La siesta de los abombados

La siesta de los abombados

La columna de Andrés Danza

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Nº 2208 - 12 al 18 de Enero de 2023

Es tiempo de siestas. El verano, y especialmente enero, suele asociarse con ese sueño liviano, que puede ser de unos minutos o hasta de horas, luego del almuerzo. El motivo es bastante obvio: hay muchas personas que eligen estas fechas para tomarse vacaciones y es ahí donde el ritual de cortar el día en dos se hace mucho más factible. El tiempo detiene su velocidad y la calma favorece al ansiado reposo.

Pero eso es algo que dura apenas unas semanas. Al apaciguar un poco el calor vuelven a hacerse mayoritarias las rutinas laborales o estudiantiles que les pasan por arriba a las siestas como un ómnibus a un pedazo de cartón en medio de la carretera. Quedan la nostalgia y la ilusión, lejana, de que ya llegará otro verano. Queda también la otra siesta, la silenciosa, la que casi nadie registra pero que tiene bajo sus efectos a una inmensa mayoría de la población. Se le podría denominar la siesta tecnológica, la que de un tiempo a esta parte todo lo envuelve, si se hace una designación teniendo en cuenta lo que la motiva. Si lo que se contempla para nombrarla son sus efectos, debería ser conocida como la siesta de los abombados. Abombados con base en la definición de la Real Academia Española: tontos, faltos o escasos de entendimiento. ¿Por qué? Porque así estamos quedando. Porque ahora que es todo digital, que cualquier cosa se puede hacer a través de una pantalla, que casi nada se aleja de un clic de distancia, lo que parece estarse diluyendo es el pensamiento en distintos niveles. También la libertad individual y muchos otros valores fundamentales.

En su última edición Búsqueda publicó un artículo muy significativo referido a una parte mínima de este problema, aunque trascendente. Solo uno de cada 10 alumnos de segundo año de liceo y UTU logran manejar una computadora con fines educativos, reveló un estudio de la Asociación Internacional para la Evaluación de Rendimiento Educativo, aplicado en varios países. Uruguay se ubica al fondo de la tabla, por debajo de países como Italia y Chile y por encima de Kazajistán.

Los adolescentes que participaron en la investigación fueron los niños que años atrás recibieron su computadora del Plan Ceibal. El problema es, como dice la directora del Área Técnica del Instituto Nacional de Evaluación Educativa, Carmen Haretche, que “no alcanza con disponer de nuevas tecnologías si aún no se les sabe dar un buen uso”.

El mal manejo de la tecnología empeora de manera considerable entre los adolescentes pobres, según muestra el estudio internacional. En el quintil más bajo desde el punto de vista económico el 56% de los alumnos que participaron en la prueba tuvo el peor nivel en el uso de los recursos tecnológicos, y en el más rico, solo el 11%. Pero los resultados son muy malos en general.

Esto es, cada vez es más accesible la tecnología pero se usa de peor manera. Ocurre además en los más jóvenes, esos que crecieron con pantallas a su alrededor y que prácticamente no conocen otro sistema de comunicación a distancia que el de una computadora o un teléfono inteligente, según muestra ese estudio, que debería ser muy tenido en cuenta.

Con los adultos debe ser peor. No hay números ni investigaciones académicas al respecto pero basta con prestar un poco de atención a la vida cotidiana para sacar esa conclusión. Son pocos los que escapan a la siesta de los abombados. Parece como si no se pudiera vivir sin estar conectado a la tecnología y que cada tarea, por más mínima que sea, no fuera posible sin algún tipo de dispositivo electrónico previo.

En ese caminar entre cámaras invisibles que van tomando registro de cada paso que damos estamos gran parte del día. Son las redes sociales pero también el despertador y la música y las compras y las películas y la agenda y el transporte y la salud y todo. Para muchos se rompe el teléfono celular y se quiebra el mundo, pierde sentido. Y así van dejando su huella a cada minuto. Miles, millones de huellas, de datos que nadie sabe dónde terminan.

En realidad, nadie no. Algunos sí lo saben perfectamente y lo manejan. No suelen ser los gobiernos. Hay excepciones, por supuesto, pero la mayoría de los países son simples observadores del inmenso poder que van acumulando algunas compañías multinacionales tecnológicas. Es probable que hoy esos elefantes digitales manejen mucha más información de los individuos que cualquier potencia mundial, por más poderosa que fuera, en el pasado. Y son ellos los que la administran, por supuesto.

Lo que más inquieta es que este tema no motiva un debate del sistema político en casi ninguna parte del mundo y menos en Uruguay. Los números están ahí, las evidencias abundan en cada esquina, el imperio tecnológico de cuatro o cinco emperadores cibernáuticos avanza pero esa no es razón suficiente para que los encargados de ejercer el poder público se tomen un tiempo con el objetivo de analizar si lo que está ocurriendo es bueno o malo. La mayoría de ellos están durmiendo la siesta de los abombados.

También la dormimos los periodistas. Nosotros somos, al igual que políticos, profesionales, empresarios, sindicalistas y un largo etcétera, peones de un juego del que ni siquiera conocemos las reglas y que alimentamos con placer. En el caso de los que ejercemos el oficio de informar, nuestros artículos terminan dándoles contenido a redes sociales y hasta viralizándose algunas veces, lo que nos da orgullo, aunque de esa forma contaminamos el oxígeno que nos da vida.

Algunos países, como Australia y Francia, abordaron este tema y resolvieron que las grandes empresas como Google y Facebook paguen a los periodistas si difunden las notas que ellos elaboran. Suena de sentido común pero muy pocos países en el mundo están al menos discutiendo sobre esos problemas que están causando un desangre de medios de comunicación importantes.

A otro nivel, también son contados con los dedos de la mano los dirigentes políticos locales o de otros países que se han ocupado de asesorarse aunque sea un poco sobre el crecimiento de estas empresas con las que todos convivimos día a día y en saber de qué forma se procesa y se utiliza toda la información que acumulan, capaz de dejar temblando a los servicios de inteligencia más encumbrados de la Guerra Fría.

Mientras los que están a cargo del gobierno y de la oposición no despierten de esta siesta que nos tiene abombados de tantos avances tecnológicos y comodidades, cada vez se hará más difícil poder escapar a esa especie de Gran Hermano que ya se ubicó por encima hasta de los Estados y que tiene la increíble virtud de hacernos creer que somos mucho más libres mientras aumenta nuestra adicción a cada segundo que pasa.