Empezó la capacitación con 15 compañeros hombres. Fueron días raros y algo incómodos. Todo el mundo la miraba, no entendían qué hacía ahí. Había mujeres en administración, pero no afuera. El área operativa era de hombres.
No tardó en acostumbrarse. Se fue dando cuenta de que el ambiente del puerto no era tan malo como lo había imaginado. Se sintió apoyada por sus compañeros de trabajo y encontró en Montecon todas las condiciones para trabajar con comodidad.
Mientras trabajaba manejando los camiones empezó a mirar con interés las grúas. Le llamaban la atención pero veía lejanas las posibilidades de operarlas. Hasta que subió y vio cómo lo hacían sus compañeros. “¿Por qué no puedo hacer esto yo?”, empezó a preguntarse.
Mientras esa idea rebotaba en su cabeza, sufría las jornadas de 12 horas que tenía que hacer en el camión. Llegaba a su casa agotada y tenía muy poco tiempo para su hijo de siete años que comenzaba a reprocharle su ausencia. Cenaba, se duchaba y otra vez vuelta a empezar.
Cuando se abrió el llamado para operadores de grúa, a su atracción por aquellas máquinas se sumó la oportunidad de reducir a la mitad su jornada laboral, y sintió la convicción: “De alguna forma tengo que quedar. Este horario no lo puedo seguir haciendo”. El hijo que antes reclamaba tiempo hoy cuenta orgulloso en el liceo que su madre opera una grúa en el puerto.
A pesar del apoyo que encontró en la empresa y en sus compañeros, Fátima responde con firmeza cuando se le pregunta si hay machismo en su ámbito de trabajo. “Sí, hay machismo acá. Lo viví y lo hay. Todo el tiempo”, dice.
Fátima responde con firmeza cuando se le pregunta si hay machismo en su ámbito de trabajo. “Sí, hay machismo acá. Lo viví y lo hay. Todo el tiempo”, dice.
La subestimación es una de las expresiones más frecuentes. Durante mucho tiempo debió soportar que le repitieran tres o cuatro veces las tareas que tenía que hacer como si no fuera capaz de entenderlas. Operando la grúa, también percibió cómo muchos de sus compañeros transmitían temor o inseguridad al trabajar con ella. Un paso más allá, le tocó recibir el clásico “¿Qué hacés acá? Andá a lavar los platos” y sufrir también al “típico gracioso” que “se hace el macanudo”, pero siempre está haciendo comentarios que al final terminan por molestar. En una actitud todavía más violenta, algunos hombres le llegaron a decir directamente que no les gusta que maneje una grúa y que trabaje con ellos.
Fátima se crio con cinco hermanos, tiene un carácter fuerte y a ese tipo de compañeros los “pone en su lugar” sin perder el respeto. Después, aunque sigue trabajando con ellos, los deja de lado porque sabe que no la aceptan.
Por actitudes como esa, siente por momentos que llegó a “invadir” un trabajo y un ambiente que siempre fue de ellos. No suena arrepentida. Más bien comprensiva y orgullosa. “Este trabajo lo puede hacer cualquier mujer. Es solamente animarse y ser consciente y responsable de lo que se está manejando”.
Sunca.
En 2010 Estela Escobar consiguió trabajo en la obra del complejo Diamantis Plaza, en la avenida Rivera. Junto a otras seis compañeras, la ubicaron en el piso siete de la torre C. El lugar estaba tranquilo, había poco trabajo y poca gente. Hasta que la noticia empezó a correr. “Fue llegar nosotras y aquello era un trille de hombres que iban y veníanHasta que les pararon el carro. ‘Pará, ¿qué hacen ustedes acá si son de la torre A?’”, cuenta.
La situación ha ido cambiando. En buena medida a raíz de iniciativas del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (Sunca), que el año pasado realizó, por ejemplo, una campaña entre sus afiliados para erradicar el acoso callejero a las mujeres.
También se fueron disipando algunos prejuicios. “Se ha ido venciendo bastante eso de que las mujeres no pueden hacer determinadas tareas. Aunque alguno siempre queda. Siempre hay alguno que te subestima”, relata.
La participación de mujeres en la construcción sigue siendo marginal. Según los últimos datos disponibles en la página web del Banco de Previsión Social, a diciembre de 2016 había 57.172 puestos de trabajo cotizantes en el sector de la construcción. De ellos, solo 622 correspondían a mujeres. Esos mismos números reflejan una moderada evolución de la participación femenina. A diciembre de 2004 las mujeres ocupaban solo 122 puestos cotizantes de los 27.490 totales.
Escobar sostiene que desde hace unos años la cantidad de mujeres se mantiene estable y asegura que encuentran pocas posibilidades de ingresar en obras. Las constructoras evitan contratarlas, aunque cuando se las consulta, los empresarios suelen elogiar su desempeño. Dicen que “son buenas trabajadoras” y, sobre todo, “muy buenas finalistas”, parafrasea Escobar. Pero llegar a ser “finalista” en la construcción, aclara de inmediato, implica pasar por el proceso de todas las categorías anteriores y eso lleva muchos años.
