Periodismo y propaganda

Periodismo y propaganda

La columna de Fernando Santullo

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Nº 2151 - 2 al 8 de Diciembre de 2021

Hay una frase que se le atribuye al periodista argentino Horacio Verbitsky que dice así: “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar”. Hay otra frase, relacionada con esta y cuyo autor es el maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski, que dice: “El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”. En resumen, que la tarea periodística consiste en buscar eso que alguien no quiere que se sepa para luego exponerlo a la opinión pública.

Normalmente, quien tiene la capacidad de ocultar eso que no se quiere dar a conocer suele ser alguien con alguna clase de poder. Empresarios, políticos, sindicalistas y en general miembros de organizaciones que funcionan con una agenda pública (la que conocemos) y una privada (la que no quieren dar a conocer). Obviamente, esto no implica que quienes quieren ocultar una agenda privada estén haciendo algo ilegal o que la quieran ocultar para esconder un ilícito. A veces simplemente es que lo que dice la agenda pública no coincide con las prácticas privadas y eso podría tener un efecto negativo en la opinión pública. De ahí que esas organizaciones, empresas, partidos y demás, en general tengan su propio equipo de comunicación. Uno que se encarga de propagandear aquello que la organización quiere difundir y, en los momentos de crisis, cuando algo que no le sirve a la organización toma estado público, tratar de minimizar el daño.

Normalmente, quienes integran esos equipos de comunicación de las organizaciones son muchas veces periodistas. Es claro, quienes mejor saben comunicar son quienes se han formado en el área y tienen experiencia desde el otro lado del mostrador. La cuestión es si se le puede llamar periodismo a esa tarea de comunicar y propagandear aquello que su organización difunde. Para poder tasar eso es necesario tener una definición más o menos nítida de qué es periodismo, y creo que las dos frases iniciales se complementan bastante bien en ese sentido: el periodismo busca aquello que los poderes existentes no quieren que se sepa y luego expone esos actos potencialmente conflictivos a la opinión pública. El periodista no es juez ni verdugo, simplemente investiga y expone.

Se dirá, y con razón, que existen muchas variantes dentro del periodismo. En efecto, un periodista cultural, por ejemplo, no necesariamente estará buscando una contradicción entre agendas públicas y privadas porque el objeto de su tarea no siempre tiene esa doble condición. Ojo, no es raro tampoco encontrarse con periodistas culturales comportándose como periodistas políticos, sobre todo en Uruguay, un país demencialmente colonizado por la lógica partidaria. En esos casos, el periodista cultural intentará descubrir agendas que en general no existen, siguiendo la lógica de la política y aplicándola de manera mecánica cuando habla sobre una corriente estética, una exposición de pinturas, un disco o un concierto.

Una vez asentada una definición mínima de periodismo y habiendo admitido que existen variantes dentro de dicha definición, vale hacerse la pregunta: ¿hacen periodismo los periodistas que trabajan en los gabinetes de prensa de empresas, partidos o sindicatos? Traigo esto a cuenta de dos recientes incidentes ocurridos en España. En el primero de ellos, al periodista catalán Xavier Rius, director del medio digital E-Noticies desde hace dos décadas, le fue retirada su acreditación para el parlamento de Cataluña con el aval del Colegio de Periodistas de Cataluña. Es decir, a un periodista, cuyo “problema” es que hace preguntas incómodas para el poder, la autoridad parlamentaria le retira la posibilidad de hacerlas con el beneplácito de quien debía defender su derecho profesional a hacerlas.

El segundo caso es similar pero está aún en grado de tentativa: los miembros de los equipos de comunicación de la coalición del gobierno de España, supuestamente periodistas, pidieron a las autoridades que retiren la acreditación de periodistas parlamentarios a dos colegas que hacen preguntas que incomodan a los representantes del gobierno. ¿El argumento? Su comportamiento “genera un clima de tensión que dificulta el trabajo del resto de los periodistas” y además habrían incurrido en “intolerables faltas de respeto” hacia los parlamentarios. Por si las dudas, me tomé la molestia de buscar esas “faltas de respeto” y lo que vi fueron preguntas incómodas que no fueron contestadas por los representantes, con la más absoluta impunidad.

Refino entonces la pregunta: ¿se puede considerar periodista a quien, además de limitarse a hacer propaganda para una organización, reclama que desaparezcan de la escena aquellos periodistas que efectivamente hacen preguntas incómodas a los poderes establecidos, entre ellos la organización que le paga el sueldo? ¿Ser un comunicador institucional es lo mismo que ser periodista? Se argumentará: los medios de prensa también son organizaciones y también pagan sueldos. Es verdad. La diferencia es que el producto que venden los medios de prensa es, con diversos grados de calidad, esa información que alguien no quiere que se conozca. Es decir, su fin y lo que garantiza su posibilidad de supervivencia es hacer periodismo, no proteger una agenda partidaria o empresarial. Por la sencilla razón de que, si un medio incurre de manera descarada en esa clase de prácticas, su clientela deserta, la abandona y se marcha en busca de otro proveedor.

No es solo que resulte patético ver a quienes deberían ser los primeros interesados en que las preguntas se puedan hacer libremente actuar de manera organizada contra la posibilidad de que esas preguntas se hagan. Revela también una cortedad de miras impropia de gente con cierta experiencia en la vida, como se supone son los periodistas: en las democracias serias y consolidadas, la alternancia en el poder es un hecho, no una eventualidad. Es un hecho entonces que en algún momento te tocará estar del otro lado del mostrador. Y entonces, toda la censura que aplicaste en nombre de una supuesta concordia (Verbistky se moriría de risa ante un argumento tan ñoño) impactará en tu cara como un boomerang: sin posibilidad de incomodar al poder, ese poder real, posta, con muchos millones detrás, se podrá ejercer de manera impune, sin rendir cuentas a nadie.

Aprovechemos que en Uruguay aún no tenemos a ningún colectivo de periodistas a sueldo de partidos o empresas pidiendo desde su colecho con el poder la cabeza de otros periodistas, esos que hacen las preguntas incómodas. Aprovechemos para afirmar nuestras prácticas democráticas, esas que tanto nos enorgullecen, y dejemos claro que una cosa es comunicar y propagandear, dos tareas perfectamente válidas, y otra cosa muy distinta es hacer periodismo, igual de válido pero mucho más necesario por su capacidad de exponer a esos poderes que no quieren ser expuestos.