Para mí el humor negro es el humor más puro

entrevista de Gabriel Sosa 
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Podetti (Buenos Aires, 1967) o, como firma sus viñetas, Podeti, tiene encima más de 35 años de carrera como dibujante y humorista, durante los cuales pasó por infinidad de medios. Entre otros: Cerdos & Peces, Fierro, Sex Humor, el suplemento Sí! de Clarín, La Mano, Barcelona y un largo etcétera.

Su estilo gráfico es inconfundible por lo buscadamente desprolijo o directamente esperpéntico, pero calza perfecto con el tono general de sus chistes. Podetti es irreverente, feroz, salvaje por momentos, del todo incorrecto y, de manera milagrosa, consistente e inagotable, tremendamente gracioso. Quien sintonice con su humor sardónico (y muchas veces directamente negro) va a disfrutar con regularidad pasmosa de las viñetas que sube a las redes casi día a día. Decir que es el mejor humorista gráfico argentino actual es meterse en terreno de gustos personales, pero se puede decir con toda seguridad que está entre los mejores. Sus viñetas diarias en redes (conviene seguirlo en Facebook o Instagram) son el camino elegido en la actualidad para seguir dando salida a su talento, en una época de retracción, si no de desaparición total, de los mercados laborales tradicionales. Cada tanto recopila sus chistes en un libro titulado La caja (ya van tres ediciones), que se suman a publicaciones anteriores como Moriremos como ratas, Yo contra el Mundo! o El Cartoonero. Recientemente publicó en Uruguay su primera obra infantil, El libro para que los niños aprendan todo mal (Topito Ediciones, 2022), presentado en la Feria Internacional del Libro de Montevideo 2022.

¿Por qué la pérdida de una t entre el apellido y la firma?

—Es un intento muy básico y muy burdo de tener un seudónimo. Yo siempre digo que es el peor seudónimo del mundo, porque todos se dan cuenta enseguida de quién soy. Yo no podría ser Batman ni ninguno de esos porque tengo muy poca imaginación. Yo firmaba Podetti con doble t y de golpe, jodiendo… A mí me parece que siempre es más simpático en las historietas, en los chistes, meter alguna faltita de ortografía, como que se asemeja más al habla. Creo que vino por ese lado, porque no es que Podetti sea un apellido muy solemne, pero le quitás una t y es menos solemne todavía. También me trae algunos problemas, me han hecho cheques con una sola t y ese tipo de cosas.

—¿Te considerás un humorista político?

—No exclusivamente. Pero sí, es un género que cultivo y lo he cultivado profesionalmente, cuando trabajaba en el portal de Télam. Es un tema que me interesa, si bien la pifio todo el tiempo. Tengo una cantidad de arrepentimientos de votos. De los últimos no me arrepiento, pero siempre hay consideraciones que uno hace del tipo: “Pero mirá lo que yo pensaba en ese momento, qué boludo…”. Pero bueno, si hay algo que el humorista no tiene es responsabilidad, así que me puedo permitir ser humorista político y ser un boludo al mismo tiempo.

—¿La embarazada mala no sale más?

—No, porque dejó de salir Barcelona. Continúa en las redes, pero la revista en papel murió hace un año o dos, después de una agonía larga y penosa. Tuvo muchos problemas para conseguir papel, que en Argentina está monopolizado por Papel Prensa, del grupo Clarín, muchos boicots. Tuvo un juicio que les hizo Cecilia Pando, una defensora de genocidas, que si bien Barcelona lo terminó ganando los desangró también, y en un momento dijeron: “Bueno, ya está, pare de sufrir”, como dicen los evangelistas brasileños.

—La embarazada mala era como una catarsis.

—Era una catarsis de todo, se fue volcando bastante hacia la política, pero se inició como diciendo “acá me permito ser lo más hijo de puta que pueda, reírme de las buenas causas y de los débiles”, esas cosas que mucha gente dice que no hay que hacer. Hay una creencia de que el humorista tiene que reírse del poderoso y yo digo que no, no es así, el humorista tiene que reírse de lo que sea. Y con La embarazada mala pasaba lo mismo con el dibujo, hacía lo que a mí me gusta hacer, feo, casi incomprensible… Y así me fue. Siempre sugiero que por qué no hacemos un libro con La embarazada mala y nadie lo quiere sacar, nadie lo quiere comprar, nadie lo quiere leer.

—En las redes has tenido bastantes encontronazos sobre los límites del humor. Es un tema recurrente.

