No te metas con Zoran

escribe Eduardo Alvariza 

Cuando estaba Josip Broz Tito estas cosas no pasaban en la vieja Yugoslavia. A los revoltosos no se los puede dejar solos. Si no son capaces de someterse a la disciplina de la autoridad, la festichola termina con sueños locos de independencia y a los tiros. Con Tito teníamos un territorio, una sola bandera y una nación socialista, aunque hubiese muchos pueblos. A partir de su muerte y de la caída del Muro de Berlín, la olla estaba a punto de reventar y reventó. Se desataron guerras por viejas cuentas y odios ancestrales que se remontan a los abuelos y bisabuelos y tatarabuelos, sí, hasta la época de las cavernas, cuando el primate ya miraba de reojo a su vecino cada vez que su mujer salía al exterior. Ahora tenemos un territorio dividido por banderas serbias, croatas, bosnias, eslovenas, macedonias y montenegrinas, poblaciones eslavas y no tanto, una minoría albanesa, cultos católicos, ortodoxos y musulmanes, una lejana añoranza por el mariscal (básicamente para tener una excusa y beber) y un incontrolable fastidio si naciste en Belgrado y el aparcero llega a la taberna haciendo chistes de Sarajevo o Zagreb. Entonces, una Kalashnikov está recetada para cualquier síntoma, ya sea un simple dolor de cabeza o un sapito en la lengua.

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