N° 2061 - 27 de Febrero al 04 de Marzo de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPor ser el único partido de izquierda en las dos primeras décadas del siglo XX y, luego de 1921, por ser la alternativa al comunismo, el socialismo uruguayo condensó en su seno las contradicciones de aquella izquierda minúscula que buscaba otros caminos, diferentes al anarquismo y al movimiento bolchevique. Sus fracturas fueron varias, pero las formas de resolverlas variaron cuando, desde 1971, el Frente Amplio cobijó a toda la izquierda. El Partido Socialista está marcado por las separaciones, algunas poco trascendentes, como la del trotskismo en 1942, y otras que hicieron huella en el devenir del partido decano de la izquierda uruguaya. En la historia del socialismo acecha el riesgo permanente de la repetición como fórmula para resolver sus contradicciones.
El socialismo llega al Uruguay a mediados de la década de 1890. En 1896 Juan B. Fontán y José Capelán fundaron el primer Centro Obrero Socialista. Un año antes Pedro Denis lideró la formación de la Unión de Albañiles de Mutuo y Mejoramiento, un sindicato poderoso que marchó a la huelga en 1895 y, si bien obtuvieron la jornada variable de ocho a diez horas, el desarrollo del conflicto tensó la situación interna y los albañiles se pronunciaron en contra de la “carcoma de las sociedades obreras”, o sea, “ciertos maestros o jefes que vociferan el mejoramiento para las clases proletarias”. Eran los intelectuales liberales radicales, socialistas y masones, encabezados por Adolfo Vázquez Gómez y los miembros del primer centro socialista. Desde entonces, el sector obrero del socialismo se preocuparía solamente por la lucha sindical, sin permitir la entrada de políticos a sus organizaciones. Esta primera ruptura en la “fase inorgánica” del socialismo uruguayo se mantuvo hasta entrado el siglo XX, cuando una nueva generación, liderada por Álvaro Armando Vasseur, intentó fundar el Partido Socialista.
En 1901 el grupo de Álvaro Armando Vasseur organizó una agrupación a la que denominaron Partido Socialista y con ese nombre se presentaron a las elecciones municipales de 1901. El fracaso fue total. Fraude mediante —habitual en aquella época— la lista socialista no llegó a obtener ni un cargo. El socialismo volvió a entrar en crisis y la generación de Vasseur quedó a la deriva, neutralizada poco después por el batllismo, que ocupó el espacio de centro izquierda del espectro político. La revolución de 1904 obligó a aquellos socialistas, pocos y dispersos, a tomar partido contra la “barbarie” caudillista y, como resultado de la guerra, la aparición de Emilio Frugoni en escena ocasionó el recambio generacional en aquel socialismo que no se podía fundar aún.
Luego de su “profesión de fe socialista” de diciembre de 1904, Frugoni encaró la formación del PS. La necesidad de existir estaba vinculada de forma directa con la posibilidad de ocupar algún espacio en el Estado, especialmente en el Parlamento. Por eso la generación liderada por Emilio Frugoni optó por acordar con el batllismo y ocupar un lugar en la lista de las elecciones parlamentarias de 1905. Todo salió mal. Un sector de ocho agrupaciones liderado por Juan Bautista Fontán discrepó con el acuerdo, creían que el socialismo debía presentarse en solitario. Mientras tanto, el sector de Frugoni derrapó en su arreglo con los batllistas. Al no tener Frugoni la edad mínima requerida para ser candidato, terminó por participar como tercer suplente en la lista para la Junta. Emilio Frugoni asumió ese error en los primeros días de 1906. El otro sector del socialismo se presentó igualmente a elecciones con la candidatura de Juan Bautista Fontán. Antes de nacer, el socialismo había pasado por tres crisis en 10 años.
Desde 1905 el socialismo uruguayo realizó una larga travesía en el desierto. Liderados por Frugoni, y con Fontán en el Cerro de Montevideo contrapuesto a cualquier movida que hicieran sus adversarios, los socialistas buscaron hacerse de alguna base social e incidir en las organizaciones obreras. En 1910 los blancos vinieron en su ayuda.
