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En su documental Tokyo-Ga (1985), el cineasta alemán Wim Wenders incluye, casi por casualidad, un breve encuentro con su colega Werner Herzog, que luce más loco que una cabra. La película expone una visión mesurada y amable del cine de Yazujiro Ozu, con su parsimonia narrativa, y contrasta con la ansiedad de Herzog, que se mueve de un lado para el otro y exclama como un sobreviviente rescatado en una isla desierta: “Ya no quedan imágenes puras en la Tierra. Se ha contaminado todo, menos el cine iraní”.
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El tiempo le dio la razón a Herzog. No creo que el cine iraní haya sido el único descontaminado, pero sí fue una sorpresa, y Abbas Kiarostami (Teherán, 1940-París, 2016) una de sus principales figuras gracias a películas como A través de los olivos y El sabor de la cereza. Otra forma de narrar, otra forma de contar las cosas. No solo era un cine más lento y parsimonioso, también exigía atención a los pequeños cambios.
24 Frames (Irán-Francia, 2017) es su última película y nada tiene que ver con las anteriores. No hay historia, o al menos no en un modo tradicional. Kiarostami emplea fotos suyas, la mayoría de animales y en blanco y negro: pájaros recortados contra una ventana, caballos y venados en paisajes invernales, vacas que atraviesan un arroyo, leones, patos a la orilla del mar, perros, gatos y, en algún momento, también humanos. El punto de partida es el maravilloso paisaje de Pieter Brueghel Los cazadores en la nieve (1565), también empleado por Tarkovski en la escena de ingravidez de Solaris. Es la única pintura, luego se suceden las fotos de Kiarostami.
Hay que tener paciencia para disfrutar y dejarse llevar. Son planos fijos de cuatro minutos y medio cada uno. Poemas o canciones visuales. El espectador podrá dar alguna cabezotada. No importa. Al despertar lo aguardará otra imagen de una belleza estremecedora. Apenas instalada la foto, pequeñas historias comienzan a ocurrir: los pájaros se mueven y vuelan (y se pelean y sufren), el viento arrecia las ramas de los árboles, un avión surca el cielo. Es decir, suceden cosas en el mundo animal y en el mundo de las percepciones. E incluso algunas imprevistas. Y hay humor, pero por encima de todo impera un destilado de sugerencias plásticas, bien acompañadas por una banda sonora cuidadosamente elegida. Cine arte en el mejor sentido.