Sangre en el agua

Sangre en el agua

La columna de Andrés Danza

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Nº 2125 - 3 al 9 de Junio de 2021

Uruguay tiene un problema con “la derecha”. No es algo serio ni tampoco muy profundo o arraigado a sus orígenes. A simple vista parece una tontería, un asunto idiomático menor, pero genera consecuencias en la forma en la que se posiciona prácticamente todo su espectro político. El tema es que ningún o casi ningún dirigente de peso quiere asumirse como “de derecha” y los que no lo son acusan a todos sus oponentes de serlo, como forma de descalificarlos.

Llama la atención que eso ocurra en un país tan politizado y con un alto nivel de alfabetización y de historia cívica. Sorprende además porque cuenta entre sus habitantes con una mayoría de nietos de inmigrantes, especialmente de España e Italia, países en los que está muy bien definida y asumida la derecha y la izquierda. Para poner un ejemplo reciente, cuando el mes pasado ganó las elecciones en Madrid Isabel Díaz Ayuso, presidenta regional y candidata por el Partido Popular (PP), no hubo un solo medio, ni de ese país ni del exterior, que no se haya referido a “un triunfo de la derecha”.

Y está muy bien que haya sido así porque eso fue lo que ocurrió: una aplastante victoria de la derecha. Díaz Ayuso, que para ser reelecta duplicó el resultado que había obtenido en las últimas elecciones, se asume sin ningún problema como de derecha y se ubica en la vereda de enfrente al gobierno de izquierda encabezado por Pedro Sánchez.

En España, al igual que en buena parte de Europa, las cosas en política se llaman por su nombre. No tiene nada malo ser de derecha o de izquierda, no hay ninguna carga negativa con respecto a esas palabras. Pero da la sensación de que sus antepasados, al subirse a los barcos para cruzar el océano Atlántico en busca de nuevos destinos, arrojaron al mar esas definiciones ideológicas tan diferenciales. Al menos así lo hicieron los que llegaron a la penillanura levemente ondulada.

Hay varios análisis académicos realizados al respecto. Algunos dicen que esa estigmatización de la derecha es consecuencia de la reciente dictadura militar, de la que nadie quiere hacerse cargo. Otros se refieren a la influencia del batllismo de principios del siglo XX y a la construcción durante esas décadas y las posteriores de un Estado socialdemócrata, más asociado con el centro del espectro político.

Es probable que sea una combinación de esos y otros factores, pero lo cierto es que a los líderes políticos uruguayos les cuesta mucho definirse como de derecha. Y la paradoja más grande es que se trata de algo que les ocurre a los políticos y no tanto a los votantes. Equipos, una de las principales empresas de opinión pública de Uruguay, mide en forma frecuente la ubicación de los uruguayos en el espectro ideológico y el promedio anual de 2020 revela que el 15%  se define como de derecha, el 16% de centro derecha, el 14% de izquierda y el 16% de centro izquierda. El 39% restante dice ser de centro o no sabe. Son números muy significativos que muestran una realidad paralela a la que viven los líderes políticos.

De todas formas, son los sectores asociados con la derecha los que han ganado más peso en la coalición gobernante, por más que no se definan como tales. Dentro del Partido Nacional, el mayoritario en el Poder Ejecutivo, retrocedieron los grupos wilsonistas, más cercanos al centro. A su vez, la reciente muerte de Jorge Larrañaga fue un duro golpe para ellos, que perdieron a uno de sus principales referentes, y su lugar en el Ministerio del Interior fue ocupado por un herrerista histórico como Luis Alberto Heber. Sin Larrañaga y con Juan Sartori con muy poco protagonismo, los que dominan la tradicional divisa blanca, a cargo del poder, son los grupos más alejados del centro.

De los socios de la coalición, no hay duda de que Cabildo Abierto es evaluado por la mayoría del electorado como un partido de derecha, por más que sus fundadores no quieran definirse de esa forma. A su vez, los colorados —que históricamente han sido los más centristas del espectro ideológico— han perdido mucho peso electoral y luego también a uno de sus referentes en ese camino del medio: Ernesto Talvi.  Queda el expresidente y líder histórico Julio Sanguinetti, pero todo parece indicar que en la próxima contienda electoral el que tiene más posibilidades de llegar a conducir los destinos de la colectividad de Fructuoso Rivera es Pedro Bordaberry, otra figura política asociada a la derecha. El Partido Independiente, que se define como de centroizquierda, pasó a ser anecdótico desde el punto de vista electoral, aunque cuente con un ministerio importante en el gobierno, como es el de Trabajo, encabezado por Pablo Mieres.

En la vereda de enfrente mandan los sectores más ubicados a la izquierda. Es cierto que las etiquetas ideológicas son relativas, pero la realidad muestra que los grupos que cuentan con una amplia mayoría son el Movimiento de Participación Popular y el Partido Comunista y que los dos dirigentes con más probabilidades de ser candidatos presidenciales son Carolina Cosse y Yamandú Orsi, ambos ligados políticamente con alguno de esos grupos. Los sectores más de centro, antes agrupados por el Frente Líber Seregni, perdieron su peso electoral y también político.

Lo muestran los hechos: la coalición multicolor está un poco más de derecha y el Frente Amplio un poco más de izquierda. Es probable que sea por un aumento de la polarización, que no está dejando mucho espacio para el centro. Los dos bloques se enfrentan, se critican y se agreden cada vez más y la sangre parece llegar al río que los divide. Entonces, todo se vuelve un poco más turbio y los puentes más difíciles de transitar y frágiles, porque el agua se embravece.

Pero la historia muestra, en especial desde la restauración democrática hasta ahora, que los que consiguen ser presidentes son los que más se acercan a ese río del centro en el que navegan decenas de miles de uruguayos (39%, según Equipos) y logran sumergirse en él. Ese es el desafío que tienen los nuevos líderes por delante: ayudar a que el agua corra y la sangre se diluya con el tiempo. De lo contrario, perderán su lugar con otros dispuestos a zambullirse cuando sea necesario. Salvo que en Uruguay también avancen los populismos “antisistema”, esos que viven de la confrontación, como ocurre en varios países de América Latina. No parece ser ese el horizonte, al menos por ahora.