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    Un 2020 con enormes desafíos

    N° 2052 - 26 de Diciembre de 2019 al 01 de Enero de 2020

    El gobierno “multicolor” que se instalará a partir del 1º de marzo de 2020, bajo la conducción de Luis Lacalle Pou, enfrentará enormes desafíos tanto a corto como a mediano plazo.

    No hay prácticamente ningún área relevante de la economía y la sociedad uruguaya que no tenga problemas significativos, cuya solución o principio de corrección no admite la menor demora. La sensación de tranquilidad y de que está todo bajo control que intenta transmitir el actual gobierno es un espejismo.

    Sin el “viento de cola” que generó el “boom” de precios de las materias primas entre 2003/2004 y 2013/2014, se terminó la “magia” de alto crecimiento económico, el financiamiento de las llamadas “políticas sociales” con recursos genuinos, el aumento simultáneo del empleo y de los salarios reales, los reducidos déficit fiscales y caídas sostenidas de los indicadores de endeudamiento público, la apreciación casi permanente de las monedas locales, y sectores externos superavitarios que permitían la permanente acumulación de reservas internacionales. En distintos grados, la historia ha sido parecida a lo largo y ancho de toda América Latina en los últimos 15 años.

    Parece cada vez más evidente que el “viento de cola” difícilmente vuelva a aparecer en los próximos años, lo que implica que las restricciones que enfrentará el nuevo gobierno en nuestro país (así como en general todos los gobiernos latinoamericanos) serán enormes, sin mucho margen para el error y sin que puedan esperarse soluciones mágicas.

    La lista de desafíos es muy demandante. Para comenzar, sin “viento de cola”, ¿será posible volver a crecer de manera sostenida y a tasas elevadas con el actual peso del gasto público, políticas sociales incluidas? ¿Será posible crecer a base de un déficit fiscal creciente y con un leve aumento del consumo, pero con la inversión cayendo y las exportaciones estancadas o retrocediendo? ¿Cómo podrá volver a aumentar la inversión, sin rentabilidad en las empresas, con las elevadas cargas tributarias implícitas y explícitas, y con los actuales esquemas de relaciones laborales que aumentan los costos explícitos e implícitos de la contratación de mano de obra? Si la única manera para que haya inversión es darle a las empresas “condiciones similares a las de UPM”, ¿cómo se piensa continuar financiando el actual nivel de gasto público, teniendo en cuenta además que las empresas que no reciban exoneraciones impositivas van a desaparecer cada vez en mayor número, reduciendo la base imponible?

    Sin “viento de cola”, ¿será posible volver a una situación de crecimiento simultáneo del empleo y de los salarios reales? ¿O mantendremos el contexto de los últimos cinco años en que el empleo privado se contrajo fuertemente mientras los salarios reales se sostuvieron e incluso mostraron un leve crecimiento? ¿Insistirán los sindicatos, en este contexto, en mantener la rigidez a la baja de los salarios reales, los ajustes de salarios por rama de actividad independientemente de la situación de cada empresa, y exigiendo mayores aumentos para los llamados “salarios sumergidos”?

    Sin “viento de cola”, ¿seguiremos apostando a ser una “isla cara” en dólares, con precios y costos domésticos que imposibilitan una adecuada rentabilidad y competitividad de la mayoría de las empresas locales? ¿Seguiremos creyendo que tenemos un PBI de US$ 57.000 millones, y que somos tan “ricos” en dólares, aunque esta economía tan “rica” en dólares hace años dejó de invertir, y tiene a muchos de sus sectores productivos con la soga al cuello?

    Dado el déficit fiscal de más de 5% del PBI que recibirá la nueva administración, y una dinámica de deuda pública que todo el mundo reconoce es insostenible (y aquí lo que menos importa es la cada vez más probable pérdida del “investment grade”, que luce inevitable sin un ajuste drástico de la actual dinámica del gasto público global); ¿seguirá pensando el próximo gobierno que alcanza con buscar un ahorro de US$ 900 millones en el gasto, por más difícil que eso sea sin tocar el gasto “social” y la estructura del Estado? ¿O veremos un presupuesto que “haga temblar las raíces de los árboles”, y una reforma de la seguridad social que genere sobre supuestos hiperconservadores el equilibrio actuarial intertemporal de todo el sistema? Porque si no ocurre ni lo uno ni lo otro, nadie va a creer en que realmente va a ser posible que “se afloje la cincha” sobre el sector privado, como se prometió durante la campaña electoral.

    En definitiva, la lista de problemas a encarar ya es compleja. Seguir en “piloto automático” no es una opción. Ojalá que el nuevo gobierno esté a la altura de las circunstancias y que tenga toda la suerte del mundo. La va a necesitar.