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    Lo que vendrá

    Director Periodístico de Búsqueda

    N° 1954 - 25 al 31 de Enero de 2018

    , regenerado3

    Escribir desde la tristeza que queda después de la rabia por su temprana muerte. Sentarse frente al teclado y a la pantalla, a un costado de su oficina, de su escritorio, solo separado por una fina mampara que en los últimos meses se hizo aún más transparente. Tratar de resumir las emociones, los recuerdos y los desafíos que hacen un poco más largas las últimas noches. No es fácil.

    Nada es fácil en estos días. Ni tiene que serlo. Son cientos las llamadas, saludos, cartas, abrazos, palmadas en la espalda y palabras que buscan el aliento o el consuelo. Todas son muy bienvenidas y ayudan, pero ninguna es suficiente para llenar el vacío que dejó Claudio.

    Fueron 22 años que compartimos en la redacción de Búsqueda. Crecí periodísticamente a su lado. Tenía 19 años cuando me abrió las puertas del semanario y hoy me toca despedirlo desde este espacio, su lugar en la página 2 que cada semana ocupaba una parte importante de nuestros diálogos.

    Prefiero no referirme aquí a todas sus virtudes y méritos. Para eso destinamos el editorial y varias páginas de esta edición. Lo que quiero es recordar algunas de nuestras últimas charlas que, aunque fueron de temas bastante diferentes, tienen mucho que ver entre sí.

    A Claudio le diagnosticaron cáncer en el segundo semestre de 2016. Fue una noticia terrible en el mejor momento de su carrera. Me la dio él con esa franqueza y frontalidad que tanto lo caracterizaban. “Voy a dar la pelea y le voy a ganar al bicho”, dijo con su voz grave y convincente.

    Sabía que era imposible pero eligió no verlo de esa forma. Eligió vivir y para eso se fue entusiasmando día tras día. En algunos tiempos con más energía y en otros con menos, pero nunca perdió la pasión en su lucha. Siempre fue un peleador y esta era la batalla más importante, le gustaba decir.

    Sí, la más importante, porque se abrazó a la vida con todas sus fuerzas. La enfermedad siguió avanzando pero él se encargó de disimularla. La Escuela de Periodismo, las columnas, los consejos que me daba sobre el contenido del semanario, todo era un alimento más para sumar días, semanas, meses.

    Al promediar diciembre, las fuerzas ya no eran las mismas pero sí el ánimo. Fue por esos días en los que aumentaron nuestras charlas con mucho más presente y futuro que pasado. Personales, telefónicas, por WathsApp, por mail, la manera siempre fue secundaria si se lograba cumplir el objetivo: permanecer comunicados.

    “Adentro del spa y medio flojón, asimilando el tren que me está pasando por arriba. Pero en la lucha, como siempre”, me escribió antes de terminar el año. El “spa” era el Hospital Británico.

    Dos reflexiones de esas horas se transformaron en mi sombra desde el fatídico viernes. La primera es la importancia de la familia y de los afectos más cercanos en las horas más difíciles. En ellos, en su esposa Adriana y en sus hijos Tatiana, Santiago y Juan Manuel, se refugió en la últimas horas porque así lo quiso. A ellos les dedicó con amor profundo su vida y con ellos quiso terminarla.

    La segunda es sobre su otra pasión, el periodismo, y sobre su segunda casa, el semanario Búsqueda. Me dijo que estaba “orgulloso” de la redacción de periodistas de Búsqueda y galería y que eso lo hacía sentir muy tranquilo y seguro de los buenos resultados de su trabajo de décadas.

    “Te dejo encomendado que mantengas unido este equipo maravilloso de excelentes profesionales y sigan haciendo siempre lo que hoy hacen”, me dijo. “Lo que nos enseñaste”, acoté con los ojos húmedos. “Sí, y más que eso”, pidió.

    A eso vamos. Nunca estuve tan seguro al respecto como cuando vi lo que ocurrió en esta redacción el día que nos enteramos de su muerte.

    Tranquilo maestro, que a eso vamos.