N° 2043 - 24 al 30 de Octubre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Este no es un mundo para los tibios”. La frase me la encontré, donde si no, en las redes sociales. En este caso la decía un joven convencido de que cualquiera que no creyera lo mismo que él, era un blando, un débil, un tibio. La idea de los “tibios” me sonaba de algún lado concreto y no era precisamente el de un joven que cree estar haciendo la revolución desde Twitter. Al rato recordé dónde había leído yo el “concepto”. La frase la dijo en 1977, en plena dictadura militar argentina, el general de brigada Ibérico Manuel Saint-Jean, gobernador militar de la provincia de Buenos Aires al periódico ingles The Guardian: “Primero eliminaremos a los subversivos; después a sus cómplices; luego a sus simpatizantes; por último, a los indiferentes y a los tibios”. En todo caso, la idea de que los “tibios” deben ser eliminados no es nueva ni es exclusiva de un solo credo ideológico, aunque parece crecer cuando los tiempos se “calientan” y aceleran.
Hablando hace un tiempo con un amigo que suele preocuparse por estos temas, me decía que le llamaba la atención con cuánta frecuencia se olvida, nos olvidamos, de que la democracia es una rara avis en las formas de organización social y que la norma en la historia de la humanidad han sido los sistemas totalitarios de todo signo. Que la democracia, imperfecta y siempre en proceso de reforma interna, es apenas un instante, uno muy reciente, en el continuo de las formas de organización social. Y que, quizá por haber tenido la suerte de haber vivido casi siempre en democracia (por edad tanto a él como a mí nos tocaron unos años de dictadura) tendemos a olvidar cuáles son las alternativas conocidas. Esto es, las alternativas que han efectivamente existido y que existen y que son aquellas que podemos usar como evidencia a la hora de pensar formas de organizarnos para decidir a dónde queremos ir.
En estos días vemos estallidos sociales de todo tipo y en varios lugares, casi al mismo tiempo. Como recordaba el analista Álvaro Padrón en un programa televisivo, todos estos conflictos locales podrían enmarcarse como parte de una “transición hegemónica”, esto es un desplazamiento de la hegemonía de Occidente a Oriente. Padrón recordaba también el papel que la tecnología juega en esa transición: ya no es solo la posibilidad de estar informados (o desinformados si no somos capaces de separar la paja del trigo), sino de que la tecnología incida en votaciones y en la selección de candidatos. Y, sobre todo, y esto es importante, que esa tecnología y sus posibilidades operan y existen mas allá del marco de las naciones. Esto es, que están fuera del marco en el que pueden ofrecer soluciones los gobiernos democráticos.
Resulta tentador, por tranquilizante, intentar ordenar todos estos conflictos según algún criterio que nos resulte conocido y ese criterio era tradicionalmente el eje de izquierda vs. derecha. Sin embargo, ese eje no siempre alcanza para dar cuenta de lo que está ocurriendo, no digamos ya intentar explicarlo. Y quizá por eso es que otro nuevo/viejo eje viene cobrando fuerza: la idea de que el conflicto es entre unas élites y el pueblo. Visto de esta manera, el conflicto en Chile sería resultado de una serie de políticas económicas y sociales de largo aliento que las élites chilenas han aplicado sobre los sectores populares. Y que aunque haya gobernado la izquierda durante varios períodos, esa izquierda se comportó o bien como testaferro de esas élites, o bien como parte de ellas.
En España, por ejemplo, cuando Podemos comenzó su andadura partidaria, a rebufo del movimiento de los indignados, la palabra que el partido usó para definir esas élites fue “casta”. La “casta” era todo aquel que perteneciera a la élite política y económica, según la definición de Podemos. Y quien se enfrentaba a esa “casta” era el “pueblo”, que también era definido por Podemos, su único y auténtico representante, aunque eso no se viera reflejado en votos. Es verdad que en cuanto Podemos ocupó cargos de poder, dejó de usar la palabra, quizá dándose cuenta de que la categorización que había usado podía colocar a sus dirigentes, con sus elevados sueldos y beneficios, como parte de la misma “casta” que ellos habían despreciado y definido.
Tengo la impresión, sin embargo, de que el problema en realidad se sitúa más allá de los ejes ideológicos tradicionales y más allá de las categorías creativas que construyen y modifican los ejes del conflicto según lo necesite el propio proyecto político. Esto es, el conflicto en términos globales sería más bien entre una democracia imperfecta, muchas veces bastardeada, y quienes descreen de ella, incluidos aquellos que usan sus mecanismos para derribarla. Y que todos ellos son en realidad jugadores de un juego global en el que no pueden decidir gran cosa.
Si bien es claro que la democracia nos ha garantizado libertades y acceso a cuotas de poder en tanto ciudadanos, también es claro que se trata de un proyecto y un proceso siempre en obra, en constante deliberación sobre sí, y no de un sistema acabado al que podemos pedirle esto y lo otro. Al mismo tiempo, dependiendo de dónde le toque a uno pararse, la democracia podrá ser percibida como lenta, injusta, corrupta, inútil. O como un buen camino. De hecho, todos esas miradas están presentes en los conflictos que vemos estallar estos días. Pienso en Chile, Ecuador, Perú, España, Bolivia, Hong Kong y Venezuela, por citar algunos.
Aunque sea tentador intentar leer todos esos escenarios según nuestros modelos tradicionales, el gesto no parece tener demasiada utilidad. Como recordaba Padrón en ese programa, nuestra incapacidad de predicción se debe a que “estamos usando categorías viejas para entender problemas nuevos”. Esto es, mientras la política siga encerrada en el marco de los Estados nación, las herramientas que tiene para hacer frente a conflictos y tendencias que son globales, siempre serán pocas o parecerán poco útiles. Mientras reclamamos a los partidos que resuelvan tal o cual conflicto, esos poderes globales que marcan la agenda nacional en todo sentido, no fueron elegidos por nadie en ninguna parte. Es cada vez más claro el desfajase que se viene abriendo entre la posibilidad de la política y la democracia, restringidas a los ámbitos nacionales, y el hecho de que buena parte de las decisiones que afectan nuestras vidas se toman en ámbitos que no se corresponden con los territorios que afectan.
Tengo la impresión de que de seguir abriéndose esta brecha, será cada vez más difícil para las democracias mantenerse como una opción deseable y con sentido para los ciudadanos. Y esta es una noticia terrible: hasta donde sabemos, no conocemos otro proyecto colectivo que, con todos los bemoles que se le quieran poner, haya hecho tanto por los ciudadanos como la democracia. Pero para mantenerse, la democracia necesita de demócratas y de esos no parece que vayamos sobrados últimamente. Ni siquiera en vísperas de elecciones. No parecen venir buenos tiempos para nosotros los tibios.