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    La metáfora del “cisne negro”

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2247 - 19 al 25 de Octubre de 2023

    ¿Qué podremos hacer para planear nuestro futuro en un mundo impredecible? ¿Cómo podrán los gobernantes hacer programas, tomar decisiones de forma anticipada en un contexto volátil, incierto, complejo, ambiguo? Los cambios de hoy ya no son lineales como antes, y pronosticar o hasta prever el corto plazo se ha convertido en tarea difícil en una época en la que lo único constante es el cambio. Pero si nos empeñamos en planificar, si nos empecinamos en predecir lo impredecible, será útil que tengamos en cuenta una metáfora que puede servir para entender los tiempos: la del “cisne negro”.

    El poeta romano Juvenal, en una de sus sátiras escritas alrededor del año 82, hablaba de “un prodigio tan raro como un cisne negro”. Todo el mundo sabía que los cisnes eran blancos, ningún europeo había visto uno de otro color, y durante unos 1.500 años los cisnes negros existieron solo en la imaginación como una metáfora de lo que no podía existir. Fue Willem de Vlamingh, un capitán de navío holandés, que a fines del siglo XVII encontró cisnes negros, más concretamente en Australia. Sin embargo, la expresión sobrevivió como símbolo de lo inexistente o improbable.

    En el 2007 el matemático y científico libanés Nassim Nicholas Taleb tomó la expresión para referirse a un evento extremadamente raro e impredecible, un hecho con bajísima probabilidad de ocurrencia pero que, de concretarse, podría tener consecuencias devastadoras y por lo general negativas en el presente inmediato. La teoría de Taleb refería, en principio, a la economía, pero no tardó en saltar a otras áreas. Hoy explica, por ejemplo, la Primera Guerra Mundial, el ascenso de Adolf Hitler al poder, la caída de los socialismos reales, el surgimiento de Internet, los atentados del 11 de setiembre. Ni que hablar, la pandemia del Covid-19, que entra en la definición prototípica: un evento que nadie esperaba, un virus que provoca una crisis sanitaria que azota al mundo, produce confinamientos y cierres a nivel global, trágicas consecuencias sociales y económicas. Del punto de vista matemático, un cisne negro ocurriría muy lejos del centro de una distribución gaussiana normal.

    Pequeños o grandes cisnes negros se encuentran en el origen de todo, de nuestra vida personal y de la historia colectiva. Grandes ideas que revolucionaron el mundo e inventos científicos que cambiaron el curso de la humanidad; también nuestras crisis personales, la pérdida de un empleo o del patrimonio, el empobrecimiento o la muerte por una pandemia o por una guerra.

    He mencionado que la teoría de Taleb requiere de un evento atípico que esté fuera del ámbito de las expectativas habituales, algo que las experiencias del pasado no indiquen como posible o probable, y he mencionado también un impacto extremo. La tercera condición de Taleb es especialmente interesante: después de producido el hecho se desencadenarán explicaciones que intentarán ver el hecho como evitable, previsible y explicable, aunque nadie lo haya evitado, explicado ni previsto. Es decir, después de sucedido, se tratará de encontrar las razones por las que no pudo ser pronosticado, lo que lo convertiría en una herramienta de pronóstico de catástrofes. Algo así como prepararnos para lo improbable y tomar medidas para enfrentar eventos extremos que podrían (o no) ocurrir. Una vez producidos debería haber reflexiones, un análisis de futuros escenarios, explicaciones y, sobre todo, protocolos que transformen el hecho en algo explicable, evitable, pronosticable.

    Hoy, un grupo de científicos de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, trabaja para predecir lo impredecible, para tratar de anticipar los “cisnes negros”, los acontecimientos más extraños que suceden en la historia. El método predictivo de estos investigadores, a grandes rasgos, analiza sistemas biológicos que experimentaron en el pasado eventos de “cisne negro”, así como los contextos en los que ocurrieron. Si bien el análisis toma como base la observación de entornos de la naturaleza, el método computacional así creado podría extrapolarse a otras áreas, como la política o la economía.

    Pero en esta vida todo tiene un costo, y prepararse para enfrentar lo incierto también lo tiene. Es caro en términos de dinero y de tiempo, y es caro en términos políticos, porque habrá quienes digan que nada de eso llegará a suceder y que tal vez hasta tengan razón en la mayoría de los casos. Por consiguiente, trabajar en prever desastres o catástrofes, eventos de posible alto impacto y baja probabilidad, no luce social ni políticamente, no concita adhesiones masivas y hasta tiene su lado oscuro de ave de mal agüero, de profeta del desastre. Siempre será más positivo y simpático, siempre rendirá más en votos inaugurar y cortar cintas que prever una crisis hídrica, solo por dar un ejemplo.

    A la luz de esta metáfora, la historia puede parecer una concatenación de hechos inevitables, ominosos cisnes negros que revolotean en nuestro horizonte para cambiar el rumbo de nuestra vida o la de la humanidad. Vuelvo entonces a las preguntas del principio. ¿Podrán los gobernantes tomar decisiones anticipadas en un contexto volátil, incierto y ambiguo? Difícil, el trabajo predictivo no aporta brillo ni votos. ¿Podremos planear nuestro futuro o el de todos en un mundo impredecible? ¿Podremos ver venir el próximo cisne negro? Difícil, mientras reparar lo urgente siga sacando ventaja a pensar lo importante.