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    Periodista de los 90: se busca

    Las mujeres de Nueva Troya, de Gabriel Sosa

    El protagonista se llama Gustavo Larrobla y surgió en 2016 en la novela Las niñas de Santa Clara. Para aquella historia, Gabriel Sosa (Montevideo, 1966) creó un personaje a su medida: un periodista maduro, un poco irónico y un poco descreído de la profesión desde que comenzó a trabajar con notas “de tendencia” en la revista Posmo. De todas formas, Larrobla a veces retornaba al periodismo que hacía en los años 90, cuando investigaba temas a fondo en el interior del país y las convertía en crónicas llenas de información, color local y testimonios. Así lo hizo cuando investigó en Santa Clara, el pueblo de frontera donde descubrió una red de prostitución infantil. Larrobla no lo había pasado bien en aquella oportunidad.

    Ahora el personaje vuelve a ser el protagonista de Las mujeres de Nueva Troya (Cosecha Roja, 2020). En otro lugar y en otras circunstancias, allí está Larrobla, con su misma adicción a la Coca-Cola, a los alfajores y al sarcasmo. Esta vez su jefa le pide que vaya a una ciudad del litoral donde, según la información oficial, la ocupación laboral es total, pero según otras referencias, esos datos son engañosos porque no tienen en cuenta la desocupación femenina ni los trabajos informales a los que están destinadas.

    Con ese objetivo, Larrobla llega a Nueva Troya, una ciudad portuaria, con calles en curva, una avenida a la que sus habitantes llaman la 18 de Julio, una whiskería que explota a jóvenes inmigrantes, un comisario ausente y un policía a cargo que da miedo.

    Ya instalado en ese lugar, el periodista lee una noticia en La Voz de Nueva Troya sobre un crimen atroz a una mujer joven, y se entera de que es el tercero en dos años. Esa información desviará el rumbo de su investigación, y entonces la novela irá adquiriendo ribetes más policiales que periodísticos.

    Igual que en Las niñas de Santa Clara, la historia de Las mujeres de Nueva Troya está inspirada en la experiencia de Sosa como cronista en el interior del país, y tiene el sabor del contacto directo con las miserias y bondades humanas. En ese sentido, Larrobla como protagonista es un hallazgo por su mirada lo suficientemente curiosa y a la vez distante para meterse en una investigación que, nuevamente, lo hace pasar mal. Escrita como una verdadera crónica, es una novela disfrutable, reflexiva y con adecuadas dosis de acción, sin olvidar una pizca de humor.