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    Ser feliz en Uruguay es más probable que en la región, salvo Brasil

    “Nos quisieron educar en un mundo cristiano que decía que este es un valle de lágrimas, y después vamos a tener un paraíso. Este no puede ser un valle de lágrimas, el paraíso es este”, sostuvo el presidente José Mujica cuando documentalistas italianos le preguntaron “¿cuál es el secreto para ser feliz?”. Para él, la gente ambiciona demasiado cacharro, demasiada cuota para pagar y después no tiene tiempo para vivir”, dijo para ese rodaje centrado en la felicidad, según recogió en noviembre el diario “El Mundo” de Madrid.

    La vida austera del “presidente más pobre del mundo” —como han dado en llamar a Mujica varios medios de comunicación internacionales— contrasta con niveles de consumo crecientes en Uruguay en los últimos años, alimentados por un mayor poder adquisitivo de las familias. Es, precisamente, un nivel de ingresos más alto uno de los factores que más incidencia tienen en la felicidad de las personas, aunque también juegan otros como el estado civil, si tienen o no trabajo y la educación cursada.

    Un estudio sobre el tema para el Cono Sur recientemente publicado por el Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República revela que la probabilidad de ser “muy feliz” en esta región es cerca de 34%. En Uruguay, las posibilidades de serlo son menores que en Brasil, pero mayores que en Chile, Argentina y Paraguay.

    En la investigación, de Mariana Gerstenblüth, se analizan los factores que inciden en la felicidad, como la educación, la religión, la situación conyugal y el empleo. El nivel de ingresos tiene un rol preponderante.

    En Uruguay el dinero que perciben los hogares viene en aumento sostenido en los últimos diez años. Entre 2004 y hasta noviembre de 2014 el ingreso medio creció a un ritmo promedio de 4% en términos reales (por encima de la inflación de precios), calculó Búsqueda a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística. Sin embargo, las cifras que se conocen del año pasado muestran que el ritmo de crecimiento se moderó; la suba fue de 1,9%.

    Tristeza sin fin

    La economía de la felicidad es una rama de estudio relativamente nueva que busca obtener medidas de satisfacción de los individuos basándose en indicadores que en las corrientes más tradicionales de esta disciplina son dejados de lado por la subjetividad asociada al tema. Sin embargo, las investigaciones en este campo aplican métodos matemáticos para explicar por qué los individuos llegan a alcanzar la felicidad o se ven privados de ella.

    El estudio de Gerstenblüth utiliza datos de la encuesta realizada en el marco del Latin American Public Opinion Project (Barómetro de las Américas) para Uruguay, Brasil, Argentina y Chile que, entre otras cosas, pregunta a las personas sobre el nivel de satisfacción con su propia vida. Y tiene en cuenta además el nivel de ingreso promedio de los hogares y un “índice de privación” que se relaciona con la disponibilidad de bienes que poseen.

    De allí surge que la probabilidad de ser muy feliz en el Cono Sur latinoamericano es aproximadamente de 34%.

    “Tristeza não tem fim, felicidade sim”, dice Tom Jobim en el estribillo de su famosa canción “La felicidad”. Solo en el país de ese cantautor, Brasil, la probabilidad de ser muy feliz es superior a Uruguay —entre 12 y 16 puntos porcentuales—, de acuerdo con los modelos elaborados por la investigadora.

    Por otra parte, ser argentino reduce las posibilidades de ser muy feliz entre 11 y 16 puntos frente a un uruguayo. Al comparar con Uruguay, en el caso de Chile la chance es de entre 6 y 10 puntos menor, mientras que siendo paraguayo esa probabilidad baja entre 6 y 20 puntos porcentuales.

    La investigación muestra, para todo el Cono Sur, la incidencia que tienen en la felicidad factores como el aumento de la edad de los individuos: a medida que pasan los años la satisfacción se reduce hasta un mínimo que se observa alrededor de los 47 años. A partir de ese momento vuelve a aumentar.

    Un nivel educativo creciente también impacta positivamente en la felicidad individual, según el estudio.

