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    Sobre el discurso del comandante en jefe del Ejército

    Sr. Director:

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    Manini habló desde la posición de sucesor del primer jefe y jefe actual de la Fuerza. Se diría que le estaba hablando a su jefe, con ese acento traspasó el aire su verbo. Porque si hay una institución representativa de nuestra identidad y verdaderamente fundadora de la nación, esa es el Ejército. Nacida en los campos de Batalla de Las Piedras un 18 de mayo de 1811, bajo la conducción del Gral. Artigas. El Uruguay no existía como unidad política autónoma y aún sus fronteras no estaban acordadas y tampoco claramente definidas. El Ejército nace en ese magma que funde pueblos y razas al calor de una determinación de autonomía, que detendrá el abuso que suponía servir a voluntades ajenas a nuestras realidades. Fue la voluntad de aquellos gauchos, analfabetos muchos, criollos, libertos, cuatreros, provenientes del más profundo interior de nuestra patria. Tropas reclutadas en las levas, rescatadas de andar errantes en las pampas y sierras y recogidas en el seno regimental que proporciona comida, techo y ofrece peligrar la vida tras un ideal de independencia y autodeterminación, que solo percibe el jefe y alguno muy avezado. Pero, eso sí, todos decididos a dar pelea para hacer de estas tierras su hogar, ese lugar donde poder parar de huir, donde asentarse y ser libres y soberanos, dueños de su destino.

    Dejando correr el tiempo, esos mismos característicos pobladores parecen seguir nutriendo las filas de la milicia oriental en 2017. Ellos fueron, son y serán, los que han nutrido fundamentalmente las filas de nuestras FFAA, aportando el sacrificio, la entrega, su callada labor y, además, su sangre, para mantener en pie aquella herencia de honor plasmada en Las Piedras.

    La profesión militar implica, de suyo, asumir sacrificios y privaciones. Esos serán probables motivos que hacen difícil la elección y provocan que, como forma de vida, no esté en las prioridades de miles de jóvenes en estos días, pues para asegurar su futuro laboral y económico optan por otras alternativas. No sienten el llamado de las armas ni la responsabilidad de la defensa de su tierra. ¿Qué le sucede a nuestra sociedad que renuncia a su defensa y se entrega indemne a las manos de quien quiera poseerla?

    Pienso que quien osa atribuir privilegios a quienes están en sus filas, demuestra ignorancia, y su repetición cotidiana solo puede ser fruto de la mala intención del alma que termina siendo antipatriotismo, desconocimiento de la historia y del presente, insensibilidad ante el sufrimiento de los más pobres entre nosotros. Con la insania de los que sostienen que una mentira repetida cien veces o mil, se vuelve cierta, repiten ante cualquier tribuna la idea errónea del militar privilegiado. Así lo aclaró de forma brillante el señor general Manini, en su discurso del pasado día 18 de mayo.

    Nadie podrá decir que las Fuerzas Armadas de la República no han demostrado respeto y subordinación a los poderes legales y constitucionales, desde la salida de la dictadura, hace ya más de tres décadas, soportando en forma muchas veces agraviante todo tipo de críticas y enfrentando toda clase de sospechas infundadas. Sin embargo, cada vez que se las convoca para diversas actividades, dicen presente. Su eslogan moderno las define como “La Fuerza de Todos” y vaya si lo han sido desde Dolores a Artigas, en inundaciones, tornados y sequías, barreras sanitarias y epidemias de zoonosis variadas y hasta en accidentes aéreos, para no hablar de las incursiones de los exaltados de Gualeguaychú y su aventurera asonada al suelo patrio.

    Allí han estado, hoy como ayer y siempre, las fuerzas armadas orientales, en harapos en la apreciación de muchos, pero indemnes, demostrando su preparación y profesionalidad para enfrentar en forma eficaz las ingratas tareas que se les deben asignar por imperio de las circunstancias y que solo organizaciones con disciplina y orden pueden cumplir. Un Ejército no se improvisa, una milicia tal vez, aunque requiere el fuego revolucionario y su concreción no sabe de límites en términos de pérdidas materiales y humanas. Entonces, paren, insultadores falaces, alto con la irresponsabilidad de acicatear y espolear a la gente buscando votos, alimentando odios o rencores.

    Alto con esa insania. Seguir hostigando, acusando, sospechando e insultando a una institución con tanta historia, con tanta humildad en su accionar y nutrida de servidores tan sencillos como fieles, solo puede ser el fruto de odios inconducentes. Acaso persiguen objetivos disolventes, actuando tal vez sin advertirlo como agentes al servicio de intereses sospechosamente antinacionales. Cuando se cuestiona su existencia o su misión, invocando su posible incapacidad para enfrentar un enemigo externo, se desconoce nuestra historia, jalonada por victorias ante enemigos con capacidades bélicas y en número de hombres muy superiores. Porque aquí en el Plata como antes en Palestina, David venció a Goliat. El siglo XX demostró que los conflictos no solo se ganan con misiles y aviones, ni con la madre de las bombas, como en Vietnam o Afganistán, como en Argelia o en la India de Ghandi, las guerras no son solo misiles y tanques, la capacidad de sacrificio por la familia y la libertad, por la vida y el terruño no se mide en millones de dólares, señores insultantes. Así se deja de considerar la voluntad y el poder de disuasión que los ejércitos poseen.

