Nº 2135 - 12 al 18 de Agosto de 2021
Nº 2135 - 12 al 18 de Agosto de 2021
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs una actitud típica de adolescentes. A esa edad se suele jugar al límite y probar qué tan fuertes son las reglas y las represalias por no cumplirlas. Al menos así lo viví yo y me consta que muchos más, de todas las generaciones, recorrieron o recorren el mismo camino. Por eso a veces aparecen algunos desbordes o acciones problemáticas, especialmente en los centros de enseñanza, que son una especie de segundo hogar en esa etapa.
Recuerdo que en mis épocas de estudiante liceal el grupo de amigos que integraba quedó expuesto algunas veces a una sanción por conductas indebidas. Nada importante, pero sí lo suficiente como para ser convocados todos al despacho del director para dar explicaciones. En esos momentos de tensión, mientras esperábamos que llegara el representante de la ley interna y temíamos suspensiones y reprimendas similares, siempre había alguno que decía con voz apenas audible: “Fuimos todos, ¿eh?, fuimos todos”.
Entonces, cuando llegaba el momento en el que el director preguntaba por los responsables, lo que obtenía como respuesta era silencio. Siempre insistía, amenazando con duras sanciones generales. Algunas veces lograba llegar a el o los directos involucrados, pero otras, las más, la culpa quedaba licuada en una nube de adolescentes rebeldes y desaliñados, dispuestos a hacerle frente a todo. Con los años, esas actitudes contestatarias y corporativas quedaron como anécdotas del pasado.
En estos días, aquellos episodios adolescentes volvieron a mi memoria al hacer un repaso de algunos de los últimos acontecimientos políticos. El más reciente es el que involucra al senador comunista Óscar Andrade y a la construcción de su casa en el balneario San Luis, ubicado en el departamento de Canelones. Resulta que Andrade, según reveló el programa televisivo Santo y seña de Canal 4, no pagó contribución inmobiliaria por su vivienda ni tampoco hizo los aportes correspondientes al Banco de Previsión Social para hacerla.
La difusión de la noticia generó una tormenta política en la que se entrecruzaron los mismos de siempre. Eso era previsible, no puede sorprender a nadie. Está dentro de las reglas de juego: los adversarios critican y los correligionarios defienden o al menos tratan de hacer reducción de daños cuando un dirigente de primera línea comete un error de esas características, tan evidente.
Lo que sí no debería ser tolerable es que uno de los principales argumentos para defender a Andrade haya sido que muchos otros hacen lo mismo. No porque no sea verdad. Seguro que hay políticos —de todos los partidos— con deudas con el Estado. Pero no está bien que eso ocurra. Al contrario, es condenable. Y más reprobable todavía es recurrir a eso para justificar lo que queda fuera de la norma. Es como escudarse en aquel “fuimos todos” de la adolescencia.
Y no, no fuimos todos. Hay muchos otros que pagan sus impuestos, que construyen en regla y que, si eso no ocurre, son perseguidos y multados. A ellos ni se les ocurre hacerlo de otra manera. No necesariamente por convicción, sino por temor a las consecuencias. No tienen acceso directo al poder y saben que si llegan a ser puestos en la mira, lo que vendrá después será mucho peor que ahorrarse los impuestos.
Andrade cuenta además con otra condición, que lo aleja más todavía de ese “todos” que algunos usan para defenderlo. Es un senador de la República y antes fue diputado y dirigente sindical y compitió en la carrera por la presidencia de la República. Vive por el Estado y del Estado. Por eso no debería evadir ni por un centímetro a ese mismo Estado que tanto le ha dado y que tanto defiende. La señal que deja es que abraza y cuida la burocracia, pero solo cuando no lo involucra. Y eso no es de todos. Es de unos pocos.
Pero Andrade no es el único. Ahora que se acerca la interpelación al exministro de Transporte Luis Alberto Heber por la concesión a la empresa belga Katoen Natie de la terminal portuaria por un plazo de 50 años, vale la pena recordar que uno de los argumentos esgrimidos por dirigentes oficialistas de primera línea para defender esa decisión es que el anterior gobierno del Frente Amplio había hecho algo similar con la finlandesa UPM, a la que también le dio beneficios por décadas. Otra vez aquello de “fuimos todos”. En lugar de defender lo propio, el camino es argumentar que los otros lo hicieron primero, como forma de intentar distribuir las eventuales culpas. Es una forma de llevar la discusión a un terreno adolescente.
Es entendible que el secretario de la Presidencia, Álvaro Delgado, recuerde que el gobierno se basó en un decreto firmado por el expresidente Tabaré Vázquez en 2017 para realizar esa concesión al puerto y que es el mismo al que se recurrió en el caso de UPM. Lo que no parece conveniente es que eso se transforme en uno de los principales argumentos para defender la decisión del actual Poder Ejecutivo.
Tampoco es justificable que en una interpelación a la ministra de Economía, Azucena Arbeleche, legisladores oficialistas recuerden beneficios tributarios otorgados por el Frente Amplio para defender un pedido de exoneraciones realizado por la empresa personal del director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Isaac Alfie. Lo que estaba mal antes y fue criticado con razón, está mal ahora. No importa quién esté a cargo del poder. Ese argumento de “como ellos lo hicieron, nosotros podemos” es, por decir lo menos, descalificador. Las comparaciones pueden ser útiles, pero para mostrar algo mejor, no lo mismo.
La lista es mucho más larga e involucra a cada uno de los partidos que tuvieron o tienen responsabilidad de gobierno. Ejemplos se encuentran todas las semanas. Si hay problemas con la alimentación de algunos niños en las escuelas, la respuesta es que antes otros se robaban los alimentos; si auditorías detectan gastos insólitos en un ministerio destinado a asistir a los más pobres o bombas de agua que costaron más de un millón de dólares abandonadas en galpones, la explicación de los responsables es que peor resulta lo que están haciendo las actuales autoridades y que por eso recurren a esas denuncias.
“Fuimos todos”, gritan algunos de un lado y del otro como forma de lavarse las manos lo más rápido posible. Hay excepciones, por suerte. Hay muchos políticos que no entran en esa dinámica y se hacen cargo de lo que les corresponde. Pero todavía quedan demasiados de los otros. A esos, a los que tanto les gusta la palabra todos, habría que dejarlos solos.