—Un tema recurrente que yo creo que está agotado, pero siempre vuelve. A mí no me parece mal, hay gente que dice que el humor no tiene que tener límites y yo digo que no es que debe o no debe, tiene límites. Todos tenemos algo de lo que no nos gusta que se rían. No existe una persona que no tenga nada, y si existe alguien así, a mí no me gustaría conocerlo. Una parte troncal de ser un ser humano es tener algo sagrado, lo que pasa es que cambia de persona a persona. Yo tengo la sensación de que, más que vivir un momento de intolerancia o de excesiva hipersensibilidad, vivimos un momento de incomprensión. La gente dejó de entender los chistes, dejó de entender el sentido del chiste. Pasa que vos tocás un tema y el mensaje, sobre todo en una viñeta, en general no es muy debatible, es muy directo. Entonces vos ponés en la situación del chiste a una persona desfavorecida, una víctima, y enseguida te dicen: “Ah, te estás riendo de la víctima, sos un hijo de puta, cómo podés, cancelado, te voy a denunciar”, ese tipo de cosas. Pero es la incomprensión del sentido del chiste. Yo había elaborado una teoría que era la de la víctima y el blanco. Vos en el chiste muchas veces tenés una víctima, tenés una persona que es la que sufre la situación. El típico chiste del jefe y el empleado que cultivó Quino tantas veces. El jefe, un tipo grandote, de traje negro, y el empleado, un pobrecito infeliz, con camisita, la cabeza gacha. Y siempre el chiste es reírse del empleado, de la injusticia que sufre. Te estás riendo de la víctima. Pero el blanco del chiste es el jefe, el blanco es la injusticia. Empezó a haber una falta de training, sobre todo entre el 2000 y el 2010, desaparecieron muchas revistas de humor, desaparecieron los programas de televisión de humor, y me parece que empezaron a desaparecer algunos códigos, la gente dejó de entender, se empezaron a invisibilizar esos códigos. Parte de la confusión que hay hoy viene de eso. No se decodifica el sentido del chiste, se perdió esa capacidad.

—¿Cómo fue tu desarrollo como dibujante?

—Yo no sé si tuve desarrollo, empecé a dibujar muy chiquito, a los tres años, como todos los chicos, pero ya tenía un interés por las historietas, por reproducir las que veía, afanaba guiones de los dibujos animados y los adaptaba a historieta con otros personajes, o sea que ya de chico hacía algo que hacen los humoristas profesionales, que es afanar. Todos lo hacemos, voluntariamente o no. En la primaria tenía un amigo que dibujaba y con él hacíamos intentos de revistas, imitando a la Mad por ejemplo. Ya en la secundaria tuve un momento aciago, en la edad del pavo, 13 o 14 años, en la que dije: “No, historietas no, yo quiero ser ilustrador”. Dibujaba como esos ilustradores de fantasía heroica o psicodélicos, tipo Roger Dean, el que hacía las tapas del grupo Yes. Me interesaba eso, pero duró lo que duró, unos dos años, y después volví a la historieta, me junté con amigos del secundario que dibujaban. Después apareció la revista Fierro, cuando yo tenía 17 años, hicieron un concurso, con mis amigos mandamos y no pasó nada, pero ya quedamos conectados y uno o dos años después nos empezaron a publicar. Lo que sí pasé es por muchas etapas de dibujo y de estilo. Veo las primeras historietas que hacía y creo que no tienen nada que ver con lo que hago hoy. Empecé tomando mucha cosa de Crumb, mucho tramado, mucha rayita. Después lo empecé a mezclar con mucho de humor gráfico argentino, después tuve un período donde le robaba impúdicamente a Peter Bagge, que no me lo podía sacar de arriba, me salía el dibujo igual. Y luego fui pasando por varios estilos, a veces forzándome a hacer algo distinto. Ahora estoy en esto que hago, que no sé si será definitivo o irá variando, pero me gusta. Además no le puedo dedicar mucho tiempo al dibujo, sinceramente, dibujaré una hora por día como mucho y es lo que puedo hacer en ese rato.

—Entre tus viñetas abundan las que necesitan un momento para encontrar dónde está el chiste, algo que usaba mucho Quino, por ejemplo.

—El chiste tiene que ser muy directo, sobre todo en la viñeta, y Quino era un dibujante extraordinario, con mucho detalle, hasta frío, diría, en la construcción de los ambientes. Yo me crie en los 80, en lo rápido, sucio, hago manchas a propósito, siento que eso a mi estilo de dibujo lo mejora, y para mí tiene que ser como un martillazo, una cosa que la gente lo vea, tarde medio segundo, y se ría. No busco la sutileza. Es una técnica, uno tiene que trabajar apuntando a eso. A veces no sale, obviamente.

—Se puede ver que el humor clásico, tanto gráfico como televisivo o cinematográfico, fue una influencia fuerte en tu formación.

—Sí, en la formación y además me interesa, leo mucho sobre el tema.

—También es frecuente que recurras al humor negro.

