Uno (“el tipo” —diría Wimpy) se sorprende cada día con algún nuevo divague humano, de esos que desconciertan y preocupan, y no atisba a ver el fondo del abismo hacia el que planea en forma descendente y con inconsciente alegría el género humano.
Uno (“el tipo” —diría Wimpy) se sorprende cada día con algún nuevo divague humano, de esos que desconciertan y preocupan, y no atisba a ver el fondo del abismo hacia el que planea en forma descendente y con inconsciente alegría el género humano.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAyer fueron los cazadores de Pokémon-go, que transitaban en locas masas a diestra y a siniestra, armados de sus celulares, corriendo como hormigas locas en procura de imágenes virtuales que “liquidaban” apretando alguna de las teclas de sus “armas” cibernéticas.
La prensa mundial destacaba, hace un mes o dos, los miles de millones de nabos que andaban cazando imágenes virtuales por esos caminos de Dios, desde las plazas céntricas de las grandes ciudades hasta los verdes prados de las lejanías, y no dejaban de agregar el dato de los millones de dólares diarios que se embolsaba la empresa creadora de esa insigne pelotudez, aprovechando que la clientela no hace sino crecer, desde Singapur hasta Nigeria, desde Francia hasta Bielorrusia, y desde Canadá hasta Venezuela, donde el pajarito de Maduro se debe haber alimentado con algún Pokémon-go, para saciar su apetito, desde que el alpiste viene escaseando mal en el país de la democracia autoritaria, y los muchachos de Aire Fresco no están embarcando, porque los anda buscando la Justicia.
Pero todo fue como una ráfaga olímpica, y hoy en día ya casi nadie menciona a estos bichos extraños y surrealistas, salvo, claro, los contadores de las ganancias de la empresa que los inventó, que ya debe estar craneando con sus ingenieros otra forma ingeniosa de meterles la mano en el bolsillo a los millones de débiles mentales cuyas neuronas son sin duda más elementales que las de los hombres de las cavernas, que salían a cazar mamuts con un garrote, y por lo menos de ellos sacaban el alimento para sus tribus.
Pero mientras tanto, no se sabe bien a quién, pero seguramente a alguien cuyo electroencefalograma está representado por una línea recta horizontal, se le ocurrió que ahora hay que cazar payasos.
A diferencia de las víctimas del Pokémon-go, que eran imágenes virtuales creadas por una computadora, los payasos de esta payasada son seres humanos, bueno, homínidos, de carne (picada, de segunda) y hueso, creados por un padre y una madre que, al enterarse de la feliz idea de sus vástagos, deben haber buscado en el harakiri una salida digna.
La cosa es así: un tarado se disfraza de payaso, agarra un garrote (o un machete o un objeto contundente que sirva para agredir al prójimo), se maquilla con amenazadores gestos agresivos (se trata de “payasos aterradores” o “acechadores”) y sale a asustar gente por parques y bosques de la ciudad. Mientras tanto, las benditas redes sociales organizan a través de los que tienen tiempo para perder en estas estupideces, unas brigadas cazadoras de estos “clowns” con rasgos de Chucky, y se dan cita para perseguirlos, cazarlos y —ahí ya a gusto de los consumidores— reventarlos, apresarlos, degollarlos, castigarlos, castrarlos, vaya uno a saber qué es lo que eligen los cazadores en el momento de la captura.
El invento apareció en los Estados Unidos, lo cual no sorprende, en la medida que allí también se inventó a Donald Trump como aspirante a presidente de la nación, y la semana pasada se reportaban casos de cacerías de payasos en 40 de los 50 estados de la Unión. Prendió rápido el tema: de inmediato aparecieron en varias ciudades europeas, y en Londres la Policía exhortó a los que piensan disfrazarse de payasos acechadores que en cualquier momento les podrían dar para el tabaco, y Scotland Yard no se hace responsable de los daños que pudieran sufrir.
Hace unos días, en la muy fiel y reconquistadora ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo, los bagres orientales entrampados en las redes sociales se dieron cita en la plaza Independencia, para ir a cazar payasos hasta el parque Batlle. Mientras iban en camino, atisbando aquí y allá dónde podrían encontrar un imbécil disfrazado para cazarlo y darle una tunda, en Piriápolis la Policía detuvo a otro tarado que, disfrazado de payaso, blandía un machete asustando transeúntes. Tenía 15 años (con un índice intelectual de 8 años, me imagino) y fue devuelto a sus padres, quienes no se supo qué destino le dieron al aventurero.
En el parque Batlle, la brigada de los cazapayasos uruguayos persiguió a dos disfrazados que corrían en diversas direcciones, despistando a sus perseguidores. Uno era gordo y lento, el otro era flaquito y rápido, pero ambos eran esquivos y escurridizos.
La oscuridad de la noche conspiraba contra el éxito de la cacería, generando ansiedad y adrenalina en los cazadores, quienes munidos de antorchas y linternas, correteaban por los canteros y entre los arbustos y los árboles del parque, despistando una y otra vez a los brigadistas de la captura. Risas, gritos de “¡allá va el gordo, no lo pierdan de vista!”, y “¡el flaco se nos escapó de nuevo, corran, corran!”, atronaban el aire.
Cuando ya empezaba a clarear el día, pero aún perdidos en la sombra de la noche que iba despareciendo, la multitud cazadora se dividió en dos, y por fin, a las cansadas, lograron capturarlos.
Les dieron unos empujones y los apresaron, sin golpearlos mucho, mientras ellos se debatían intentando liberarse de sus captores.
Grande fue la sorpresa de los cazafantasmas cuando comprobaron que los payasos disfrazados eran nada más y nada menos que el Bicho Bonomi y el Raulito Sendic.
En declaraciones a la prensa, ambos jerarcas expresaron que no se trataba nada más que de un juego, y que habían logrado el objetivo: esa noche no hubo las diecisiete rapiñas que ocurren cada noche en el parque Batlle, ni los treinta a treinta y cinco hurtos a comercios del Centro y del Cordón, que ocurren en esa zona entre las 21 y las 6 de la mañana siguiente, con lo que el índice de criminalidad había disminuido en un 28% gracias a su invento.
Ya no se sabe qué van a inventar para la semana que viene, pero en lo que respecta a creatividad, estos muchachos sí que saben.