El alzamiento de Basilio Muñoz contra la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez causó la abstención del Partido Nacional en las elecciones de 1910. Las bancas de la minoría quedaban libres en la disputa, por tanto, los católicos organizaron rápidamente la Unión Cívica para obtenerlas. Fue una suerte de llamada a las trincheras. Así, entre el 5 y el 12 de diciembre de 1910 Frugoni y los suyos fundaron el Partido Socialista para disputarle las bancas a los católicos. En coalición con el Centro Liberal, con el rechazo, otra vez, de Juan Bautista Fontán y con la ayuda de Pedro Manini Ríos, que dio algunos votos a la “coalición liberal-socialista”, José Pedro Díaz y Emilio Frugoni fueron elegidos diputados. La entrada al Parlamento afirmó la fundación del partido, mientras Fontán y sus agrupaciones del Cerro rechazaban la creación del PS. Los socialistas cuando nacieron estaban fracturados.
Sin embargo, la actuación de Frugoni, la convocatoria de la propuesta y el desgaste del batllismo permitieron la afirmación del PS y el crecimiento de su estructura militante y los resultados electorales. Pero aquel socialismo de la década de 1910, en cierta forma determinado por el batllismo que ocupó el segmento de centro izquierda del espectro político, quedó arrinconado en el extremo, o, como decía Frugoni entonces, era “la extrema izquierda avanzada” del Uruguay. Un partido marxista a la usanza europea, radical y revolucionario. Cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia el radical socialismo uruguayo aceptó su propuesta totalmente.
En 1920 el PS debatió durante meses la integración a la Internacional Comunista (IC). La propuesta de los bolcheviques rusos era crear una organización planetaria que ejecutara la revolución mundial. La casi totalidad del Partido Socialista aceptó las tesis, producto de aquel radicalismo fundante y de la crisis económica y social que vivía el Uruguay de la primera posguerra. En el 20 setiembre de 1920 el PS resolvió afiliarse a la Internacional Comunista, con el voto en contra de Frugoni y un puñado de militantes. Los contrarios a la medida argumentaban que no había información suficiente, que no se podía adaptar al Uruguay tácticas y propuestas pensadas para Rusia, y postulaban la adhesión a la Unión de Viena, una organización socialista que buscaba tercerear y unificar a los bandos en pugna. Cuando en octubre de 1920 llegaron al país las 21 condiciones de ingreso a la IC, conocidas como las 21 condiciones de Lenin, la ruptura fue un hecho. Frugoni y sus pocos aliados no aceptaron cambiar el nombre a Partido Comunista y rechazaron toda la propuesta que implicaba infiltrar el Ejército, armar un aparato clandestino, cooptar los sindicatos, aceptar los lineamientos soviéticos sin discusión. En abril se reorganizó el Partido Socialista y editaron un nuevo semanario, Germinal, donde aclaraban sus posiciones. Apoyaban la Revolución rusa como un avance histórico, pero no estaban dispuestos a aceptar sus directivas. Diez años después de su fundación el Partido Socialista se fragmentaba, pero aquí la casi totalidad se transformó en otra organización. Era la quinta crisis del socialismo desde 1896.
Reconstruido trabajosamente a lo largo de la década de 1920, el socialismo regresó al Parlamento en 1928. Centrado en la figura de Emilio Frugoni, el PS quedó atado a su personalidad y liderazgo y no iba a permitir nuevos quiebres como el de 1921. Su perfil marxista pero democrático, radical pero anticomunista, alineado con occidente, creó ese espacio alternativo, esa “otra izquierda” donde todos aquellos que discrepaban con la línea comunista tenían un lugar donde volcar sus intereses políticos, pero donde no se iba a tolerar ninguna posibilidad de desviación.
La dictadura de Terra generó un debate estratégico en la izquierda. Por un lado, el comunismo había virado su radicalismo inicial y asumía los frentes populares y la unidad con los socialistas y los progresistas, mientras que Emilio Frugoni y la mayoría del socialismo rechazaban cualquier acuerdo. Un sector del PS, que incluía a varios jóvenes, entre ellos Mario Cassinoni y Arturo J. Dubra, consideraban positiva la unidad con los comunistas, y también la resistencia armada a la dictadura. Frugoni, desde su exilio en Buenos Aires, consideró que quienes asumían esas posturas tenían “la cabeza podrida”. La crisis de los “cabezas podridas” terminó con la expulsión de varios de ellos y con la renuncia de Dubra y Cassinoni, que regresarían unos años después. Esta sexta crisis del socialismo terminó con la migración de los “cabezas podridas” al PCU. Don Emilio no estaba dispuesto a transigir con los comunistas.
