Nº 2207 - 5 al 11 de Enero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDicen que el bueno de Elon Musk compró el circo y le crecieron los enanos. Pero no nos engañemos: los billonarios pueden darse sus caprichos y dilapidar fortunas, sin que se les altere la sonrisa. Con su nuevo juguete pierde US$ 350 millones al día, lleva contabilizados US$ 200.000 millones de pérdida, y esta cifra no resulta una bicoca ni para el exhombre más rico del mundo. Desde que la euforia del éxito lo llevó a pensar que Tesla, SpaceX o Starlink no eran suficiente para su enorme talento y puso el pie en Twitter, se han sucedido las malas decisiones y peores consecuencias.
Tras meses de idas y vueltas, caprichos y extravagancias, la compra se concretó el pasado 28 de octubre cuando el empresario se hizo con la red social por la friolera de US$ 44.000 millones de dólares, una cifra incomprensible, absurda para una empresa difícil de monetizar. El incombustible Musk, muy suelto de cuerpo y como quien desembarca de una Cruzada, aseguró que había “liberado al pájaro” de la presunta censura a la que estaba sometido. Con esas sencillas palabras logró el primer efecto catástrofe: que se dispararan los tuits xenófobos, sexistas, machistas, antisemitas y de odio en general. El anuncio de querer readmitir a Donald Trump, excluido de la red tras el asalto al Capitolio, también hizo fuerza a favor de los violentos. Para redondear la situación, el expresidente escribió en su propia plataforma, Truth Social: “Estoy muy feliz de que Twitter esté ahora en buenas manos y ya no esté dirigido por locos y maníacos de la izquierda radical que odian a nuestro país”.
Y los anunciantes empezaron a huir.
¿Qué pasó entonces? El temblor llegó con los inversionistas de Tesla, su principal fuente de ingresos, que pusieron mala cara y algunos hasta decidieron abandonar el barco. El tercer mayor accionista individual, Leo KoGuan, ante la debacle que se veía venir, acusó al empresario: “Ha abandonado Tesla y la empresa no tiene un solo CEO que funcione”. Así, de un día para el otro, Tesla vio hundirse su cotización en la bolsa.
Otra consecuencia inesperada fue que las celebridades, aquellas que otrora le dieron lustre y poder a la red del pajarito, empezaron a desertar en masa. Jim Carrey, Whoopi Goldberg, Elton John, las figuras del mundo del espectáculo abandonan la plataforma, principalmente por causa de los anuncios relativos al cambio de política en la moderación de comentarios, de hacerla menos restrictiva. La “libertad de expresión” que invocó su actual propietario alarmó a la comunidad liberal de Hollywood, que sospechó que habría una apertura hacia las fake news, el populismo, el racismo y la violencia. Y no estaban errados.
La estrella de la NBA, LeBron James, ha tuiteado mensajes relativos al aumento de “N-words”, es decir, palabras racistas, diciendo que resulta “aterrador” el panorama desencadenado desde el momento de la compra. El basquetbolista cita datos de la firma de investigación en redes sociales, Contagion Research Institute, según los cuales el uso de dichas palabras aumentó un 500% en Twitter en las 12 horas posteriores a la toma del control de Musk.
Toni Braxton, cantante de R&B, salió de la red a fines de octubre dejando este tuit: “Estoy sorprendida y horrorizada por algunos de discursos sobre la ‘libertad de expresión’ que he visto en esta plataforma desde su adquisición”. Y continuó: “El discurso de odio bajo el velo de la ‘libertad de expresión’ es inaceptable; por lo tanto, elijo alejarme de Twitter porque ya no es un espacio seguro para mí, para mis hijos y otros POC”, dijo, refiriéndose con estas siglas a las “personas de color” o personas no blancas. Dejó atrás 1,8 millones de seguidores.
Para entonces, el millonario ya había intentado varias formas de marcha atrás en sus decisiones, pero todas resultaron infructuosas a la hora de contener la propagación del incendio.
Y los anunciantes siguieron huyendo.
Cuando decidió lanzar una encuesta vinculante que preguntaba a los usuarios si Musk debería seguir o no como CEO de la red social, algunos pensaron que estaba loco o que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Pero cuidado, porque el sudafricano será veleidoso pero no masca vidrio. En la compulsa, donde participaron 17,5 millones de personas, se decidió la salida del empresario por un 57.5% de los votos. Según Dan Ives, director asociado de Wedbush Securities, los resultados no fueron una sorpresa porque “desde que Musk se hizo cargo, Twitter ha sufrido una debacle de proporciones épicas”. Sin embargo, y como decía antes, no lo juzguemos apresuradamente: podrá cometer errores, pero sabe que el peor pecado de un empresario no es equivocarse, sino el tiempo que persiste con el error. Y así, con esa votación que cualquier neófito podía prever contraria, logró desembarazarse de los tentáculos de la dirección de una empresa fundida o al menos problemática, consiguió la excusa perfecta para volver a conducir Tesla, su gallina de los huevos de oro, salvaguardar su fortuna y su ego.
Ahora, como si dejara atrás un mal día, el bueno de Elon dará vuelta la página y mirará hacia adelante. Atrás quedará su fracaso, su corta experiencia en la ingrata red social, y otro CEO limpiará el enchastre, la sangría de usuarios, la catástrofe del circo y los enanos. A nosotros Musk nos dejará un montón de interrogantes sobre las reglas actuales, un campo minado por una ambigua política de contenidos, los miles de mensajes racistas, de porno, violencia y odio, y nos dejará un mal sabor en la boca: un mundo un poco peor del que teníamos antes de su breve y funesta incursión en el ágora de Twitter.