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Está el monólogo de Hamlet y también está el monólogo de Esther Píscore (¿¡Is this the pencil of Esther Píscore!?, ¡¡No!! ¡¡This is the pencil of Esther Píscore!!), que mejora el inglés, alivia el dolor de cabeza y desata la risa, una de las grandes creaciones de Daniel Rabinovich. Están el piano, el violín, la guitarra, el saxo y la trompeta, pero también el Bass Pippe a Vara, una enorme corneta con ruedas que tocaba Rabinovich como nadie. Están los programas de entretenimientos y los informativos, pero también Radio Tertulia (“Nuestra opinión y la tulia”), que te sacude con la reproducción asistida y la telenovela de la cieguita Adelaida, la pérfida Ivonne y el tío Blas. Están los actores, los comediantes y los cómicos a secas, y también los genios para provocar las carcajadas, como Rabinovich y sus múltiples personajes, por ejemplo Manuel Darío, el cantautor cuya música no abunda… es nauseabunda (“Guerra, muerte, destrucción, sha-la-la-la”). Están los abogados, los médicos y los escribanos —Rabinovich era escribano—, pero antes que todo esto, está Les Luthiers, esa maravillosa agrupación de argentinos que tocan instrumentos caseros y rebosan ingenio musical y humorístico desde 1967, ininterrumpidamente, donde Rabinovich era socio fundador y pieza esencial.
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Desde el viernes 21, Les Luthiers pasó de ser un quinteto a ser un cuarteto. Es más: por estos días así se presentarán en Córdoba, donde tienen varios compromisos. Despidieron a su amigo, apretaron los dientes y de vuelta a los ensayos. Todo un desafío: la vida sin Rabinovich. En otros tiempos el dolor lo representaba un lazo negro de luto durante meses, dolor tapiado en el rostro, ausencia total de sonrisas. No es el espíritu de Les Luthiers, que están otra vez en la carretera con música y humor, que es lo que saben hacer contra viento y marea. Que semejante emprendimiento se mantenga como eje es una propuesta noble, aunque para muchos extremadamente arriesgada debido a la ausencia de Rabinovich.
En 48 años ocurren todo tipo de cosas, y la principal es que nace y muere gente. La primera pérdida que sufrió la banda fue, precisamente, la de su líder-fundador Gerardo Masana, autor de la hoy clásica Cantata Laxatón. También debe contarse como una pérdida, aunque no tan fatídica como la muerte, la partida de Ernesto Archer (Don Rodrigo) por irreconciliables diferencias con el resto de los integrantes. De aquella temprana época quedan tres históricos: Marcos Mundstock, Jorge Maronna y Carlos Núñez Cortés, a quienes se suma Carlos López Puccio, el hombre de la melena blanca.
Daniel Abraham Rabinovich Aratuz no era un rabino y no creía en Dios. Era luthier y creía en el humor. Murió a los 71 años de complicaciones cardíacas. Le gustaba jugar al billar y amaba los perros, dos elementos que bien podrían haber generado un sketch. Su genialidad verborrágica en el escenario lo catapultó con toda justicia como uno de los pilares de la banda. Tal vez alentado por esa misma genialidad se le dio por escribir un par de libros: Cuentos en serio (2003) y El silencio del final (2004).
Existen muchas profesiones nobles y múltiples formas de ejercer la creatividad. Uno puede emocionarse hasta las lágrimas cuando se enfrenta a una obra arquitectónica de la humanidad. O ante pinturas sublimes. O en la sala de un teatro o de un concierto. O frente a una pantalla de cine (grande o chica, eso hoy ya no importa). O leyendo las mejores páginas de la literatura. En todo caso, se trata de obras maestras y de artistas que dejaron la vida para provocar esa respuesta afectiva en el público. Pero quienes ejercen como noble profesión el humor, tienen un ángel aparte y merecen una pensión mayor o una sala vip en el Paraíso (aunque sea, démosle una pequeña posibilidad de existir a ese lugar). El gran humor, el que te hace reír en serio, el que genera lágrimas de placer e incluso te revuelca por el piso y te hace sacar abdominales, siempre tiene que ver con la inteligencia y la emoción.
El Negro Fontanarrosa, que fue colaborador de Les Luthiers, decía que el máximo elogio era cuando alguien le decía, sencillamente, que se había cagado de risa con un libro suyo.
Les Luthiers optaron por hacer esta clase de humor sin tomar en cuenta ningún filo político, sin otro aditamento escenográfico que sus instrumentos y el riguroso esmoquin para acompañarlos. Y fueron infalibles.
Esta semana mucha gente volvió a reírse —y con ganas— frente a la pantalla de su computadora o tablet. En todos los casos, quien originó esas risas fue Rabinovich.