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    Marina y Ana, macana tras macana

    Hay que avisarle al Pepe Mujica, que anda imaginando una candidata del sexo fuerte para la presidencia de la República, que por favor no vaya al Mides a buscarla.

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    Creo que prefiero a Macarena Gelman, o a la mismísima tía Constanza, antes que a estas dos chicas, que han tomado al Mides por asalto y se divierten como locas contratando sin licitación, poniendo al Tocaf en la procesadora como si fuera un pepino para la ensalada, y creyendo que el Tribunal de Cuentas es un grupo musical que desafina, y que si a ellas no les gusta lo que está tocando, apagan la radio y listo.

    Estas damiselas se han puesto de moda en estos días, y han copado las primeras planas de los periódicos, desplazando a “las tres T” (Tabaré, Trump y Temer) que las tenían monopolizadas.

    En esta última etapa la que arrancó fue doña Marina, la misma que empezó su gestión designando a su yerno en un cargo de confianza (igual que el pato Donald Trump, mire usted qué coincidencia), esta vez explicitando su rocambolesca teoría (de la que ya hablé, así que no me voy a explayar) de que el aumento de la cantidad de personas en situación de calle se debe a que los ricos tiran sillones a la calle, y en ellos buscan refugio los indigentes, dando así lugar a nuevos asentamientos.

    Si un psiquiatra (no comunista, claro) analiza objetivamente esta tesis, puede concluir que su autora padece de un desequilibrio luchaclasista (también llamado Síndrome de Marx&Engels).

    En marzo pasado, el Tribunal de Cuentas les observó a estas distinguidas damas la contratación directa (así, sin licitación, incómoda palabreja que debería borrarse del diccionario jurídico-político junto con el abuso de funciones), de más de setenta (yes, 70) instituciones, todas ellas contratadas para dar alivio, cuidado y consuelo a los más necesitados.

    El problema es que todos los contratos se hicieron violando el  Tocaf (¿qué es eso, que suena como si uno se hubiera atorado?) y la Constitución de la República (¿qué es eso de la Constitución? ¡cómo molestan estos burócratas!).

    El fin es muy loable en todos estos contratos, pero no justifica los medios, como lo escribió Napoleón en la última página de su edición de “El Príncipe” de Maquiavelo (y no Maquiavelo, como muchos creen).

    Como si esto fuera poco, ahora la Auditoría Interna de la Nación (—Ana, ¿vos sabés qué corno es eso? —No, Marina, no tengo ni idea) les ha lanzado unos misiles como los que tira diariamente el gordito norcoreano, al que estas señoras deben admirar, porque ese sí que hace lo que le da la gana sin que nadie lo contradiga, y si alguien osa hacerlo, lo tira vivo a los perros hambrientos.

    La AIN ha acusado (textualmente) al Mides de “falta de transparencia en la contratación”, “controles insuficientes”, “debilidades” para efectivizar su cumplimiento, y ha constatado “pérdida o sustracción de bienes” de los lugares donde se prestan los servicios, lo que “no permite asegurar la confiabilidad de los gastos, lo que implica un elevado riesgo de manejo inadecuado de los recursos”.

    No entro en más detalles porque me da vergüenza ajena. La Auditoría Interna de la Nación hasta les objeta por ineficientes los tratamientos de los que son objeto los beneficiarios del programa, las acusa de no tener un inventario administrativo de sus bienes afectados al funcionamiento de los centros, lo que afecta “la confiabilidad de los gastos”.

    Como si fuera poco, al igual que el Tribunal de Cuentas, la AIN les advierte a las propietarias de la chacrita, Marina y Ana, que los mecanismos de contratación que usan (los mismos que usaba Stalin, por ejemplo) “ponen en riesgo la transparencia en la ejecución de esos procesos”.

    En una reciente conferencia de prensa, doña Ana refutó todas estas fruslerías, y dijo que la importancia de los servicios que el Mides les proporciona a sus beneficiarios está por encima de todas estas formalidades (que son unas vulgares paparruchas burocráticas, debe haber pensado, aunque no lo dijo).

    Como si todo esto fuera poco, las muchachas se han lanzado ahora (con la oposición, no solo de la oposición, sino de muchos de sus correligionarios de la “fuerza política”) a argumentar que las asignaciones familiares no deben tener la contrapartida (que exige la ley que las crea, pero esto a quién le importa a esta altura) de mandar a los muchachos a clase.

    Ellas dicen que las asignaciones las necesitan para llenarse la pancita, y que es una exigencia innecesaria obligar a los padres que manden a los gurises a estudiar, porque si los gurises no van, igual tienen que comer. El paternalismo insólito de esta posición es tan flagrantemente absurdo, que ni es necesario acudir a lo que exige la ley.

    Sigan pagando entonces, capaz que los nenes además de las asignaciones pueden recoger algún mango más traficando pasta base, llevando la droga de las bocas a los consumidores, y en vez de dos refuerzos de fiambre se pueden comer tres, aunque no sepan que después del tres viene el cuatro (no el cuarto refuerzo, sino el número cuatro).

    Cabe pensar que también les pueden pagar el sueldo a los empleados de ese Paraíso generoso que es su Ministerio, sin la absurda necesidad de que vayan a trabajar, para qué, trabajás, te cansás, ¿qué ganás?

    Me parece que Lacalle Pou no va a ganar nada proponiendo una auditoría externa en el Mides. En fija que, cuando lleguen los auditores, no los van a dejar entrar…