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El 4 de abril, Alfredo Casalou (o Cazalou), un paisano de setenta y ocho años, fuerte y en plena actividad rural, fue a descansar por unos días a la casa de una persona de sus afectos, en Paso de los Toros. Le conocí y traté por muchos años. Un hombre sano, callado, equilibrado mental y emocionalmente, sin vicios de clase alguna más que algún cigarro de liar.
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Cuando en la casa referida notó la falta de yerba, se dirigió a un comercio distante tres cuadras a los efectos de adquirir ese indispensable artículo. No regresó. Unas horas después, sus allegados comunicaron el hecho a la Policía así como en la radio AM local.
El día 18 del mismo mes de abril, dos vecinos avistan con dificultad, un cuerpo muy hinchado flotando en el juncal de una ensenada del río Negro, a dos kilómetros de donde partió el desaparecido. Si bien la profundidad del agua allí no es mayor, lo es sí la del barro del fondo capaz de hacer desaparecer grandes objetos.
La hermana de Don Alfredo es llamada para reconocer el cuerpo en la morgue, ubicado en el espacio exterior. Ya era de noche. Según su relato, afectada por una fuerte emoción y el olor, no se aproximó al cuerpo, aunque sí pudo observar parte de la vestimenta, de color amarillo. Bermudas tal vez, o equipo de lluvia, para algún testigo del cuerpo flotando en el río.
Provenientes de Durazno, según ella, estaban el forense y otras personas, al parecer con prisa. Admitiendo el reconocimiento de su hermano, preguntó por la causa de la muerte. No podemos hacer la autopsia, el cuerpo está muy descompuesto, fue la respuesta. Para todos nosotros, legos en la materia, era una fácil respuesta a la modestia humana e intelectual de los deudos. También, irrespetuosa, por cuanto en el certificado de defunción Nº 219.438 se establece la fecha de fallecimiento el mismo día de la aparición del cuerpo, por causa que no se incluye por ser dato reservado (textual). Sabemos de las posibilidades técnicas forenses. El cuerpo está sepultado e intocado desde el día siguiente, en el cementerio de Sarandí de Navarro, Dpto. de Río Negro.
Quienes conocimos a Don Alfredo, tenemos legítimas dudas para presumir que ni se suicidó ni se accidentó. Presumimos también que el cuerpo fue arrojado en aquel lugar. Lamentablemente, el principal testimonio sobre Casalou dejó de existir consecuencia de un accidente de tránsito, poco tiempo después. Estamos seguros que se puede y que se debe, aunque estemos en Uruguay, conocer, por lo menos, la causa del fallecimiento de nuestro amigo.