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    Te invito a mi burbuja

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nº 2103 - 23 al 29 de Diciembre de 2020

    por Andrés Danza

    Ya no es más “quedate en casa”. Ahora lo que hay que respetar es “la burbuja”. Esto es: que cada uno ponga bastante más cerca las paredes que delimitan su mundo y que dentro de ellas deje entrar solo a unas pocas personas, con las que tiene un contacto frecuente. De esa forma sugirió el Grupo Asesor Científico Honorario al gobierno tratar de revertir la ola de contagios de coronavirus, que lo incorporó como una de las principales medidas a tener en cuenta.

    No debería ser un problema. Es más, tendría que ser mucho más fácil que lo vivido desde el inicio de la emergencia sanitaria, el 13 de marzo, hasta la flexibilización de las viejas medidas, a fines de junio. Porque lo que muestra la realidad de los uruguayos es que están cada vez más encerrados en sus respectivas burbujas.

    El gobierno vive en una burbuja, aunque no siempre. Ha demostrado que puede salir de ella y no le ha ido mal cuando lo hizo. Pero suele volver a esa zona de confort que implica tener las fronteras muy cerca, al alcance de la mano. La burbuja gubernamental, ocupada por los principales referentes del oficialismo y sus asesores, se terminó de cerrar con los altos índices de popularidad con los que cuenta la gestión encabezada por el presidente Luis Lacalle Pou. Es comprensible. Para cualquier líder, tener ese grado de aceptación popular es un activo importante, a cuidar. El problema es que gobernar implica también tomar decisiones antipáticas y de alto costo político. Y ya han sido varias las veces que autoridades del Poder Ejecutivo priorizaron mantener el agrado mayoritario antes que avanzar a fondo en algunos temas. Los ejemplos de marcha atrás en resoluciones son cerca de 10 en el primer año de gobierno, y eso indica cómo manda la burbuja.

    Pero también así lo evidencian algunas de las medidas adoptadas para procurar revertir la cantidad de casos de coronavirus, que han crecido significativamente durante las últimas semanas. El gobierno priorizó claramente mantener la economía funcionado y en especial a los sectores que le son más afines. Los cambios vinieron para el mundo de la cultura y el espectáculo, mayoritariamente opositor, que quedó suspendido hasta el 10 de enero. También para los que viven de las aglomeraciones, como los gremios y los sectores políticos más afines a la izquierda. Para ellos, entre otros, se limitó por dos meses el derecho a la reunión, incluido en la Constitución. Algo similar a las medidas extremas que hace un tiempo reclamaba el Frente Amplio, solo que ahora adoptadas desde otro lado.

    Porque el Frente Amplio también vive dentro de su burbuja. Por eso votó en contra, porque el planteo de limitación venía desde el gobierno. Estuvo meses reclamado reducir las libertades para combatir la pandemia y cuando se planteó la posibilidad de limitar una de ellas se opuso, ya que lo afecta directamente. Y prefirió quedarse dentro de su burbuja, cuidando también ese apoyo de determinados sectores que son los que forman las paredes de su encierro.

    La misma burbuja es la que lo tiene atrapado en una oposición confusa y a veces un tanto contradictoria. Los canales de comunicación con el gobierno que tiene son muy pocos, están cada vez más herrumbrados y se queja por ello. Pero cuando tiene la posibilidad de incrementarlos opta por volver a encerrarse para recibir los aplausos de los que ya están dentro de su mismo espacio. Claro que hay excepciones, dirigentes que van hasta el límite y pinchan algún punto de la burbuja —como lo han intentado la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, y el de Canelones, Yamandú Orsi—, pero después son obligados a encerrarse nuevamente.

    Y no pasa solo con los grandes bloques políticos. Todo Uruguay está dividido por una cantidad de burbujas que flotan casi sin tocarse. ¿Qué son si no las redes sociales, que cada vez tienen más adeptos? Allí cada uno se encierra en su pequeño mundo y lo lee como si fuera la realidad. Hasta los líderes de opinión y tomadores de las decisiones importantes se basan en las tendencias que registran esos lugares maniqueos para resolver sus acciones.

    ¿Y los médicos no habitan su propia burbuja también? Reclaman mejores condiciones de trabajo, en forma justificada muchas veces, pero al mismo tiempo avalan que unos pocos ganen millones al año en desmedro del resto. No es culpa de ellos. Así son también en casi todas las profesiones y oficios. No salen ni quieren salir de su micromundo. Que nada se mueva, que siga la comodidad de la burbuja, parecen gritar.

    Antes solo unos pocos sectores permanecían encerrados en su mundo, en burbujas pequeñas, que apenas afectaban a la sociedad en su conjunto. Hoy son muchos más. Porque además de ricos y pobres, de campo y ciudad, de izquierda y derecha y todas las viejas divisiones, ahora dentro de cada uno de esos grupos hay decenas de burbujas casi sin contacto. Del diálogo se pasó a la confrontación y de la confrontación al encierro en un espacio cada vez más limitado.

    Es probable que no haya un único culpable. Nunca la responsabilidad es solo de uno de los grupos que comparte el espacio. Pero es una realidad cada vez más evidente y preocupante. Ya casi nadie invita a otros a sus burbujas. Es verdad que todos están más comunicados pero solo con los que quieren. Pueden pasar semanas o meses sin tener que leer o exponerse a una opinión discrepante o enfrentarse a un diálogo con una persona que pertenezca a otra burbuja. El exceso de comunicación virtual, las redes sociales y la menor llegada de los medios tradicionales de comunicación ha favorecido esa compartimentación extrema de la sociedad. Parece una contradicción pero así es.

    Para la situación en la que se encuentra hoy Uruguay puede llegar a ser una ventaja comparativa. Hay que aprovechar y que cada uno se mantenga en su burbuja por unas semanas. Pero después hará falta explotar unas cuantas. “Te invito a mi burbuja” tiene que ser la nueva forma de relacionarse. De lo contrario, pasará la pandemia pero no el pandemonio en el que nos hemos convertido.