Nº 2183 - 21 al 27 de Julio de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl 11 de julio de 2002 fue un jueves, hace poco más de 20 años. El frío se hacía difícil de tolerar, como todos los inviernos, pero mucho más por lo angustiante de aquellos días. Esa mañana, los diarios, semanarios e informativos radiales y televisivos hicieron un repaso de los grandes problemas económicos por los que atravesaba Uruguay y el panorama era desolador. La cuerda que sirve para mantener en equilibrio a la política, la economía y la sociedad estaba muy tensionada, a punto de romperse.
En la tarde, más precisamente a las 16 horas, estaba convocado el Senado de la República para concretar una interpelación al ministro de Economía, Alberto Bensión, por parte del legislador del Frente Amplio Alberto Couriel. Como cronista parlamentario de Búsqueda, fui el encargado de cubrir esa sesión y me quedó grabada la tensión que se respiraba en el ambiente. Fueron casi 24 horas ininterrumpidas de debate con la idea de que el precipicio estaba a unos pasos y que la niebla era cada vez más espesa y dificultaba cualquier tipo de movimiento.
La historia que vino después es más que conocida. La interpelación terminó con un ministro de Economía con escaso respaldo político, tanto de la oposición como de parte del gobierno de coalición, y a los pocos días debió renunciar a su cargo. En lugar de disiparse, la crisis se hizo cada vez más profunda. Luego vino el feriado bancario, el cierre y la liquidación de bancos y cosas peores. La tormenta se había desatado y faltaba todavía mucho para que empezara a escampar.
Pero hubo un detalle que en la cobertura inmediata que realizaron los medios de la interpelación fue absolutamente secundario y que el tiempo lo terminó ubicando en un rol central. Bensión dedicó una parte sustancial de su intervención a explicar cómo el gobierno uruguayo había intentado durante la primera mitad de 2002 separarse lo máximo posible de Argentina, luego de que a fines de 2001 ese país estallara por los aires, renunciara su presidente y tuviera que soportar a cinco mandatarios distintos en 11 días. Relató que la economía local era excesivamente dependiente de lo que ocurría al otro lado del Río de la Plata y que era necesario cortar ese lazo. Habló de la “desargentización” de Uruguay como una medida urgente que ya se había comenzado a aplicar.
Recuerdo que ese fue el título principal de la edición de Búsqueda que salió exactamente una semana después de la interpelación. Los vaivenes políticos de ese momento, con la renuncia de Bensión incluida, sacaron a la “desargentización” del centro del debate, pero su concreción llevó a que Uruguay pudiera recuperarse mucho más rápido que su vecino. Eso y un sistema político que también se mostró muy distinto, actuando en conjunto, casi sin fisuras, cuando fue necesario.
Lo coincidente es que este mes, justo cuando se cumplen 20 años de esos episodios, Argentina vuelve a ser un volcán a punto de erupción. La situación económica por la que atraviesa ese país empeora día a día y no está del todo claro cuál es el fondo del pozo. Algunos episodios se repiten como si la historia fuera un círculo casi perfecto. La diferencia fundamental con respecto a 2002 es que Uruguay está muy pero muy lejos de todo eso.
Pero a muchos de los que habitan en la que supo ser la Provincia Oriental les encanta vivir mirando hacia el otro lado del río. Intentan trasladar realidades, comparan situaciones y tratan de repetir los mismos enfrentamientos sordos que tanto han envenenado a las tierras de San Martín durante sus más de dos siglos de historia.
Hablan, por ejemplo, de la grieta local. Les gusta sentirse soldados de uno de los bandos en una guerra que viven como si fuera la del fin del mundo. Creen que ellos son los buenos y los otros los malos y que todo lo que venga de los que están en el “ejército enemigo” está mal. Se regodean sintiéndose protagonistas de una historia violenta en lo verbal, en la que solo ellos viven.
Porque Uruguay no es Argentina y mucho menos desde aquel 2002. Esa lucha constante e irreconciliable que llevó al periodista argentino Jorge Lanata a introducir la palabra grieta para referirse a sus compatriotas no tiene su espejo local. Que algunos por aquí la sientan de esa forma no quiere decir que sea real.
Basta con recurrir a un ejemplo por demás relevante para confirmar esa conclusión. Uruguay está dividido hoy en dos bloques políticos que en las últimas instancias electorales representan prácticamente a mitades, aunque una por encima de la otra. De un lado está la coalición multicolor, que ha sido la triunfadora en las últimas tres elecciones por más o menos margen, y del otro el Frente Amplio, que perdió el gobierno nacional pero sigue representando a un porcentaje altísimo de votantes.
Si hubiera que definir a dos representantes de esos bloques, uno de cada lado, no cabe duda de que el del oficialismo sería el presidente Luis Lacalle Pou. No hay nadie que pueda ser tan abarcativo de los agrupados en la alianza multicolor. En la vereda de enfrente hay más posibilidades, pero quizá el más emblemático sea José Mujica, principalmente porque fue presidente y porque sigue siendo un referente local e internacional de la izquierda.
Lacalle Pou y Mujica. Mujica y Lacalle Pou. Ellos parecen ser los abanderados de uno y otro lado en esa supuesta grieta que dicen que divide a los uruguayos. A simple vista, no tendrían casi nada en común. Es más, si la única referencia son las redes sociales, uno es todo lo que el otro no es y viceversa.
Sin embargo, son mucho más parecidos de lo que aparentan. Los dos son políticos de raza, con mucho olfato y sentido común. Ambos llegaron a presidentes, y eso no es para cualquiera. Y lo hicieron a partir de trabajo, esfuerzo y mucho contacto con la gente, cada uno con la suya. Son dialoguistas y carnívoros cuando es necesario. Tienen mucho para entenderse. Lo que hace falta es que se hablen más entre ellos. Esa sería la forma de terminar de borrar la sombra argentina.
Ahora es un buen momento para concretar esa reunión cumbre como un gesto simbólico con un poder comunicacional importantísimo. Es Lacalle Pou el que debería tomar la iniciativa porque él es el presidente. Hay dos temas que son la base perfecta para procurar a través de ese encuentro algo parecido a una política de Estado. El primero es la imprescindible reforma previsional y el segundo, la posibilidad de firmar un tratado de libre comercio con China. ¿Están Lacalle Pou y Mujica tan alejados en estos asuntos? ¿Qué tan importante es esa foto de los dos sentados mano a mano intercambiando sobre esos temas para terminar de construir un muro ante lo que está ocurriendo en la vecina orilla? Hace falta conocer las respuestas.