—Me crie con humor negro, con la revista Mad, con Fontanarrosa, con la revista Humor, había mucho humor negro. Una vez entrevistamos a Landrú con mi amigo Pablo Fayó, y él decía que había inventado el término humor negro. Andá a saber si es cierto, y andá a chequearlo. Había un dibujante que firmaba Drácula, se llamaba Ángel Aboy, hacía unos chistes muy de humor negro, y Landrú decía que eran espantosos, entonces en la revista Tía Vicenta inventó una página con fondo negro para sus chistes y le puso: “Humor negro, por Drácula”. Yo me acuerdo de que cuando era chico veía esos dibujos y me desagradaban, no quería saber nada. Después vino Fontanarrosa, que le aportó su elegancia al humor negro. En la revista Satiricón había mucho también. Estaban unos chistes, bastante desagradables también, del dibujante Napoleón, al que todos lo conocíamos por ilustrar algunos títulos de la colección infantil Cuentos de Polidoro, pero que tenía una producción adulta que era terrible, con mucho resentimiento más que humor, no eran graciosos. Para mí el humor negro es el humor más puro. El humor debe haber surgido como respuesta a las tragedias, y tenés como ejemplo los chistes en los velorios. Siempre está esa intención, que a mí me parece que es una de las mejores, de tratar de hacer reír al que está triste. Yo creo que el humor tiene una función así, analgésica, terapéutica, que es incuestionable.

—¿Cómo es tu método de trabajo para mantener el ritmo de un chiste casi al día?

—Me siento con un cuaderno Gloria rayado y birome y trato de hacer lo que pueda en los resquicios de tiempo que tengo, y a tirar ideas, chistes o dibujitos. Tengo un montón de dibujitos de los que pienso: “A este, si le encontrara un texto, sería un chiste buenísimo”. Son como chistes que están en el mundo platónico. Después de que aparezca un chiste que me convenza, nada, ponerme a dibujar. Soy rápido dibujando, uso una hoja A4. Y hay una parte intermedia que es la de pensar “bueno, ¿me conviene publicar esto ahora? ¿Espero un poco?”. Uno en las redes se maneja como su propio editor, entonces se dice cosas como “no, este es muy parecido al que saqué ayer, lo voy a dejar para dentro de una semana”. O decir “no, no está el horno para bollos, este lo dejo acá tranquilito, el cadáver está tibio todavía…”.

—¿Estás viviendo del dibujo?

—No, no, y creo que eso no va a volver a pasar. Tendríamos que ser un país rico… Yo veo que en Estados Unidos, por ejemplo, hay humoristas que viven de lo suyo, pero tenés, ponele, la revista The New Yorker, y el sistema de los sindicatos de tiras humorísticas de los diarios. Así que todavía existe la posibilidad, pero creo que cayó mucho. En Argentina viven de esto los que trabajan para afuera haciendo superhéroes o los que se metieron en un diario tradicional, que básicamente son dos los que quedan, los demás no quieren saber nada con contratar dibujantes. Si sos joven, sos soltero y pagás un alquiler barato, vas a todas las ferias independientes o no independientes y te instalás como alguien que puede hacer dibujos por encargo, por ahí podés reunir una plata. Aunque esto último lo estoy especulando.

—¿Cómo llegaste a la idea de escribir para chicos y cómo fue la experiencia?

—Como todos los dibujantes tuve mis experiencias de dibujar para chicos, siempre está ese nicho. Hice cosas en la revista Humi, un derivado para chicos de la Humor. En los 2000 salía una revista que acompañaba unos videos que se vendían en kioscos, pero como por ley no se podían vender ahí entonces se armaba esta revista y el video iba de regalo, la típica trapisonda, la argentinada. Era una linda revista, me pidieron que ilustrara unos cuentos de Diego Mariño. Pero bueno, yo me crie leyendo cosas para chicos, obviamente tengo esa formación. Y la idea de este libro la tengo desde hace años pero siempre me parecía totalmente inviable, porque justamente la idea es un libro para chicos que te enseña todo mal, qué padre va a querer comprarle eso a sus hijos, es un libro que ya está muerto desde la concepción. Manuel Soriano (editor de Topito) me preguntó si tenía alguna idea, le mandé tres o cuatro cosas y al final le dije: Bueeeno, tengo esto, que ya sé que no…”. Y le interesó, lo testeó con su hija y resultó que los chicos de cierta edad lo entienden, captan enseguida el chiste y se cagan de risa. Y bueno, hagámoslo. Como experiencia personal la verdad que me resultó muy linda, trabajé con otra técnica totalmente diferente, con el placer de pintar con témpera, que es algo que habitualmente no hago, me llevó mi tiempo porque no estoy acostumbrado a esa técnica, demoré seis meses, pero gustó, y la verdad, estoy muy contento con el libro.

—¿Tenés proyectos a futuro?

—Tengo proyectos, sí, pero me canso de repetirlos porque son siempre los mismos, porque no tengo tiempo para concretarlos. De momento el único proyecto cierto es seguir con La caja.

Vida Cultural
2022-11-30T15:55:00