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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáVino a Montevideo a exponer sus fotografías que tienen un vínculo directo con la música, porque Nancy Horowitz es una violista de larga trayectoria. Siendo muy joven, a comienzos de los 80, integró la Orquesta Nacional del Sodre (Ossodre) y la Filarmónica de Montevideo. Luego viajó a Viena a perfeccionar sus estudios y allí se quedó hasta hoy. Desde hace 28 años es violista en varias orquestas austríacas con las que ha recorrido el mundo.
También en Viena comenzó su amor por la fotografía. “Pasé muchos años fotografiando cafés vieneses. En esos ámbitos encontraba gente solitaria a las que me gustaba retratar. Aprendí muchísimo. Luego conocí a un muy buen fotógrafo y le mostré mis trabajos. Él me alentó a enviarlos a un concurso, lo hice y gané. De allí en más seguí fotografiando”, dice Horowitz a Búsqueda en el café del Teatro Solís, donde a partir del viernes 12 y hasta el 30 de octubre se presentará Music Stars. Un vínculo visual entre las calles y los escenarios, una muestra de 52 fotografías de músicos integrantes de orquestas y también de músicos callejeros, muchos de ellos profesionales que tocan en subtes, plazas o esquinas. La muestra se enmarca en la celebración de los 160 años del Teatro Solís.
Hija de inmigrantes que llegaron a Montevideo durante la II Guerra Mundial, Horowitz se crio en el barrio Malvín. Además de música estudió arquitectura y llegó a cursar la mitad de la carrera. “Una crea el espacio y la otra lo llena”, explica sobre los posibles vínculos entre la arquitectura y la música. “Creo que para la fotografía, haber estudiado arquitectura me sirvió por la percepción de las proporciones”, agrega.
El primer instrumento que aprendió a tocar fue el violín, como herencia de su padre, quien fue violinista en la Filarmónica de Montevideo y de su hermana, también violinista de la Ossodre. “Pero el violín no era para mí. Un día encontré una viola a mi alcance y me enamoré de ese instrumento. Todo lo que no estudié en el violín, lo estudié con la viola en dos años muy compactos”.
Para quienes no están familiarizados con esos instrumentos, que comparten “familia” también con el violoncello, la diferencia puede ser mínima, pero para los artistas no lo es. “La viola se toca igual que el violín, pero es un instrumento muy pesado y trae problemas en la postura, que es antinatural”, dice. También cree que el violinista tiene que tener un carácter especial que ella no posee. “El violín está más expuesto en una orquesta, llama demasiado la atención. Sin embargo, la viola está siempre en el medio, donde se conecta todo, y pasa más inadvertida”.
En 1981, Horowitz fue la primera mujer violista en la Ossodre y en la Filarmónica, pero ella no cree que fuera por prejuicios la falta de mujeres. “Era difícil entrar, pero yo lo percibía como algo normal. Uruguay es mucho más abierto que varios países europeos. Por ejemplo, en la Filarmónica de Viena hace diez años no tocaba ninguna mujer. Había un contrato para la televisión y los cameramans solo podían filmar las manos y las músicas tenían que usar mangas largas para que no se viera de qué sexo eran”.
Aún recuerda la primera clase que tuvo cuando llegó a Viena. “Mi profesor me dijo que tenía que tocar con las cuerdas al aire, es decir, que no podía usar la mano izquierda para corregir la posición de la mano derecha. Me tuvo así cuatro meses tocando solo con la mano derecha. Entonces un día, cansada, le dije: ‘Hoy voy a tocar una pieza de Schubert. O la toco o me voy de acá’. Entonces él me dijo que estaba esperando que yo le dijera eso, que ya estaba lista. Ahora agradezco todo ese tiempo de ejercicios porque si no, nunca hubiera mejorado la postura”.
En fotografía, la especialidad de Horowitz son los retratos. A veces la contratan los sellos discográficos o quienes organizan conciertos. A veces son los propios músicos que la llaman, porque en Austria la consideran una de sus fotógrafas preferidas. También ha hecho retratos de figuras del cine o de la televisión y el arte de más de cien discos. Y por supuesto ha retratado a gente común y a músicos anónimos. “Me gusta la gente, pero no le robo fotos. Eso no me gusta: cuando no saben que los estoy fotografiando. No me gusta obligar a la gente a salir en una foto”, aclara.
Entre los famosos a los que retrató está Goran Bregovic, el reconocido músico balcánico, realizador de las bandas sonoras en las películas de Emir Kusturica. “Es fantástico y fue muy divertido fotografiarlo. Una reportera argentina que vivía en Berlín me pidió para hacerle el retrato cuando lo fuera a entrevistar por un concierto que daría allí. Recuerdo que cada media hora tenía una entrevista, una atrás de la otra con un fotógrafo. No sé por qué habrá sido, pero cuando terminó le dijo a su asistente que me diera un pase para que subiera al escenario con él. Fui la única fotógrafa en el escenario, fue increíble”.
En cuanto a lo difícil de fotografiar a grandes personalidades, Horowitz dice que tuvo experiencias variadas. Entre las mejores, recuerda las fotos que le hizo al pianista Vladimir Ashkenazy por su inteligencia y buen humor. Entre las peores, recuerda una “muy desagradable” con un músico de fama internacional que prefiere no nombrar. Ella piensa que el maltrato que recibió fue por su condición de judía, pero no puede comprobarlo. “Leyó mi apellido y me trató mal. No solo él, sino también quienes lo rodeaban”.
Horowitz considera que muchas veces la mejor fotografía surge por mérito del fotografiado. “Si lo dejo y no le doy muchas indicaciones, sale por sí misma su pasión. Me fijo cómo maneja su instrumento. La relación con el instrumento es la más larga que tiene un músico, a veces incluso más que con su familia. Eso se ve en las fotos, cómo lo manejan”.
Con las orquestas que integra, ha viajado por casi toda Europa, Asia y América, por lo tanto conoce todo tipo de audiencias. El público que la sorprendió más fue el chino de hace unos 15 años, cuando en pleno concierto hablaban por celular, comían, tomaban y cuchicheaban. “Ahora cambió porque la mayor parte de la gente que va a esos conciertos es por cuestiones políticas, porque los invita el gobierno. Entonces están obligados, van y hacen silencio”. Por otra parte, destaca el público amable y respetuoso de Estados Unidos y de Turquía, donde estuvo hace poco: “A pesar de la situación que están viviendo, el concierto estaba lleno y la gente feliz. Es un público al que le gusta mostrar que le importa la música”.
La exposición en el Solís surgió a iniciativa de la cónsul uruguaya en Austria, quien presentó un proyecto con sus trabajos. “Trabajé siete años acá y para mí es muy importante volver a exponer”, dice la fotógrafa. Los retratos que presentará marcan el contraste entre los músicos callejeros y los que tocan en conciertos y provienen de diversas ciudades en las que estuvo de gira.
Horowitz se fue a Viena en 1988 y al comienzo sintió nostalgia de la playa Malvín y de la forma de ser de los uruguayos. “La gente acá es más cálida. No menos complicada, pero sí más cálida que en Austria”, afirma. Tuvo algunos problemas con el idioma, por más que sabía un poco de alemán, pero el lenguaje de la música le facilitó la inserción. Además, siempre tuvo una cultura europea. “Cuando toco Mahler me siento como en casa. Me encanta su música y cuando la interpreto no puedo pensar en otra cosa. Representa toda una cultura de mi familia, que reencontré en Viena”, dice la fotógrafa, que esta vez viajó sin la cámara y sin su viola.