N° 1977 - 12 al 18 de Julio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFaltan dos minutos para que termine el partido. El defensor José María Giménez comete una falta en la mitad del campo de juego y el árbitro no duda ni un segundo en sancionarla. La transmisión televisiva da lugar a un primer plano del futbolista uruguayo y descubre su cara de tristeza y frustración. Segundos después se arma la barrera y la cámara vuelve a acercarse a Giménez, que esta vez está con los ojos llenos de lágrimas. Entonces la derrota se hace evidente, adquiere forma humana, sacude hasta al último de los todavía esperanzados.
Perdió Uruguay, un poco o bastante antes de lo esperado. El clima triunfalista había llenado las mañanas frías de invierno y eran mayoría los que ya se imaginaban una nueva Copa del Mundo viajando desde Moscú a Montevideo. Así lo mostraban las pencas, las conversaciones cotidianas, los comentarios periodísticos y el ánimo generalizado durante la última semana. Pero perdió Uruguay. Y perdió bien.
Hubo apenas unos segundos de silencio después de la derrota, un tiempo mínimo para intentar asumir la frustración, pero fue solo la quietud que antecede a la tormenta. Después, una gran ola de comentarios de todo tipo, a favor o en contra, endulzados o radicales, se abrió en el horizonte, avanzó a toda velocidad y cubrió a los identificados con la Celeste como un gran tsunami que arrastró todas las estructuras.
Fueron varias las discusiones que se iniciaron, entreveradas con el repentino patriotismo y exceso de triunfalismo. Una de las más ruidosas fue acerca del llanto de Giménez. ¿Estuvo bien en no contener las lágrimas antes de terminar el partido? Esa pregunta dio para todo, como si fuera el “ser o no ser” de Shakespeare. No se admitían bromas ni burlas, porque en los temas importantes no hay espacio para eso. A tal punto llegaron las cosas.
Giménez lloró porque quería ganar y perdió. Porque se dio cuenta de que el fracaso era inevitable. Porque asumió la derrota. Giménez lloró al igual que algún otro futbolista y otros tantos hinchas en la tribuna, sobre todo niños como los hijos de Luis Suárez. Y está bien que así sea. Es lo que hacen las personas cuando pierden: se frustran y lo expresan de la forma que mejor les sale. No es necesario darle tantas vueltas.
Lo verdaderamente importante en medio de todo este ruido como de vuvuzelas que dificulta la concentración, es asumir la derrota. Eso es lo que mejor resultados da a mediano plazo. Un vez que se retire el agua y que todo vuelva a su lugar, es necesario tomarse un tiempo para detectar los errores, que siempre los hay, y aprender de ellos pensando en el futuro. Ahí está el secreto del éxito.
El Maestro Tabárez lo sabe y por eso ha obtenido tan buenos resultados. En sus conferencias de prensa, en sus charlas técnicas con los futbolistas y en las entrevistas, siempre habla del error como un factor a tener muy en cuenta. “Juega de titular siempre”, dice; y con esa broma explica una parte importante de su filosofía.
No es cierto que la vida es corta. Lo que sí es verdad es que es una sola. Y las derrotas abren paso a un nivel superior si se tiene en cuenta en serio el futuro. No el hoy ni el mañana: el pasado mañana. La apuesta siempre debe ser al largo plazo, es la única receta que funciona. Así trabaja la selección uruguaya y esa debe ser la mejor enseñanza a sus compatriotas.
Todos los éxitos tienen algún fracaso en la sombra. Todos los políticos que llegaron a ser presidentes de Uruguay perdieron en alguna instancia electoral, antes o después de cruzarse la banda presidencial. Todos, no hay excepciones. Todos los grandes empresarios, los actores reconocidos, los escritores más populares tuvieron que convivir en algún momento con el fracaso. Lo asumieron, lo entendieron, lo revirtieron y por eso llegaron.
Aprender a perder es una de las primeras enseñanzas que debería formar parte de las escuelas. ¿Para qué “sabremos cumplir” como dice el himno nacional? Es mucho más útil saber perder. “Sabremos perder”, deberían cantar los niños en los actos patrios. Y también transmitirlo los padres en sus casas como parte del proceso de cualquier emprendimiento que sus hijos vayan a hacer en la vida adulta, individual o colectiva.
Esto es lo que hace falta. La sociedad uruguaya necesita una mayor tolerancia a la frustración y el problema viene desde la niñez. Es fundamental entender de una buena vez por todas que los éxitos vienen después de mucho trabajo y algunos fracasos. Que todo lo bueno que logramos en el pasado fue producto de años de planificación y de corregir los problemas que se iban generando. Que la primera mitad del siglo XX, que tanto enorgullece a todos por los logros futbolísticos, las reformas sociales y el crecimiento económico, estuvo antecedida por otro siglo de guerras y conflictos que se asumieron como tales para poder revertirlos.
Es bueno que algo parecido a esto esté pasando con la selección uruguaya. Es un ejemplo positivo que ya está dando su recompensa. Asumir los problemas, asumir los errores, asumir las derrotas y proyectarse para mejorarlas, es el rumbo elegido por los celestes, que definen la eliminación de Rusia como una “pausa” en el camino, en palabras del capitán Diego Godín.
“Creo que muchos argentinos pensamos que Uruguay está para más. Por lo menos para asumir protagonismo. Pero leo a muchos uruguayos con extremo conformismo: somos pocos, somos humildes. Llevan tres mundiales con ese discurso. Ahora Uruguay está en la élite mundial y tiene que salir a ganar el Mundial”, escribió un argentino esta semana en Twitter.
Es cierto. Llegó la hora de intentar dar ese paso para sumarse a la “élite mundial”. Para eso es necesario corregir las fallas que ocasionaron la última derrota mundialista y seguir trabajando y pensando en todo lo que vendrá. El rumbo está claro.
Ojalá que así sea y que sirva de ejemplo. Que quede como enseñanza más allá de la fiebre mundialista. Que la caricatura de Arotxa publicada por El País en la que el mapa de Uruguay es una cancha de fútbol, supere al mundo de fantasía de este último mes y coloque por lo menos otra vez en el mismo rectángulo de césped virtual a todos los uruguayos tras la misma meta, pero sin que sea necesaria una pelota.