N° 1931 - 17 al 23 de Agosto de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa primera noticia que tuve de Isaac Babel fue una anotación marginal de André Malraux; luego di con sus muy buenos Relatos de Odessa y con su casi novela La Caballería Roja; finalmente leí su cuento Guy de Maupassant y entonces quedé definitivamente cautivo del arte de uno de los más importantes narradores del siglo XX.
Ese texto tiene una anécdota casi insignificante, pero como el iceberg de Hemingway, el basamento de lo que no se dice es profundo y anchuroso, se pierde a bastante distancia de las superficies que vemos y habitamos. Nos presenta a un joven traductor que conoce a Raisa, también traductora, esposa de un abogado, con la que emprende un trabajo sobre un cuento precisamente de Guy de Maupassant. Hay algo erótico, algo loco e inesperado y a la vez preciso en esa pieza, como lo hubo en la propia vida del escritor francés, herido mortalmente por la sífilis y muerto en medio del delirio y la miseria. Esa mezcla está en las represiones y los juegos ambiguos que se dan entre el joven narrador y Raisa; una mezcla desconcertante y deliciosa que sugiere, que promete, que desalienta, que excita. El personaje va hacia la mujer, pero en el medio está Guy de Maupassant, esa vida dolorida y extraviada del mayor escritor de cuentos de todos los tiempos. Y esa mediación es puente pero también frustración, obstáculo; dato de la soledad, de la falta de horizontes, de esperanzas.
Para la policía secreta de Stalin este tipo de obras debían ocultarse a los ojos del pueblo, y a sus autores había que juzgarlos por alta traición, torturarlos para que se incriminen en insólitas conspiraciones, encerrarlos en húmedos sótanos de la Lubianka, amenazarlos con matar a toda su familia, hacerlos llorar, implorar y finalmente en la más helada madrugada conducirlos hasta un patio lateral y fusilarlos con un tiro en la nuca. Así, nos enteramos, terminó sus días en enero de 1940 el que con justicia podemos considerar el más leal heredero del arte narrativo de Chejov. La desgracia lo persiguió a Babel; tuvo el infortunio de representar todas las inconveniencias para el gobierno de esa época: era judío y para peor ni siquiera era comunista; tenía excesiva sensibilidad para los afectos, consideraba más los temas existenciales que los sociales, prefería pensar con independencia antes que repetir las infantiladas oficiales acerca de la cultura de clase y la relevancia ideológica de los libros.
Recomiendo la obra de Vitali Shentalinski Esclavos de la Libertad. Los archivos literarios de la KGB (Galaxia Gutenberg, Océano), donde se publican por primera vez las actas de los interrogatorios y se detallan los castigos corporales y psicológicos a los que se sometió a Babel y a otros escritores contemporáneos, en pleno auge de la tiranía de Stalin. El autor de la investigación también es escritor y apenas se formalizó la apertura en la Unión Soviética realizó todas las gestiones pertinentes para apresurarse a salvar la memoria de los apremios, humillaciones, asesinatos y encarcelamientos arbitrarios que la policía política ejerció contra los escritores durante el dominio comunista.
Su trabajo es fuente de primera para cualquier historiador, pues se trata del primer estudio que trabaja con los documentos originales de la KGB y que muestra el grado de maldad y de idiotez que tuvieron los soviéticos para imputar a los disidentes con supuestas conspiraciones contra el orden y la imagen del gobierno. Me impresionó un pasaje del interrogatorio del 29 de mayo de 1939, donde el verdugo muestra el rasgo surreal y patético que siguieron esos procesos: “Pregunta: ha sido usted detenido por sus actividades antisoviéticas y por traición. ¿Se considera culpable de estos cargos? Respuesta: No, no me considero culpable. P: ¿Cómo hay que considerar su declaración de inocencia ante la evidencia de su detención?”. La lógica es demencial: toman prisionero al escritor, ese hecho per se constituye la prueba suficiente de su culpabilidad…
Junto con el de Babel se presentan los casos también emblemáticos de Bulgakov, Platonov, Gorki y la similar tragedia de más de dos mil escritores que sufrieron bajo el prepotente odio de los comunistas, que por definición nunca toleran de buenas maneras las diferencias. Libro análogo del mismo autor en la misma editorial es Denuncia contra Sócrates, que recoge una nueva visita a los archivos literarios de la KGB. Es tan estremecedor el testimonio como el del primer libro; solo que, en este caso, más absurdo.