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    Las termas, la lluvia y el hastío

    “Tanta agua”, una película uruguaya

    Si esta película no fuera uruguaya, cualquier espectador atento podría pensar que debería serlo. Desde el principio al fin, Tanta agua no solamente delata su origen sino que revela a las claras que detrás de ella está Control Z, empresa que ahora dicen que se disolvió pero que en la última década le ha puesto el sello a películas como “25 Watts”, “Whisky”, “La perrera”, “Acné”, “Gigante” “Hiroshima” y “3”. ¿Qué quiere decir “poner el sello”? Aunque a los titulares de Control Z no les convenza, es bastante claro que hay un estilo definido que vincula a todos esos filmes, por encima incluso de sus autores.

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    No es algo impuesto, porque ello significaría despreciar el trabajo autoral de Rebella, Stoll, Nieto, Veiroj o Biniez, sino un factor generacional que los hermana y que deriva naturalmente de una manera compartida de ver el mundo, de relacionar a sus personajes con el ambiente en que se integran, con la época que les tocó vivir y con una insatisfacción vital que se expresa a través de un estilo moroso, introspectivo, parco y en extremo detallista. En el mejor de los casos, ello trae aparejado un tipo de cine fundamentalmente visual, que depende siempre de la imagen, nunca de la palabra. Otras veces, se ha señalado que ese mismo estilo tiende a observar el mundo con una óptica depresiva, por no decir deprimente.

    Ello es suficiente para anotar que Tanta agua, escrita y dirigida (como todo filme autoral) por Leticia Jorge y Ana Guevara, es una película que no trata de contar una historia, aunque sea mínima, sino de utilizar una situación básica para plantear un conflicto de personajes, observados con minucia y lanzados a la cancha sin previa introducción, cosa que vayan redondeándose a medida que se enfrenten e interactúen. Gradualmente, paso a paso, el espectador va sabiendo algo más de cada uno de ellos, va calibrando su psicología, va entendiendo sus actitudes aunque sean contradictorias, porque de acuerdo a un plan muy pensado, cada personaje se define a sí mismo por lo que hace y por lo que dice, no por sus antecedentes o su historia previa, que no se conoce de primera.

    Entonces es claro que acá hay un libreto, cuya ausencia o falta de cuidado es el reproche más recurrido en el cine nacional. Las directoras han partido de un plan muy elaborado, a partir de que un padre divorciado y cuarentón (Néstor Guzzini) decide pasar unas vacaciones en las termas del Arapey con sus dos hijos. La mayor (Malú Chouza) es una adolescente en esa edad difícil que nada la conforma; el hermano (Joaquín Castiglioni) es un niño de unos diez años preocupado solamente en jugar y en comer. Ninguno de los dos tiene una mínima afinidad con el padre, y este por su parte nunca ha hecho demasiado esfuerzo por acercarse a ellos, entenderlos ni educarlos, porque esa tarea correspondió siempre a la madre, a quien se ve de lejos al principio y nunca más después.

    Menuda tarea para ese padre solo que no cuenta con la complicidad de los hijos, no sabe cómo hablarles y cree que automáticamente esas vacaciones van a operar el milagro. Pero todo sale mal porque llueve todo el tiempo, las piscinas no están habilitadas, el bungalow es muy chico para estar encerrados, no hay siquiera televisión para distraerse un poco y la convivencia se hace tirante porque simplemente no hay diálogo. ¿Deprimente? No tanto, porque hay humor en el modo de observar esa triple incomunicación y porque, de alguna manera, muchos espectadores no necesariamente divorciados pero sí con hijos habrán vivido tal vez situaciones semejantes. Lo importante entonces era tener un agudo sentido de observación, captar el lenguaje cotidiano, enfocar a ese triángulo con cierta calidez humana y prestarles el realismo necesario para hacerlos creíbles y queribles.

    El compromiso no se cumple a cabalidad, porque a pesar de que los diálogos son elementales y suenan auténticos, la película falla en el ritmo de las escenas, muchas de las cuales se alargan sin aportar nada (mostrar el aburrimiento sin otra cosa que fijar la cámara sobre gente aburrida, siempre va a resultar inevitablemente algo aburrido). Lo único que puede sortear esos baches son las actuaciones, porque a veces un largo primer plano mudo dice más que mil palabras. Pero no se podía pedir mucho a una debutante como Malú Chouza, cuya inexperiencia solo pudo ser obviada con una férrea dirección de actores. Como ella adquiere protagonismo a partir de la segunda mitad (un flirteo con otro adolescente del lugar, la relación con una nueva amiga, la desilusión de una salida nocturna que termina mal), era esencial contar con una actriz por lo menos intuitiva, con una dicción más exigida y una vida interior más intensa.

    El chico Castiglioni tiene un papel muy menor, pero el único que se desenvuelve con soltura es Guzzini (recordado como el que cuidaba enfermos con Sara Bessio en “3”), dotando de veracidad a ese padre que trata de superar el mal tiempo y el hastío de sus hijos con resultados casi siempre muy pobres. La película tiene virtudes de ambientación y sonido, además de una fotografía siempre muy cuidada. Se entiende a dónde quiere llegar y hasta el esfuerzo para hacerlo. Pero los riesgos de este tipo de filmes dependen de sostener una situación única durante cien minutos donde pasan pocas cosas pero que sin embargo deberían ser importantes para los personajes. Da la impresión de que luego de ese lapso, todo seguirá igual porque no hubo nunca un conflicto que acercara a las partes o las distanciara para siempre. El drama (si lo hay) no se hace sentir y los personajes no se alteran por haber pasado una experiencia enriquecedora. ¿Qué ocurrió? Nada. La sensación final es la de haber presenciado algo tan aburrido como los personajes. Y ese no debió ser el efecto buscado.

    “Tanta agua”. Uruguay-Alemania-México-Holanda, 2013. Dirigida y escrita por Ana Guevara y Leticia Jorge. Con Néstor Guzzini, Malú Chouza, Joaquín Castiglioni, Sofía Azambuya, Andrés Zunini. Duración: 102 minutos.