No somos todos narcos

No somos todos narcos

La columna de Andrés Danza

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Nº 2174 - 19 al 25 de Mayo de 2022

Fue un punto de quiebre. Las imágenes eran impactantes y circularon por todos los medios de comunicación y redes sociales. Casi nadie se quedó sin verlas. Ocurrió un mayo, el de 2012. Un robo en un local de La Pasiva ubicado en la esquina de las calles 8 de Octubre y Garibaldi. Un joven de gorro con visera roja que se acerca a la barra y le dispara en el pecho a uno de los empleados. Un hombre de 34 años, de nombre Gastón Hernández y padre de cinco hijos, dos de ellos mellizos de ocho meses, que cae muerto. Una conmoción generalizada.

Durante días casi no hubo otro tema de conversación. A partir de ese episodio, el Poder Ejecutivo anunció una serie de medidas, entre las que se encontraba la legalización del mercado de la marihuana, algo que hoy es una realidad. También hubo otras referidas a una mayor represión y cuestiones por el estilo. Y apareció el creciente narcotráfico local como el malo de la película.

En el Ministerio del Interior, a cargo de Eduardo Bonomi, investigaron la hipótesis de un supuesto “ajuste de cuentas” en el asesinato y el entonces presidente José Mujica deslizó ante un grupo de periodistas en la Torre Ejecutiva, en una conversación off de record, que le había llegado la información de que el asesinato había sido por una cuestión distinta al robo. Luego de una investigación de meses se supo que fue una ejecución ordenada por una exempleada despechada pero que el asesino se había equivocado de persona.

Después vinieron muchos otros homicidios, cada vez más frecuentes, en los que se recurrió al enfrentamiento entre narcotraficantes como explicación. “Ajustes de cuentas”, repetía Bonomi en el gobierno de Mujica primero y en el de Tabaré Vázquez después. “Háganse cargo”, le reclamaban desde la oposición. “Basta de excusas”, pedían y cada vez había más muertos y más violencia, hasta que el oficialismo perdió las elecciones. No fue solo por eso pero todos los politólogos coinciden en que incidió.

Pasaron los años y llegó otro mayo, pero esta vez de 2022. Un hombre de 27 años y su pareja de 25, sin antecedentes penales, salen al mediodía de su casa en Colonia Nicolich, Canelones, para llevar a sus hijos de tres, seis y diez años a la escuela. De un auto se bajan dos sicarios y acribillan a balazos al padre y a la madre delante de los pequeños. En este caso no hay imágenes pero sí mucha difusión. La noticia circula por medios de comunicación y redes sociales e indigna. Muchos reclaman medidas y respuestas.

El ministro del Interior, Luis Alberto Heber, desliza ante la consulta de la prensa una frase sobre la pareja asesinada que causa polémica. “No era una familia que progresó por sí sola”, dice. También habla del narcotráfico y de la disputa entre bandas criminales vinculadas a las drogas. Mientras, los homicidios suben día tras día. El viento no cambia de dirección. Al revés, se hace más fuerte y sigue siendo en contra.

Ahora el ministro no habla de los “ajustes de cuentas”, como lo hacía Bonomi. Pero sí utiliza conceptos similares, citados con precisión por el periodista Juan Pittaluga en la contratapa de la última edición de Búsqueda. Sostiene, por ejemplo, que el aumento de los homicidios es producto del enfrentamiento de “bandas de narcotraficantes”, que se ha generado “una disputa del territorio muy dura” y que va a accionar para “combatir la violencia”.

Al mismo tiempo, la crónica policial sigue describiendo casos espeluznantes día tras día. Personas ejecutadas por las calles de los barrios más humildes de Montevideo, cuerpos encontrados, descuartizados o calcinados, enfrentamientos a los tiros y también incautaciones de drogas y políticos opositores reclamando respuestas, preparando llamados al Parlamento y tirando leña al fuego y los oficialistas justificando su accionar diciendo que los narcos están encerrados y que por eso reaccionan con violencia y argumentando que lo de antes era mucho peor.

Otra vez la guerra sorda de las banderas políticas mientras que por abajo crece la otra guerra, la sangrienta, y se amontonan los asesinados, muchos de ellos jóvenes marginales, sin una educación apropiada y que eligieron el camino del narcotráfico o del sicariato como única forma de sentirse alguien y de obtener dinero de forma rápida.

Cada vez queda más en evidencia el problema: intentar resolver ese drama en conjunto, hacerse cargo, es mucho más complicado que echarles la culpa a los otros. Por eso lo primero que llegan son los reproches, que muestran una falta preocupante de autocrítica. De un lado y del otro, eso varía según quién esté en el gobierno o en la oposición. Pero todo se resume a una competencia política que suele quedar en la superficie, sin detenerse ni un segundo en cómo encarar soluciones de fondo.

“Quieren equiparar 15 muy malos años con 26 meses del trabajo de la Policía”, dice el director de Convivencia y Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior, Santiago González, resumiendo a la perfección el sentir de una parte importante de los jerarcas del actual gobierno.

Deberían tener “más humildad” y asumir que hicieron un “mal diagnóstico”, reclama del otro lado Gustavo Leal, que fue anunciado como ministro del Interior si ganaba el Frente Amplio. Sus compañeros de partido acusan a las autoridades de no tomar las medidas necesarias y las responsabilizan del incremento de homicidios. Lo mismo que escucharon antes del otro lado del mostrador.

Pero los espadachines de la política no logran frenar al tráfico de drogas. Al contrario. Crece el narcomenudeo y también las grandes bandas criminales mientras los que tienen que combatirlos están muy ocupados peleándose entre ellos. Y los narcotraficantes todavía tienen mucho terreno por ocupar. Aún no llegaron los asesinatos a jueces, fiscales, políticos, periodistas, los barrios tomados, los organismos públicos totalmente corrompidos y las otras leyes, las de ellos, imponiéndose por sobre las de todos.

Los especialistas dicen que se puede frenar esta embestida. O al menos intentarlo. Para eso es necesario que la clase política, el Poder Judicial y todos los demás involucrados, los que mandan y los que se oponen, terminen con esa disputa para dilucidar cuál es el menos malo y busquen todos juntos ser mejores. Quizá el camino sea legalizar las otras drogas, como se hizo con la marihuana, para terminar con el mercado ilegal. No tiene sentido seguir peleando una guerra que desde el principio está perdida. Puede que sea ese u otro pero algo hay que hacer. Y basta de justificar los homicidios y la violencia diciendo que son todos narcos. No somos todos narcos, ni queremos serlo. No esperen a que vengan por nosotros, porque no están tan lejos y, si eso ocurre, ya va a ser demasiado tarde.