N° 1971 - 31 de Mayo al 06 de Junio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLlama poderosamente la atención cómo lo “gris” tiende a esparcirse entre personas, empresas y organizaciones. Los “grises” tienen una habilidad natural, casi genética, para sobrevivir prácticamente a cualquier entorno.
Se los ve por doquier: empresarios, estudiantes, empleados, docentes, deportistas, políticos o sindicalistas. Son como una logia que se permea entre clases sociales, ideologías y familias de toda condición. Lo podemos resumir en una frase: “Los grises al poder”.
El gris no es nada. No tiene la claridad, transparencia o pureza del blanco, ni la maligna oscuridad del negro. Simplemente es gris.
En vez de combatirlos, los grupos humanos tienden a tolerar y hasta defender a los grises. Es común ver en las empresas cómo personas anodinas, con pocos talentos y escasas virtudes, se mantienen años en sus cargos. Y muchos hasta logran ascender a posiciones de cierto relieve.
En los empleos públicos los grises se reproducen como bacterias. Es que los sistemas de incentivos no premian a los mejores ni a los más innovadores, sino a los más obsecuentes. Y el premio no es menor: empleo inamovible, pocas responsabilidades, beneficios laborales varios y una exigencia de media a baja. ¡Lotería!
El gran problema no son los grises en sí (que siempre los hubo y los habrá). El problema es la actitud contemplativa que se tiene ante ellos. Pareciera que ni dueños de empresas, ni gerentes y menos aún los propios compañeritos de trabajo quieren terminar con esta plaga. Se han acostumbrado a convivir con ellos. Como un mal necesario imposible de extirpar.
Para salir de esta situación se requieren tres componentes que escasean: 1) Convicción. Creer en la excelencia. Pocos lo hacen. Y quienes lo logran, es luego de una dura y larga lucha a brazo partido. Pero vale la pena. 2) Coraje. Hay que ser corajudo para enfrentarse a las mayorías y remar contra la corriente. Es que ese es el verdadero liderazgo: conducir a la gente hacia un lugar mejor, no acompañarlos a donde cómodamente quieren ir. Y 3) Constancia. Los procesos de cambio organizacional o cultural no son de un día para el otro. Por eso requieren tan enfáticamente de los dos primeros factores.
El Uruguay de hoy es un país gris, con tonos de gris oscuro. No hay grandes proyectos desafiantes como sí los hubo antes. Y cuando surge algún proyecto “faraónico”, generalmente es con fondos públicos mal gestionados y cuyo principal objetivo es beneficiar política o económicamente a sus promotores, más que para elevar la vara de nuestras comunes aspiraciones.
Para salir de esta grisura que nos envuelve a diario, nada mejor que leer a José Ingenieros en su magnífica obra El Hombre Mediocre, quien nos recomienda tener ideales de perfección para no ser mediocres:
“Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible; los ideales, entre todas las creencias, representan el resultado más alto de la función de pensar. Cuando un filósofo enuncia ideales (para el hombre o para la sociedad) su comprensión inmediata es tanto más difícil, cuanto más se elevan sobre los prejuicios y el palabrerío del ambiente que le rodea”.
¿Será por esta “falta de comprensión inmediata” que prosperan las propuestas tontas y los tontos que las proponen? ¿Será un ideal inalcanzable pensar que podemos construir un destino más puro y menos gris? Lamentablemente no tengo una respuesta. ¿La tiene usted?