    A la vez, la autora encuentra evidencia de alguna incidencia respecto al estado civil. No halla diferencias significativas entre estar divorciado, soltero o viudo, pero si la persona está casada o en pareja su felicidad es mayor. Eso lo asocia al “capital social” del individuo, “la red de autosuficiencia” e “integración” con su comunidad.

    Encontrarse desempleado es otro de los aspectos que afectan la felicidad de la gente. Gerstenblüth menciona otros trabajos según los cuales “es un hecho estilizado que el desempleo es uno de los eventos más traumáticos en la vida de los individuos, y con peores efectos sobre la felicidad, los cuales exceden el impacto negativo generado por un menor ingreso”.

    Por último, se destaca que la práctica intensa de la religiosidad genera una mayor probabilidad de alcanzar niveles altos de satisfacción personal. También se confirma esto para las personas que tienen mayor confianza en los demás, lo que “parece ser una explicación del importante efecto negativo que vivir en una ciudad grande o capital tiene sobre el bienestar”, según la investigadora.

    Lo que ganan los demás.

    Uno de los objetivos de su estudio fue comprobar si se cumple la paradoja desarrollada por el economista Richard Easterlin, la cual establece que un aumento en el ingreso personal no incrementa la felicidad del individuo si el de los otros crece más. Eso implica que si los recursos de toda la población aumentan al mismo tiempo estas personas no serán más felices, ya que su posición respecto a los demás no se altera.

    La investigación arroja resultados en ese sentido para el conjunto de los países del Cono Sur. “La paradoja de Easterlin se cumple pero en una versión más fuerte, en la que el ingreso de los demás supera en magnitud al ingreso propio” en cuanto a su incidencia sobre los niveles de felicidad.

    El modelo estimado muestra que la incidencia en la satisfacción individual del ingreso propio es de 6%, mientras que el efecto del ingreso del resto es de casi 20%. Estos resultados resultan “sorprendentes por las magnitudes de los coeficientes” y están en línea con la hipótesis planteada: “Un mayor ingreso hace a las personas más felices siempre y cuando los demás no se hagan más ricos también”.

    Según Gerstenblüth, desde el punto de las “implicancias políticas”, estos hallazgos “podrían cuestionar las visiones más tradicionales en las que el incremento de la riqueza de los países es considerado un fin en sí mismo”.

    Rankings.

    Varias mediciones internacionales evalúan las condiciones económicas y de vida en los países, lo que permite establecer comparaciones o rankings.

    El último Reporte Mundial de la Felicidad publicado, que toma datos de 2010-2012, ubicó a Uruguay en el lugar 37º del ranking y mejorando en su puntaje respecto al período 2005-2007. Entre los sudamericanos, Venezuela (20º), Brasil (24º), Chile (28º) y Argentina (29º) están mejor posicionados en dicho ranking, que es encabezado por países europeos. La evaluación tiene en cuenta, además de las condiciones básicas que presenta cada país, aspectos como el Producto Bruto Interno por habitante, la salud y la expectativa de vida, la percepción de la corrupción, la libertad para tomar decisiones cotidianas, la red de soporte social y conceptos más abstractos como la generosidad. Togo es el peor puntuado en ese estudio escrito por un grupo de expertos independientes para un programa de la Organización de Naciones Unidas.

    Por otra parte, Uruguay figuró en la posición 30º en la edición de 2014 del ranking elaborado por el Instituto Legatum a partir de un índice de prosperidad, que combina variables parecidas al estudio de Naciones Unidas. La nómina abarca 142 países.

     En su entrevista con los documentalistas italianos, Mujica se explayó en su visión sobre el asunto de la felicidad: “Hay que enseñarle a la gente que viva la vida renunciando al disparate material, no viviendo a costillas de otro y siendo derecho, y teniendo comunidad, gente que le quiera. Son las claves más viejas —antropológicamente— que puede tener el hombre, pero le damos mucha vuelta y complicamos todo. Filósofos, sociólogos, teorías, no jodas”.