Según ese jerarca —señalado por algunas encuestas como la tercera persona más influyente de su país, después del presidente Ollanta Humala y la esposa del mandatario, Nadine Heredia—, “en general, los gobiernos de la región de cualquier color han aprendido las lecciones del pasado: la disciplina macroeconómica paga”.
—Perú se transformó en una de las estrellas brillantes de la región. ¿Qué sustenta ese desempeño?
—Son cuatro políticas que han perdurado pese a los cambios de gobierno.
Una es el consenso en torno a un manejo macroeconómico ordenado. Los fundamentos tanto fiscales, financieros y monetarios son muy sólidos, y de hecho el Perú tiene el nivel de riesgo país más bajo de América Latina, incluso menor que Chile, México o Brasil.
Lo segundo es una clara apuesta por la apertura. El 95% de nuestro comercio está amparado bajo tratados de libre comercio y ha habido un proceso muy agresivo de reducción unilateral de aranceles; tenemos la tasa arancelaria más baja de la región.
Tercero, un régimen muy abierto hacia la inversión, tanto local como extranjera. Tenemos un régimen que no discrimina entre ninguna de las dos. Esto ha hecho por ejemplo, que la inversión extranjera directa se multiplicara por diez en los últimos años y hoy Perú es de los mayores receptores en términos de su Producto Bruto Interno (PBI) entre los mercados emergentes.
Todos estos factores, en adición a las reformas llevadas adelante, han hecho que el Perú se transforme. Es un país que creció a tasas sostenidas por encima del 6,5% por más de diez años, los niveles de pobreza una década atrás superaban el 60% y hoy no llegan a 25%, hay una clase media muy pujante que demanda muchos bienes y servicios a los que antes no tenía acceso. Esa demanda interna es el sustento de nuestra economía y en cierta forma permitió mitigar el impacto adverso de la coyuntura actual de caída de los precios de las materias primas que exportamos y el menor crecimiento en mercados de destino como Europa y Estados Unidos.
Con estos factores Perú ha tenido un buen desempeño, pero persiste un número importante de retos.
—El presidente Ollanta Humala llegó al poder respaldado por comunistas y socialistas. ¿Hay en la izquierda latinoamericana una nueva mirada de cómo gestionar la economía, menos ideológica?
—No quisiera tildar las ideologías de nadie, ni siquiera la del presidente Humala.
Pero en general, los gobiernos de la región de cualquier color han aprendido las lecciones del pasado: la disciplina macroeconómica paga. La estabilidad fiscal y la baja inflación son atributos que la sociedad valora. En general los fundamentos macroeconómicos de la gran mayoría de los gobiernos de la región, de izquierda o derecha, han mantenido esto como un fundamento de sus políticas. Eso es parte de la lección de políticas claramente inorgánicas del pasado, como la falta de independencia de los bancos centrales, un exceso de deuda y la falta de una cultura de ahorro para poder reactivar la economía en épocas de vacas flacas.
—Perú, como Uruguay y otros países de la región, se benefició en los últimos años de los commodities valorizados y la afluencia de capitales en los años recientes, pero al mismo tiempo el dólar barato deterioró la competitividad exportadora. ¿Cómo lidiar con todo esto?
—Esto hay que verlo en un horizonte un poco más largo y también evaluar la coyuntura.
En los últimos diez años el tipo de cambio en el Perú se apreció 40%, y pese a eso las exportaciones no tradicionales se multiplicaron por cinco. Entonces, la pérdida de competitividad nominal obligó a que el sector empresarial optara por medidas de reducción de costos para ser mucho más eficientes. De hecho, la productividad aportó mucho al crecimiento en la última década, en la que hemos vivido una bonanza minera por los altos precios de los commodities.
Hay que ver el tipo de cambio real y sus determinantes. Obviamente que cada empresa tiene su tipo de cambio y eso es muy específico al esfuerzo que hagan para ser más productivas.
Ahora, en la coyuntura actual evidentemente tenemos una gran entrada de flujos de capitales —el año pasado ingresaron al Perú unos U$S 25.000 millones, cerca de 12% del PBI que estuvo dirigida al financiamiento de mediano y largo plazo, especialmente de empresas, además de la inversión extranjera directa. El gobierno ha tenido superávit fiscales en los últimos años y la deuda pública se redujo a menos de 20% del PBI.
Lidiar con esta situación donde entran los capitales para financiar la actividad productiva es un desafío, pero también obliga a que haya mayor eficiencia. Y el indicador clave es el tipo de cambio real. ¿Y qué determina ese tipo de cambio? La productividad, la reducción de los costos logísticos, la mejora en la calidad de la mano de obra, todos aspectos en los cuales los países que son exitosos logran ser competitivos pese a recibir flujos de capitales que tienden a apreciar sus monedas. Ese es el reto.
En Perú desterramos la idea de introducir distorsiones o controles. Eso no funciona. Y si son capitales que llegan para financiar actividades productivas de largo plazo, en buena hora.
—¿Perú logró transformar su estructura productiva lo suficiente que permita prolongar este ciclo de crecimiento si desmejora el contexto externo?
—No, ese es un desafío. El hecho de que tengamos una demanda interna mucho más fuerte, producto de una clase media pujante, permite diversificar la economía. Pero es todavía una economía con un sesgo fuerte hacia los sectores primarios; dos terceras partes de las exportaciones son commodities, como metales, harina de pescado, café.
El reto justamente es que ahora que entramos en un mundo donde quizás los vientos no soplen a favor y la tendencia de los precios sea probablemente a la baja, se requieren políticas transversales —infraestructura, capital humano, etc.— que permitan una diversificación mayor. Ha habido un proceso de ese tipo a partir de un rico acervo de recursos naturales que tenemos, pero es insuficiente. Esto requiere inversión en investigación y desarrollo, en capital humano, entre otros aspectos. Hay países que lo han logrado, como los escandinavos, Australia o Canadá. Chile es un ejemplo de un país minero que también exporta servicios vinculados. Es uno de los grandes retos de Perú poder diversificar la estructura productiva, porque somos un país vulnerable a lo que pasa afuera. China es nuestro principal socio comercial, y si crece menos de lo previsto, eso nos afecta.
—Los indicadores de pobreza y desigualdad mejoraron, pero aún siguen altos. ¿Son la parte negativa del balance de este ciclo exitoso de Perú?
—No, los datos constatan mejoras. Obviamente seguimos siendo un país de contrastes, especialmente entre las zonas urbanas y rurales. De hecho, hay grandes brechas en la calidad de los servicios; la educación pública es muy mala y hay carencias de conectividad de centros alejados por la geografía de los centros de empleo.
Perú ha avanzado en el ámbito social, pero lo principal —y aquí voy a citar uno de los objetivos centrales del presidente Humala— es traducir en beneficios sociales todo este crecimiento, que hay que mantenerlo. Que el crecimiento se transforme en desarrollo para todos; tenemos zonas urbanas con pleno empleo y donde la modernidad ha llegado, que tienen a su lado zonas desconectadas de este progreso. Y para cambiar eso están las políticas públicas y el trabajo del sector privado.
En resumen, hemos avanzado. Pero el reto es tener un crecimiento mucho más inclusivo. Las políticas y reformas que llevamos adelante van en esa dirección.