N° 1918 - 18 al 24 de Mayo de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo hay unanimidad acerca de la convencional venda que tapa los ojos de la alegoría de la Justicia. El excelente libro de José M. González Garcia La mirada de la Justicia (La Balsa de Medusa, Madrid, 2016, distribuye Océano) nos informa y a la vez nos ayuda a comprender la complejidad de los distintos procesos que desde la Antigüedad a nuestros días han vestido, desvestido, armado, desarmado, vendado y dejado a cara descubierta la imagen de la Justicia. Pocos íconos son tan persistentes en un curso tan largo de siglos y tan, a la vez, variadas sus concepciones gráficas.
Hasta que leí este libro me reconozco encerrado en los felices tiempos de la filosofía griega; creía que la venda correspondía a la indicación pitagórica primero y luego definitivamente platónica de que el universo existencial es una mera y engañosa apariencia, donde todo es provisorio, variable, susceptible de corrupción y de modificación, por contraste con el campo de lo esencial, en el que prevalece la pureza, la eternidad y la serena simplicidad de las realidades. En ese dualismo se formó mi presunción de que la venda en los ojos de la Justicia se debe para colocarla a salvo de los errores y confusiones que engendra el mundo de las superficies. Muchas leyendas abonan esta creencia: a Homero se le atribuye ceguera porque elige poner ciego a Demodoco en el banquete de los feacios, y decide que sea ciego como signo de homenaje, para significar que era sabio, que no se dejaba turbar por las imágenes de las cosas, sino que le interesaban las cosas en sí mismas. Algo similar se dice de Demócrito de Abdera, que con un cristal se quemó los ojos para que nada lo distrajera de la contemplación de las verdades esenciales, primeras.
Pero lo que con creces demuestra el autor es que el problema surge en realidad en la Edad Media y en el tránsito de la Edad Media hacia la modernidad. Hay, en efecto, un par de siglos donde el detalle de la venda corresponde a la discusión dominante acerca de los límites, fueros y certezas de la Justicia; ocurre esto en el tiempo en el que, al amparo de la conmoción de la herejía protestante, y como efecto del extraordinario desarrollo del comercio, del cambio de paradigma de la organización social y política, con la aparición de los Estados nacionales, se suscita lógicamente una reflexión acerca del derecho que será la base de las teorías recibidas en los pilares de las sociedades modernas. Del muy informado capítulo segundo del libro copio un fragmento: “Frente a la idea corriente de que la venda en los ojos ha sido siempre un símbolo positivo de imparcialidad de la Justicia, la realidad histórica es que la venda aparece primero como señal de locura y necedad, como crítica de la injusticia. Y solo más tarde se transforma en símbolo de honestidad, recta conciencia, integridad y honradez del juez, quien debe pensar en su interior en el veredicto justo sin hacer caso de las apariencias externas ni dejarse llevar por preferencias o afectos” (pág. 129).
Lo interesante es el dato exacto que le llama la atención porque, vemos, es el eje del argumento central de su obra. Conforme a su indagación, la primera pieza en la que aparece la venda es La nave de los necios, un libro publicado por Sebastian Brant en 1494; al respecto comenta en la misma página: “Es muy significativo que la primera imagen occidental de la Justicia se deba a un jurista y crítico moral de una época de transición entre la Edad Media y la Modernidad, un momento histórico de crisis del Derecho tradicional y de introducción del Derecho romano en Alemania y en otros países centroeuropeos”. Pero es, en realidad, una venda equivocada: trata de los necios, de los que voluntariamente elijen la ceguera para no ver, para privarse o privar al mundo de las verdades que hacen posible la convivencia y la dignidad de las personas; las varias xilografías muestran a litigantes, jueces, autoridades y vecinos usando indistintamente vendas como modo de encerrarse voluntariamente en el error, en la ignorancia, en el prejuicio.
Las desgraciadas circunstancias que nos han tocado en suerte convierten en especialmente aconsejable una visita a este libro profusamente ilustrado, donde se hace evidente que los problemas de la Justicia no están, como se cree, en su venda sino en la no siempre firme mano que gobierna su espada y, más que nada, en la debilidad de sus rodillas, tan dispuestas últimamente a doblarse frente a los dictados o el paladar de los gobernantes.