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    Los dichos de Fernández Huidobro (I)

    Era previsible que el entendimiento de los partidos fundacionales para las próximas elecciones departamentales de Montevideo causara preocupación en filas de la “fuerza política” que para ese momento cumplirá un cuarto de siglo al frente de la Intendencia capitalina. Era esperable también que quienes ven peligrar su permanencia en el poder luego de 25 años de gobierno criticasen duramente a blancos y colorados. No vale la pena pues controvertir esos dislates. Pero en atención a la investidura de Fernández Huidobro, la sociedad no debe dejar pasar por alto la grosería con que este ministro embistió el acuerdo calificándolo de “sexo explícito” y sosteniendo que “antes era de taparrabos, con una hojita de parra. Era en tanga. Ahora es en bolas nomás, en pelotas”.

    El estilo no es nuevo y por tanto a nadie escandaliza; de tan chabacano no llega a ofender. Pero esta actitud es un buen punto de partida para reflexionar serenamente entre todos acerca de la forma como contribuyen estas actitudes a la progresiva degradación cultural en la que peldaño a peldaño ha caído y sigue cayendo la sociedad que otrora quiso ser la más culta y educada de la América Latina; aquella “Suiza de América” que si bien puede no haber existido más que en el imaginario colectivo, significaba una meta a alcanzar por todos los uruguayos sin distinción.

    Ocurre que desde el gobierno hace rato que se ha confundido lo popular con lo vulgar y la buena educación con lo “cajetilla”. Y esta confusión que para muchos es algo menor, está teniendo consecuencias devastadoras en nuestra sociedad que ya no valora el respeto y los buenos modales que pasaron a ser una “cuestión de clases sociales”. Naturalmente que los más perjudicados por esta apología del “malhablado” son los sectores más vulnerables de la sociedad, los menos instruidos y los más jóvenes a quienes se les termina consolidando en esa situación. Jóvenes que en muchos casos no saben cómo expresarse cuando se presentan a una entrevista de trabajo, por ejemplo.

    A ello se suman las personalidades más representativas del gobierno lanzando agravios a coro contra los universitarios como una suerte de desahogo que no deja de tener cierto tufillo a resentimiento en el mejor de los casos, y a demagogia en el peor de ellos, tendiente a complacer a quienes no han querido, no han sabido o no han podido mejorar su preparación para tener empleos o actividades más calificadas y por consiguiente mejor remuneradas.

    Alcanza con recordar los ataques del presidente Mujica diciendo que la sociedad está “infestada de economistas, abogados y escribanos”. Y el mismo Fernández Huidobro calificando de “mafia blanca” a los médicos. No hace muchos años, el MLN Tupamaros se refería despectivamente al grueso de la masa social como “el lumpenaje” o “el cascarriaje”. De esta forma se descalificaba a los sectores de la sociedad que no acompañaban aquella aventura violentista que tanto dolor causó en la sociedad uruguaya y de la que no es “políticamente correcto” hablar en estos tiempos.

    Ahora se les pretende atraer haciéndoles creer que en la vida es suficiente la filosofía del cafetín, la filosofía de la esquina y se les consuela diciéndoles que no deben ni consumir mucho ni avergonzarse de ser pobres. Se olvida el presidente y su ministro de Defensa que el mayor factor de movilidad social lo fue la enseñanza en general y la universitaria particularmente. Ignoran estos gobernantes que muchos de esos profesionales son de origen humilde, provenientes del interior, descendientes de inmigrantes que se recibieron haciendo enormes sacrificios porque mucho antes del 1º de marzo de 2005 creyeron en la “educación, educación, educación”.

    Y no se nos malinterprete. No se trata de una diferencia ideológica ni de una “concepción de clase”. Lo ideológico y las clases sociales poco tienen que ver con este estilo chabacano. Se trata de una distinta concepción de los valores que deben transmitirse a los más jóvenes y a los más desposeídos. Es que este estilo está ganando (si ya no lo ha hecho) una batalla cultural que se promueve desde la autoridad y cuyas consecuencias ya están a la vista cuando se analizan por ejemplo los niveles en que ha caído la enseñanza a pesar de los recursos que maneja. Cuando un ministro de Estado insulta de esta forma, impacta en el niño que interpreta como algo “oficial” la “palabrota” que combaten sus padres y sus maestros en el hogar y en la escuela.

    Cuando un gobernante trata de “nabos” a los que opinan diferente, siembran —aún sin proponérselo— la intolerancia y oficializan la violencia en nuestros jóvenes y adolescentes.

    En fin, estamos en un tiempo de vulgaridades que son aplaudidas desde las barras bravas, desde la masa y que incluso son vistas con simpatía en el concierto internacional donde los diplomáticos y gobernantes (educados y universitarios por supuesto) elogian las excentricidades como hacían los nobles en los salones de té versallescos de las cortes aristocráticas. Sin embargo, hace ya muchas décadas que aquel gran filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, enseñaba en su obra “La rebelión de las masas”, que el verdadero problema de las sociedades no está en que “el vulgar se crea que es sobresaliente y no vulgar, sino en que el vulgar proclame e imponga el derecho de la vulgaridad o la vulgaridad como derecho”.

    Fernando Scrigna