Según cuenta, cuando logran entrar en obras generalmente es por la mediación de dos aliados. El primero es el sindicato. Muchos delegados del Sunca, previo al inicio de los trabajos, suelen pedir el ingreso de mujeres o de personas con discapacidad. El segundo aliado es la Ley 18.516. Esa norma, aprobada en 2009, se aplica a todas las obras del Estado, y busca que el personal no permanente que se requiera se cubra con mano de obra local (deben acreditar vecindad de hasta 100 kilómetros del lugar donde se realice la construcción).
A través de esa ley, aunque no establezca ninguna cuota por sexo, las mujeres que se desempeñan en la construcción encontraban una puerta de ingreso al difícil mercado laboral. Para evitarlo, algunas empresas echaron mano a un método que Escobar califica como “discriminación encubierta”. La ley refiere solo a “peones y obreros no especializados”, pero las empresas optan por tomar personal de categorías superiores y de esa manera eluden el ingreso de mujeres y personas mayores de 50 años, sin violar la ley.
Algunos de los argumentos por los que evitan contratarlas, según Escobar, son la infraestructura (hay que construir otro baño y otro vestuario), las faltas relacionadas a embarazos y el rendimiento. Los primeros dos los rebate rápidamente: la infraestructura no implica grandes costos y la licencia maternal tampoco, porque se encarga el Estado.
En la productividad sí reconoce que puede haber diferencias de rendimiento entre hombres y mujeres. De todos modos, sostiene que está previsto en el decreto de seguridad e higiene del sector que establece cosas como que las carretillas y los baldes no tienen por qué ir llenos hasta arriba.
Como conclusión, Escobar afirma que “hay condiciones que les permiten a las mujeres hacer muchas de las tareas que se requieren en la construcción”. Y, para aquellas que no, hay formas de “organizar” el trabajo que permiten emplear mano de obra femenina sin afectar la productividad.
Entre las estrategias que analizan para ampliar la participación está la de promover un porcentaje de mujeres como condición en los pliegos de licitación.
“¿Quién se encarga de los nenes?”.
La mesa está cubierta de folletos de distintos tamaños que anuncian la movilización por el Día Internacional de la Mujer. Sentadas alrededor, en una habitación de la sede del PIT-CNT, siete integrantes de la Secretaría de Género, Equidad y Diversidad Sexual aprovechan los últimos momentos de la tarde del viernes 2 de marzo para definir detalles de organización.
“El movimiento sindical sigue siendo machista y patriarcal”, dice Milagro Pau, dirigente de AEBU que encabeza la secretaría. Valora muchos avances que lograron en el último tiempo, como que el PIT-CNT haya tomado consciencia del problema y que muchos dirigentes reconozcan la necesidad de trabajar por la igualdad. Otros, sospecha, se suben porque es “la tendencia”, pero en el fondo no están de acuerdo.
En la mesa empiezan a surgir experiencias. Viviana Núñez, una de las más jóvenes, trabaja en logística y es dirigente del Sindicato Único del Transporte de Carga y Ramas Afines (Sutcra). En su sector de actividad los hombres son amplia mayoría, aunque de a poco las mujeres se empiezan a animar en tareas como la operación de maquinaria. De todas formas, hay discriminación y, para integrarse, las mujeres deben ponerse “hasta un poco machistas”, cuenta. Recién después de generar “confianza” pueden empezar a trabajar para cambiar esa realidad.
Daniela Durán, dirigente de la Unión Nacional de Trabajadores del Metal y Ramas Afines (Untmra), cuenta del cambio que se está dando en el sindicato. Las mujeres ya representan casi el 50% de la afiliación al influjo de fábricas de autopartes (principalmente asientos para autos de alta gama) y electrónica que contratan mayoritariamente mano de obra femenina. El cambio no es solo cuantitativo. Durán sostiene que el gremio está trabajando mucho por lograr un cambio cultural. Sin embargo, “las diferencias siguen estando”.
“En el Consejo Directivo Nacional (35 miembros) hay siete mujeres, pero en el Comité Ejecutivo Nacional (11 miembros) hay una sola. Cuando vas subiendo se van acabando las mujeres”, dice.
Para Pau, la mayor participación de hombres tiene una explicación lógica: tienen más tiempo para dedicar a la actividad sindical. En el último tiempo, la Secretaría de Género promovió cambios en cuestiones prácticas como los horarios de las asambleas. Logró que se hicieran más temprano y que no sucediera más aquello de convocar a una hora y empezar dos horas después. La clave para seguir avanzando está en la “corresponsabilidad familiar”, dice Pau.
“Siempre pongo este caso. Si hay una pareja de dirigentes sindicales que tienen hijos y los dos tienen asamblea a la misma hora y el mismo día, ¿quién deja de ir para encargarse de los nenes? El varón ni se lo plantea: ‘Yo tengo asamblea’. Por ahí tenemos que arrancar”.