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    Menores en películas no aptas

    El jueves 17 de enero concurrí al Grupocine Ejido, función de las 22.30 h, para ver “Jack Reacher”, un policial violento con Tom Cruise, calificado por el INAU como no apto para menores de 12 años. No había mucha gente, pero apenas comenzadas las sinopsis de rigor entra a la sala una pareja joven con una niña que no tendría más de tres años. La distracción de esos padres corre pareja con la permisividad de los encargados de la sala, quienes con tal de vender una entrada más aceptan el ingreso en horarios nocturnos, para una película calificada como no apta para ella, a una niña que, como era de esperar, iba a comportarse de acuerdo a su edad. No bien se sentó, comenzó a hablar en voz alta, protestando por la incomodidad de estar a oscuras en un ámbito extraño frente a una gran pantalla que mostraba cosas que no podía entender. De ahí a que se desembarazara de esos padres inconscientes y comenzara a corretear por entre las butacas no faltó mucho, haciendo todo tipo de ruidos y provocando la molestia del resto de los espectadores que, como quien suscribe, creen que van al cine a ver una película para adultos, subtitulada y en función nocturna, sin saber que se van a encontrar con estas sorpresas incomprensibles.

    ¿Por qué digo incomprensibles? Pues justamente porque salí a buscar a los responsables de la sala para averiguar quién había dejado entrar a esa niña a una película no apta para su edad. La chica que se apersonó, muy amablemente por cierto, me hizo notar que el INAU permitía la entrada de menores si iban acompañados de sus padres. Se me ocurrió que eso podía ser cierto, pero a su vez también pensé con toda lógica que esa cláusula debería referirse a películas aptas para todo público. Por lo menos antes, cuando existía el Consejo del Niño, ningún menor de nueve años podía concurrir a funciones nocturnas si no iba con sus padres, pero siempre que se tratara de una película apta para su edad. ¿Qué sentido podía tener entonces calificar las películas como no aptas para 11, 15 o 18 años si bastaba que fueran con los padres para verla igual? ¿Dónde quedaba entonces la protección al menor? ¿Para qué servían esas calificaciones? Bueno, ahora existe el INAU, que derogó la antigua norma, estableció una calificación más pormenorizada (distingue entre películas aptas para todo público, y no aptas para 6, 9, 12, 15 y 18 años) pero parece que no tomó en cuenta ciertas precauciones. Eso explica muchas cosas, ¿no?

    La situación se solucionó por sí misma, porque ante la advertencia de la encargada de sala de que la niña debía permanecer en silencio (¿?), la madre optó por sacarla a pasear, y al volver a entrar a la sala (hay que imaginarse las molestias y ruidos que cada uno de esos movimientos acarreaba) la nena produjo tal berrinche de llanto y gritos que ambos padres optaron por irse de una vez por todas. Tal vez hasta les hayan devuelto el importe de la entrada, si es que lo pagaron. Entonces al volver a mi casa se me dio por consultar en Internet los reglamentos del INAU y me encontré con que, realmente, los menores pueden ingresar a ver películas no aptas para su edad (menos las no aptas para 18 años ni las de “sexo explícito”) si van con sus padres, que se hacen responsables de la situación. ¿Quién hizo ese reglamento?

    Sr. Director: permítame decirle que lo creo demencial. No habla una sola palabra de si son funciones diurnas o nocturnas, como tampoco especifica hasta qué edad rige esa medida. Graves omisiones, sobre las cuales el INAU debería hacer las rectificaciones correspondientes por una mera cuestión de lógica elemental.

    De lo contrario, tendríamos que pensar que la permisividad de esta medida es un mero reflejo de otras permisividades más graves que han contribuido, sin lugar a dudas, al desquicio que estamos viviendo en cuanto a seguridad pública y al trato hacia los menores. No es posible que se deje bajo la responsabilidad exclusiva de los padres ciertas actitudes que van claramente en contra de la educación de los menores y su formación social. En ese caso no tendría que haber escuelas ni liceos, porque los padres se responsabilizarían de la educación de sus hijos o de no educarlos lisa y llanamente. Hay padres irresponsables, ya lo sabemos, y no puede dejarse en sus manos lo que es obligación del Estado atender. Gran parte de lo que pasa hoy con la minoridad se debe a esta incomprensible permisividad, que con el equivocado afán de no coartar libertades se pasa al otro extremo de que todo vale y cada cual puede hacer lo que quiere sin tomar en cuenta que su derecho termina donde comienza el mío.

    Y mi derecho era ver una película en las condiciones normales, sin ruidos molestos ni interferencias indeseables, lo que se vio en gran parte afectado. En este país hay que modificar muchas cosas, pero hay que comenzar desde ya, antes de que sea (si ya no lo es) demasiado tarde.

    Espectador indignado