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    Nosotros, los autónomos

    N° 1866 - 12 al 18 de Mayo de 2016

    Todos, menos unos pocos, le piden favores al Estado.

    Están los socialistas, comunistas y progresistas que hacen del Estado su panacea. Pretenden que el Estado les resuelva toda su vida: desde el parto en un hospital público, hasta el entierro en un tubular en el cementerio municipal, pasando por la educación, la salud y el empleo vitalicio con poco esfuerzo.

    Están los sindicalistas, que piden aumento de salarios y baja de precios. Piden trabajar seis horas y tener inamovilidad laboral. Piden licencias, vacaciones, seguros y dineros extra. Y a cambio de ello dan poco, cada vez más poco.

    Están los empresarios. Primero, los prebendarios; quienes viven de subsidios, de mercados protegidos, de contratos con el Estado, de negociados con Venezuela o de obras adjudicadas por amiguismo. Están los empresarios que sin ser hoy prebendarios, aspiran a serlo. Por eso se los ve ocupando mesas caras para escuchar conferencias baratas en cuanto desayuno o almuerzo “empresarial” se organiza por allí. Y también están los empresarios que le piden al Estado “protección” para sus ineficientes fábricas textiles, sus zapatos caros, sus pollos flacos o sus industrias ineficientes.

    Están los ciudadanos que dejan que el Estado tome decisiones por ellos: renuncian a pensar por sí mismos y por eso mismo renuncian a elegir. Dejan en manos de un burócrata la decisión de si pueden viajar en taxi o en Uber; si pueden comprar nafta en una empresa o en otra, y se abrazan a una Antel que les limita el acceso a Internet. Tienen alma de esclavos.

    Pero también están los que viven sin pedirle planes al Mides. Los que no se arrastran por un subsidio. Los que no quieren que los precios de sus servicios los fije el Estado, un gremio o una corporación. Son los que no tienen ingreso mínimo, salario mínimo, ni honorario mínimo. No piden que protejan sus negocios de la competencia, ni le temen a la innovación. No presionan a ningún gobierno para que aumente sus ingresos, ni para que les consigan clientes o ingresos “dignos”. No tienen vacaciones pagas, ni sueldos extras, ni licencias médicas, ni días libres por nacimiento de hijos, muerte de parientes o donaciones de sangre. ¡Y vaya que ellos también tienen hijos, parientes que mueren y amigos que precisan una transfusión!

    Son los autónomos.

    Estos tipos independientes, cuentapropistas y emprendedores se levantan siempre con optimismo porque no tienen otra opción. No tienen licencia médica por “stress laboral”, ni días libres, ni feriados “sandwich”, ni seguro de desempleo, ni una cartera de clientes asegurada de por vida.

    A estos individuos que nada exigen y que nada piden, hace años que los tienen asfixiados. Los autónomos solo piden libertad para contratar, para despedir, para comprar, para vender, para construir, para innovar, para importar o para jubilarse. Es así como ellos agregan valor: con su propio esfuerzo, no con el esfuerzo de otros.

    Son los autónomos.

    Es hora de empezar a respetarlos.