Tanto fue así que en 1948 la séptima crisis también respondió al vínculo con el PC. Luego de ensayar el acuerdo en la Unión General de Trabajadores, los socialistas rompieron con los comunistas hacia 1945. Sin embargo, un grupo importante de militantes consideraban la necesidad de mantener la unidad sindical. Integrado por José Pepe D’Elía, Julio Rodríguez, Rubén Castillo y Gerardo Cuesta, la agrupación Acción Socialista Obrera, conocida como grupo ASO, terminó fuera de la orgánica arrastrando con ellos a varios militantes integrados al movimiento social. Por los próximos 14 años el socialismo se manejó dentro de ciertos parámetros de normalidad. La experiencia de la Unión Popular (UP) precipitó las siguientes divisiones.
La irrupción del socialismo nacional y del tercerismo a mediados de la década de 1950 trastocó el perfil del Partido Socialista para siempre. La vieja opción socialdemócrata fue desplazada y el socialismo nacional se impuso de la mano de Vivian Trías y de la generación de 1950. Sus tesis y su interpretación de aquella realidad llevaron a crear un primer frente, la Unión Popular, donde excluían a los comunistas y a los batllistas, pero le abrían los brazos al “nacionalismo popular” encarnado por algunos personajes destacados y, principalmente, por un herrerista, Enrique Erro. Por diversas razones que no viene al caso analizar aquí, la experiencia de la Unión Popular fue un completo desastre. En medio de este proceso, la victoria de la Revolución cubana deslumbró al PS y al secretario general de entonces, Vivian Trías. En consecuencia, el fracaso de la UP demostraba la inviabilidad de la vía electoral, mientras que la experiencia cubana se perfilaba como el ejemplo a seguir.
El fracaso de la UP fue la octava crisis, que hundió al PS en una gravísima crisis de identidad ideológica, política y cultural. La salida de Emilio Frugoni y la fundación del Movimiento Socialista fue la primera señal de una deriva, de un zigzag que marcaría el derrotero del socialismo uruguayo por los próximos años. Primero la escisión del Movimiento de Unidad Socialista Proletaria (MUSP) en 1965, un grupo tan extravagante como mesiánico, se llevó la mitad del PS. Luego en 1967 la separación de Raúl Sendic y otros militantes para formar el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros fue la décima crisis del socialismo. De ahí en adelante, la pérdida de identidad será la norma, donde la búsqueda del derrotero los marcará, desde la lucha armada siguiendo las tesis cubanas de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas), hasta la asunción del marxismo leninismo y la alianza con el Partido Comunista. Así, también, el vínculo de su principal teórico, Vivian Trías, con la StB, la inteligencia checoslovaca, influyó en la variación de la línea del socialismo uruguayo a principios de la década de 1970, donde una nueva generación de jóvenes, marxista leninista y muy crítica de los tupamaros, apareció en el PS marcando un giro liderado por Vivian Trías que llevó en 1972 a la alianza con los comunistas. Poco a poco surgió dentro del PS una fracción que postulaba la unificación con el PCU, en el entendido de que era absurdo que existiera en Uruguay dos partidos proletarios, marxistas leninistas. En mayo de 1973, luego de una investigación de ribetes detectivescos, fueron expulsados los dirigentes de la “fracción de mayo” y junto con ellos abandonó el PS más de la mitad de sus integrantes. El golpe de Estado y la ilegalización, en cierta forma, permitió neutralizar está decimoprimera crisis del socialismo uruguayo, en su larga deriva.
Luego de la dictadura, el tamiz del tiempo y el desconocimiento de la historia reciente de la izquierda limaron situaciones ríspidas y el término socialismo tenía cierto prestigio, como reflejo de las experiencias europeas. En Uruguay ocultaron todo lo que pudieron su definición marxista leninista, que los asemejaba tanto a los comunistas. Desde 1984, con la propuesta de Democracia Sobre Nuevas Bases, el PS comenzó un camino de renovación, tenso y problemático, donde el pasado pujaba por mantener una definición ideológica en tanto la renovación buscaba transformarla. Hacia 1988 el cambio de rótulo estaba pronto y con la caída del comunismo en 1989 la definición marxista leninista de perfil bolchevique ya no tenía mucho espacio. Esto no significó el final de una disputa entre aquellos que apelaban a un perfil clasista y popular, contra aquellos que apelaban a una opción escorada hacia la socialdemocracia, donde las pautas revolucionarias y latinoamericanistas debían quedar a buen resguardo.
