Esto es consistente con los resultados resumidos en el Cuadro 1. El contraste es aún más vigoroso para los votantes más educados (los que tienen alguna educación terciaria): ellos ven mucho más favorablemente a las elites frentistas que a las de la oposición.

    Optimistas, polarizados y pesimistas

    Teniendo en cuenta las respuestas a las dos preguntas anteriores simultáneamente, es posible clasificar a los votantes en cuatro grandes grupos. Optimistas son, razonablemente, los que ven favorablemente a las dos elites (opositoras, frentistas), o al menos a una de ellas, pero no son negativas sobre la otra (dos “positivos”, o un positivo y un “no sabe”). Polarizados son los que ven favorablemente a una de las dos elites y negativamente a la otra. Pesimistas son los críticos (dos “negativos”, o un negativo y un “no sabe”). Indiferentes, finalmente, son los que no opinan sobre ninguna de las dos elites (ni las opositoras ni las frentistas).

    La mitad de los votantes uruguayos, exactamente 50%, están polarizados: ven positivamente a uno de los dos liderazgos, y negativamente al otro. Los adultos maduros (45 a 59 años) y los abuelos (60 y más) son los más polarizados (en ambos grupos, el 56% son “polarizados”). Los más jóvenes, los veinteañeros, son los menos polarizados, 42% (Cuadro 2). Esto es consistente con el vínculo bien conocido que existe entre la edad y las identificaciones partidarias. Las “camisetas políticas” requieren tiempo para arraigarse y consolidarse; a medida que aumenta la edad, crecen las identificaciones partidarias y la polarización. La edad también está asociada al optimismo: el 40% de los más jóvenes son optimistas, porcentaje que decrece sistemáticamente con la edad, hasta llegar al 24% entre los abuelos. Pero el pesimismo, en cambio, varía poco con la edad.

    Como también cabía esperar, las puntas ideológicas están más polarizadas que el centro: 59% en la punta izquierda y 55% en la derecha, contra 43% en el centro. La izquierda está un poco más polarizada que la derecha, pero en ambas alas, a más distancia del centro mayor es la polarización. Las identificaciones ideológicas están también claramente asociadas al optimismo y al pesimismo, pero en direcciones opuestas. Los más optimistas son los que se consideran a sí mismos de izquierda neta (36%), porcentaje que disminuye gradualmente hasta llegar a solo 15% entre los que se consideran de derecha neta. A la inversa: solo el 5% de los que se ven en la izquierda neta es pesimista, porcentaje que aumenta gradualmente hasta llegar al 29% entre los que se sienten en la derecha neta.

    ¿Que se vayan todos?

    Que la mitad de los uruguayos estemos polarizados en el sentido anterior no es una buena noticia. Se puede discutir cuán mala es, pero seguramente no es buena. La mitad de nosotros está formada por hinchadas belicosas, al menos en sus actitudes. Pero los pesimistas somos afortunadamente pocos: solo el 15% somos pesimistas. Los partidarios del “que se vayan todos” son necesariamente pesimistas; de lo contrario su actitud no sería “que se vayan todos”, sino “todavía queda un grupo que ‘puede’; démosle una oportunidad”. Los argentinos que pocos años atrás reclamaban “que se vayan todos” eran muchos. La buena noticia es que nos falta mucho para llegar a eso.

    © Luis E. González. Derechos reservados (especial para Búsqueda).