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    La oposición uruguaya y Venezuela

    Sr. Director:

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    Cayó el telón en Venezuela. Ya para nadie hay dudas de que lo de Maduro es una dictadura, un retroceso para América Latina, que ya cuenta entonces con dos tiranías: Cuba y Venezuela. ¿Quién dijo entonces que el socialismo del siglo XXI estaba en franca retirada? El régimen cubano tan campante como siempre, luego del fracaso de Obama y su debilidad, sin que nadie a nivel internacional se interese por la suerte de los once millones que languidecen en la isla-cárcel. Lo cierto es que Cuba ya está fuera de agenda nuevamente, a la vista y paciencia de la comunidad internacional. Y Venezuela en un camino sin retorno en la misma dirección. Mientras su gavilla tenga una gota de petróleo para vender, no se irán por las buenas, sostenidos por un porcentaje no claro de la población dependiente de planes sociales, fuerzas armadas leales, policía política organizada, estructura estatal dominada, asesoría cubana y una oposición perseguida que tarde comprendió que el camino era ser unidos desde el principio de esta trágica historia.

    El chavismo siempre tuvo un plan B listo para ponerse en práctica apenas las simpatías populares comenzaran a disminuir, y ese plan era sencillamente permanecer en el poder por la fuerza, sin abdicar nunca de él. Hablar de dictadura del proletariado y demás expresiones para muchos distantes en el tiempo suena anacrónico, mas es necesario entender que en la cabeza de los comunistas y sus aliados ese catecismo mantiene total vigencia. En la cabeza de los comunistas cubanos, norcoreanos, venezolanos y uruguayos, por cierto.

    En Venezuela el proceso fue gradual a lo largo de todos estos años desde que Chávez saltara a la palestra pública, desde su fallido golpe de Estado en adelante. Los partidos políticos democráticos del país no lo tomaron en serio, y ya en el poder, no supieron o no quisieron formar un frente opositor organizado y con cierta cohesión. Ahora es tarde. La bota ya está encima. Es el tremendo precio que está pagando la población por la cortedad de miras de un sistema político anquilosado, dividido y ocupado en reyertas inútiles por parcelas de poder que indefectiblemente les fue arrebatando la patota que hoy los tiraniza.

    Mucho se habló de la dispersión y debilidad de la oposición venezolana, de su falta de respuestas concretas en su momento ante un cielo cada vez más plomizo. Ellos sin dudas no tenían Plan B; ni siquiera Plan A. No supieron percibir el hartazgo de la gente de un sistema político corrupto y que se repetía sin evolucionar hacia una mejor oportunidad que siempre ofrece un sistema democrático. Pero quienes estaban en la otra vereda sí tenían un plan para perpetuarse a como diera lugar.

    Y por casa, ¿cómo andamos? Aparentemente, lejos de la situación venezolana, mas, a riesgo de que se me tome por un alarmista, diría que tenemos algunas similitudes escalofriantes.

    En forma similar a la Venezuela del surgimiento de Chávez, el sistema político está desprestigiado, película que ya vimos previamente a la dictadura uruguaya. No casualmente las encuestas demuestran un alto índice de disconformidad e indecisión. Súmese que en el partido de gobierno los grupos de extrema izquierda y los sindicatos le tuercen la mano al Ejecutivo un día sí y otro también; que el gran argumento electoral del Frente Amplio es su “política social”, que no es otra cosa que asistencialismo puro que busca en definitiva contar con amplios sectores de la población en situación de apoyo cautivo.

    Observemos también que la retórica mayoritaria del frentismo está en sintonía intelectual con la bolivariana, boliviana, petista, kirchnerista, sandinista, cubana, etc., y detalle no menor: nuestro gobierno siempre ha sido muy cauto y permisivo a la hora de definirse claramente contra la reciente dictadura venezolana. Se limita a repetir que el país caribeño se encuentra en un proceso de “profundización de la democracia” que se debe explícitamente apoyar. Es la misma profundización de la democracia que reclaman sectores radicalizados como el todopoderoso PIT-CNT, la FEUU, MPP y demás especies que abundan en el Frente Amplio versión 1960. Visión que nos desprestigia a escala internacional y ni que hablar en el ámbito del Mercosur.

    Ante este estado de similitudes, pues esas ideologías son transnacionales y no de un republicanismo uruguayo, cabría esperar que los dirigentes de los partidos tradicionales —léase blancos y colorados pues el Frente Amplio también es tradicional a estas alturas— sean conscientes de que la oposición debe ser coherente, organizada y unida para terminar con la pesadilla populista en Uruguay; pero bien lejos estamos de ese escenario.

    Los repetidos líderes políticos de los partidos fundacionales viven otra realidad paralela: unos por “la positiva” y haciendo la bandera confían en que las elecciones se ganan en soledad y sin necesidad de concertar en bien de la gente, y los otros ocupados en salvar sus pertenencias políticas del naufragio, bancas incluidas. Mala manera de leer lo ocurrido en Venezuela y sus similitudes con nuestro país.

    En el Partido de la Gente, fundado hace ocho meses gracias a la ceguera de los dirigentes políticos blancos y colorados que vieron en Novick a un convidado de piedra incómodo, tenemos muy claro y no nos cansamos de repetirlo: el momento exige que concertemos en todo el país y conformemos una oposición coherente, unida e impulsora de políticas de Estado que alejen definitivamente ideologías extremas que tanto han dividido a los uruguayos.

    Señores: “¡A las cosas!”. Evitemos las similitudes con la Venezuela bolivariana.

    Andrés Merino