Las once crisis del socialismo uruguayo presentan ciertas coincidencias. Como organización abierta y diferente al comunismo, el PS habilitó el debate y las visiones alternativas desde sus orígenes. Aquella intemperie, y la lejanía del poder, resolvía las crisis con quiebres y separaciones. Tanto en la fase inorgánica como en las posteriores a 1921, las escisiones eran producto de debates ideológicos y tácticos. Desde 1962 el control de la interna partidaria se volvió el eje de los conflictos. Tanto la crisis de la UP, como del MUSP y del MLN respondió a la resolución de quien mandaba, a pesar de las pátinas ideológicas y estratégicas. Sin embargo, en 1973, producto de la crisis de identidad en que cayó la organización como consecuencia de los vaivenes de Vivian Trías y el elenco dirigente, la división tuvo otro perfil. La cuestión ideológica —el marxismo leninismo de raíz bolchevique— se sumó a la identitaria, donde los socialistas se preguntaban para qué existir, si había un PCU que pensaba lo mismo y era más poderoso y organizado. Si bien la división fue el resultado, la existencia del Frente Amplio y el inicio de la dictadura matizó el hecho.
Hoy el PS enfrenta su decimosegunda crisis, totalmente inusual en su historia. Así como antes era “la otra izquierda”, desde donde surgían alternativas, la etapa frentista lo trasformó en la organización donde se condensan todas las contradicciones de la izquierda. Esa convivencia entre visiones distintas funcionó, mal que bien, durante tres décadas, donde las diferencias pudieron ser enriquecedoras, hasta que el poder hizo su trabajo.
El triunfo del Frente Amplio ofreció al PS posiciones de gobierno que supo aprovechar con preferencia. Fue el sector del FA que más lugares obtuvo en el Estado. Y así una burocracia nueva nació, en un hecho inédito de su historia que operó tan preocupada por gobernar como por sus intereses de elite. La burocratización es un fenómeno determinante en el accionar de toda la izquierda y muy especialmente en el socialismo. Ese hecho no estaba en el menú de su historia. Sumado a esto, la disputa entre renovadores y ortodoxos permitió una interna tolerable mientras el éxito adornaba a la izquierda uruguaya y a su más viejo partido. Desde que la buena estrella se apagó, comenzaron las dificultades.
Cuando en 2017 se hizo público el affaire Trías, un goteo desgastante minó el perfil del PS. Desde octubre de ese año hasta finales de 2019 todos los meses había una referencia, un editorial, una nota, un reportaje sobre el tema que horadó la imagen del partido, dando una sensación vidriosa, turbia, confusa. Y donde hay problemas, confusiones o escándalos los votos se fugan. El golpe al relato socialista nacional afirmó a la ortodoxia en una lógica reacción identitaria, lo que ayudó a la victoria de la facción liderada por Gonzalo Civila, que no ofreció ninguna respuesta sensata a la situación. Embarcados en la campaña electoral, convocar a votar por el “corazón socialista” no fue una estrategia válida para una izquierda que tenía que enfrentar importantes desafíos económicos y sociales. En octubre perdieron la mitad de sus votos, además de uno de sus dos senadores y uno de sus tres diputados montevideanos. ¿Con otro resultado hubiera estallado la crisis actual?
Y así, entre la disputa interna para desplazar a la ortodoxia, el desperfilamiento y la pérdida de identidad, los temores de desocupación de la burocracia, y el histórico papel del PS de condensar en su interior las contradicciones existentes en la izquierda, la decimosegunda crisis estalló en concomitancia a las idas y venidas de Daniel Martínez sobre su candidatura a la Intendencia Municipal de Montevideo, mientras que la organización se pronunció por la alianza con el Partido Comunista, en una suerte de regreso a 1972 y a las tesis finales del socialismo nacional. En realidad, los vaivenes del candidato son la expresión última de las contradicciones internas e indefiniciones del partido decano de la izquierda, donde las pujas de poder, los protagonismos políticos, la nunca resuelta contradicción ortodoxia-renovación y las presiones burocráticas hicieron que la crisis estallara en el eslabón débil del Frente Amplio. Presenciamos hoy un trance dramático de la historia del socialismo uruguayo, su brete más peligroso desde la fractura de 1921. Una dirección desautorizada por una mitad del PS dispuesta a votar a Martínez es una situación de muy difícil solución. La historia, su historia, le marca fracturas y quiebres como desenlace, ese peligro constante de la repetición. Para el socialismo uruguayo terminó el tiempo de postergar las definiciones.