Política de Estado, política de estadio

Política de Estado, política de estadio

La columna de Andrés Danza

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Nº 2117 - 8 al 14 de Abril de 2021

Era el momento ideal para que ocurriera. Difícil encontrar una oportunidad más propicia. El virus llegaba del extranjero y ya estaba esparcido por los principales países del mundo, lo que eliminaba las responsabilidades locales. Su fortaleza y letalidad lo transformaban en un enemigo gigante, muy difícil de vencer, y eso lo hacía mucho más atractivo para una unión interna sin precedentes. No había impedimento, no había excusas y parecía bastante obvio que no podía haber dos opiniones.

Fue así que el 13 de marzo de 2020 el recién asumido gobierno decretó el estado de “emergencia sanitaria” y todo el espectro político lo respaldó. Lo mismo ocurrió con los empresarios, los sindicatos, los académicos y los científicos. Nadie se mostró desconforme. El combate a la pandemia de coronavirus se iniciaba como una política de Estado y parecía que sería una de las más sólidas de la historia uruguaya.

Pero fue muy poco lo que duró ese idilio. Casi tan poco como lo que un avión demora en atravesar al país. Ese espíritu de unión que llevó a que al inicio todos se sintieran parte de una misma batalla cada noche, sentados frente al televisor o aplaudiendo al personal de la salud, se transformó en un deseo irrefrenable de elegir a algún culpable. Fue un proceso lento, a la uruguaya. Pero con un final predecible, también a la uruguaya. De política de Estado a política de estadio.

De un lado dirán que la oposición fue la culpable. Argumentarán que apenas habían pasado unos días desde los primeros casos cuando desde el Frente Amplio empezaron a cuestionar las medidas del gobierno y a reclamar una cuarentena obligatoria. Recordarán una “caceroleada” convocada por el PIT-CNT o un informe del Sindicato Médico del Uruguay solicitando restricciones más duras a la movilidad. Harán un listado de los pronósticos apocalípticos de esos primeros tiempos, que no se cumplieron.

Del otro recurrirán a lo que entienden como una falta absoluta de diálogo del presidente Luis Lacalle Pou con los principales referentes opositores. Mencionarán que nunca fueron tenidos en cuenta, que presentaron varias propuestas descartadas por el gobierno y que Lacalle Pou destinó una parte de cada una de sus primeras conferencias de prensa para criticar la herencia recibida de las administraciones del Frente Amplio.

Pero la dinámica será siempre la misma, venga de quien venga. El modus operandi será echarle la culpa al otro. Y ese es el principal problema. El centro de la discusión es desde hace mucho tiempo cuál de los dos supuestos bandos tiene razón, en lugar de destinar todas las energías a combatir la pandemia, como ocurría al principio.

La bipolaridad ya está demasiado instalada, justo cuando llegó el peor momento. Y en ese esquema de tribuna, de rugido de las barrabravas, nadie quiere mostrarse débil ni dar el brazo a torcer. Se generó una disputa donde no debía de haberla y en el medio están quedando los miles de contagiados y de muertos, que nada tienen que ver con polarizaciones sin sentido. También muchos otros uruguayos, quizá hasta mayoritarios, que no son parte de los extremos, pero que terminan arrastrados por ellos.

Lo peor de todo es que esta situación no le sirve a nadie. No le sirve al gobierno, que una vez más deberá retrasar sus planes y tendrá que seguir concentrando todas sus fuerzas en combatir este incendio, que avanza y avanza. Además, también se puede ver un poco afectada la imagen de Lacalle Pou y de su gestión, según opinan algunos especialistas que han empezado a hacer nuevas mediciones. Eso puede derivar en planteos oportunistas o señales de distanciamiento de algunos de sus socios de la coalición. El presidente insistió en “hacerse cargo” y asumió de una forma muy personal el combate a la pandemia, sin dar mucho espacio ni siquiera a sus ministros. Eso significó que sobre él cayeran los éxitos primeros, pero también a sus espaldas llevará los eventuales fracasos.

Tampoco le sirve a la oposición. Su actitud errática y por momentos desafiante en exceso la ha mostrado como débil y poco responsable. La situación se agrava y la mayoría de los dirigentes del Frente Amplio o sindicales siguen presos de su discurso confrontativo y parecen mucho más preocupados en reclamar culpas que en buscar soluciones conjuntas. Hay excepciones, pero no han logrado imponerse. Los más son los que están haciendo demasiado ruido en momentos en los que deberían colaborar en silencio.

Responsabilidades hay en muchos lados, no es blanco o negro. Algunas ya se saben, otras se irán sabiendo con el correr del tiempo y otras nunca se sabrán. La cuarentena obligatoria la pidió el expresidente Tabaré Vázquez, pero también Cabildo Abierto, que en un Consejo de Ministros al inicio de la pandemia planteó sacar a los militares a la calle como forma de disuadir. El “Quedate en tu burbuja” no fue muy convincente, pero algunos de los que lo critican fueron promotores de actividades que terminaron en aglomeraciones. Eso solo para poner dos ejemplos, aunque hay muchos más.

Pero no es el momento de buscar culpables. Y da rabia que hoy parezca que eso es lo único importante. Porque la oportunidad estaba ahí, al alcance de la mano, y otra vez ganaron los indebidos. No fue lo que ocurrió en los países con los mejores resultados en la lucha contra el Covid. ¿O alguien piensa que en Israel, pese a sus grandes divisiones políticas internas, este fue un tema de discusión? ¿Y en Nueva Zelanda? ¿Y en Australia? ¿Será porque son islas que lograron despegarse o porque todo el sistema político estuvo acorde a las circunstancias?

Resulta que el coordinador del Grupo Asesor Científico Honorario, Rafael Radi, dice el 30 de marzo en Telemundo que la situación actual es la más complicada desde que empezó la pandemia, que es necesario “blindar abril” y que se acerca una saturación de los servicios de salud y todos aplauden y halagan, pero muy pocos hacen. Resulta que los de un lado y los del otro se siguen acusando entre ellos, que el 64% de los uruguayos cree que el país está más dividido por el Covid —según una encuesta de Factum difundida por El País—, que todos se quejan y que ya pasó casi un tercio de abril y todo sigue igual. O peor todavía.

Y, lo que más debe preocupar, resulta que el mundo que dejará la pandemia será mucho más conflictivo, difícil y competitivo y aquí ni siquiera lo estamos imaginando. De seguir así, otra vez llegaremos tarde. Ya no habrá tiempo ni para aplicar políticas de estadio.