Todo el tiempo del mundo

escribe Eduardo Alvariza 

Las cintas publicitarias plagadas de elogios que envuelven a los libros casi nunca sirven para nada, a no ser que dentro de esos elogios haya uno como el de Joyce Carol Oates, que dice: “Un escritor deslumbrante”. Por regla general, las contratapas tampoco sirven demasiado, a no ser para informar sobre lo básico (esto es un libro de poesía, o sobre la II Guerra Mundial, o un manual de autoayuda para epilépticos) y, cuando se trata de novelas o relatos, para aportar una guía somera o adelantar algo que el lector debería descubrir por sí mismo. Pero en el caso de los Cuentos completos de Edgar Lawrence Doctorow editados por Malpaso (459 páginas), solo hay una cita del propio escritor que es por demás elocuente y genial para ilustrar su proceso creativo: “Cuando tenía siete u ocho años, mi hija Caroline me pidió un día que le escribiera una nota para la maestra porque iba a faltar a clase. El autobús estaba a punto de llegar. Escribí la fecha y empecé: Estimada señora X, mi hija Caroline… Pero entonces pensé: ‘Así no está bien, es obvio que se trata de Caroline’. Tiré la hoja y comencé de nuevo: Ayer, mi hija… ‘No, tampoco, parece que estoy declarando ante el juez’. Así continué hasta que oí un claxon y advertí que la niña estaba al borde del llanto. Las bolas de papel se amontonaban en el suelo. Mi mujer agarró una hoja y redactó la nota a toda prisa. Escribir es inmensamente difícil, sobre todo cuando el formato es breve”.

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