    Como nuestra más rica historia se empecina en demostrar y los insultantes se empeñan en ocultar y tergiversar, las Fuerzas Armadas se nutren de factores inmateriales que hacen a la razón de ser de un grupo humano y a la motivación para morir por él. Fue en ese siglo XX que las Fuerzas Armadas fueron convocadas por el poder político legítimo, para combatir un enemigo de corte multinacional, el castrismo del Foro de San Pablo, que ya nadie oculta. Nuestros guerrilleros se entrenaron en Cuba y en la Komsomol, nuestros políticos fueron condecorados con la orden de Lenin. Nuestros grupos armados clandestinos, por su apoyo, financiación, preparación y objetivos fueron parte de la Guerra Fría. Nuestras Fuerzas Armadas, ajenas a esas maquinaciones, respondieron como siempre a sus mandos del momento y supieron dar la respuesta militar victoriosa, en una guerra de corte irregular y sucia, donde el enemigo estuvo cobardemente escondido entre los ciudadanos, pareciendo un vecino y siendo en realidad un agente subversivo o un guerrillero, y en última instancia un asesino y un ladrón, un secuestrador y un torturador. No nos olvidemos de los hechos y de decir las cosas como las vimos y vivimos, porque por ser benevolentes, terminaremos siendo extranjeros en nuestra propia tierra.

    Nuestra población en forma soberana en dos oportunidades decidió perdonar. No se trata solo de verdad y justicia, sino de verdad, justicia y perdón. La República toda ya indultó a tupamaros y a militares, convocada a dar su veredicto en sendos plebiscitos, puso fin a la contienda por tercera vez en su historia. Se buscó así dar fin a aquella contienda divisoria de nuestra sociedad. Pero el odio pudo más. La voluntad soberana fue burlada en su decisión cuando se desconocieron sus resultados. Y aquí estamos, revolviendo el pasado, aplicando leyes en forma retroactiva, violando principios del derecho fundamentales, aplicando normas cuyo efecto es nefasto, y esgrimiendo principios claramente anticivilizatorios, como que lo político está por encima de lo jurídico. Cuando se incursiona en estos caminos, las bases mismas de las instituciones republicanas tiemblan. La República tiembla, justamente socavada por aquellos que hacen continuas declaraciones de su supuesta defensa. No son más que lobos vestidos con piel de oveja, pero el buen pastor ya los ha descubierto y el soberano está buscando remedios. No hay lugar en el Uruguay para apátridas, mafiosos, internacionalistas que cuidan intereses ajenos, no hay lugar para oligarquías transnacionales.

    Que quede claro, que nuestras FFAA han cumplido, cumplen y cumplirán siempre sus cometidos fundamentales y fundacionales, su principal misión de defender nuestra soberanía, en un mundo donde las amenazas son de origen múltiple, y para ello deberán contar con los medios que aseguren el cumplimiento de esas trascendentales misiones. Ningún ciudadano puede ser ajeno a la defensa de su soberanía y libertad, de su familia y propiedad, de su cultura y estilo de vida. Cuestionar sin aportar a la solución es desinterés y en última instancia, cobardía. Nuestros primeros defensores, los soldados en actividad, la raíz de la movilización, deben recibir un salario decoroso para no tener que vivir como indigentes. Pero más que eso, deben ser respetados como personas y profesionales que han elegido una noble y sacrificada tarea, deben además ser reconocidos como una institución profesional y representante privilegiado de nuestra política exterior en lugares del mundo llenos de miseria y dolor. Son lo que son, porque estos embajadores han llevado el alivio, la seguridad, la salud y la calidez del Uruguay generoso y amigo a los lugares más conflictivos y pobres del planeta.

    El magistral discurso del Gral. Manini ha sido reconocido por los auténticos uruguayos y también ha querido ser empañado por algunos periodistas y medios que han tratado en vano buscar intenciones de desacato al poder político o al presidente de la República, que están muy lejos de la palabra del general. Porque Manini ve más allá de las pasiones de la hora, y al hacerlo está impecablemente a la altura de su investidura. En la vereda de enfrente los mezquinos y mediocres que buscan el escándalo, porque viven de él o porque solo conocen el odio en sus pequeñas almas. Dejaron de leer y considerar el contenido del mensaje, un verdadero manual de historia, patriotismo y valoración de nuestros soldados, repasando y mencionando en forma contundente todas aquellas cosas que hacen a un servidor público y lo enaltecen. Porque el sacrificio cuando es voluntario, enaltece. Son los verdaderos privilegios de aquellos que visten uniforme.

    Reconocer esa verdad parece haber caído como una especie de cachetazo a todos aquellos agentes que destilan odio y revanchismo ciego, divulgando falsedades sobre nuestra institución armada. No deberíamos olvidar que las FFAA son custodias del poder de las armas, las que deben llevar y administrar con criterio y responsabilidad por la potencia y letalidad que implican. Las Fuerzas Armadas están allí, se preparan y entrenan, son los últimos que  desean tener que participar de un conflicto, pero son los primeros sin duda, que estarán cuando se los necesite. No dejemos que la ingratitud nos gane, respetemos y honremos al soldado tanto en la tranquilidad de la paz como ante la amenaza, habilitemos su preparación y entrenamiento con los recursos que merece su función y acreditan sus resultados y permitámosles en definitiva, el sagrado privilegio de vivir sabiendo del agradecimiento de sus defendidos. 

    Daniel García