Carol Ann Tomlinson, una de las voces más influyentes de la educación estadounidense, sostiene que las aulas de Uruguay y del mundo son cada día más “diversas”, y que esa tendencia va a continuar y a acentuarse, por lo que el “compromiso ético y moral” del docente hoy es encontrar “la mejor forma de llegarles a sus alumnos” y su disposición al cambio.
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Para esta profesora y catedrática de liderazgo educativo, hay tres opciones: ignorar las diferencias entre los alumnos y dar los mismos contenidos de la misma forma a todos; dividir la clase entre alumnos “normales”, avanzados y “rezagados”; o interesarse por las particularidades de cada uno sin afectar la calidad del curso.
“No hay excusas para una educación efectiva, memorable y útil. No quiero caer en el cuento de que ‘cuando yo era joven tenía que caminar 50 kilómetros’, porque va a sonar a muy vieja. Pero cuando empecé a trabajar tenía 40 alumnos por clase y en total eran 150. Más o menos es lo mismo que pasa cuando se agranda la familia, se le encuentra la vuelta”, dijo Tomlinson a Búsqueda.
Autora de más de 300 artículos, libros y otros materiales para educadores traducidos a 12 idiomas, la codirectora de los Institutos de Diversidad Académica de la Curry School of Education de la Universidad de Virginia birndó una conferencia-taller titulada “Aprendizaje Diferenciado, de la teoría a la práctica” en la Escuela y Liceo Elbio Fernández los días 12 y 13 de mayo. Lo que sigue es un resumen de la entrevista que mantuvo con Búsqueda.
—Usted dijo durante la charla que el docente debe “pensar en sus alumnos como individuos”, no en clave grupal. “Pensar en ellos cuando están en clase y cuando no se está con ellos”, porque más que ocuparse tiene que “importarle” cada uno. ¿Cuáles son sus expectativas ante un grupo de alumnos?
—Enseño con altas expectativas. Mi compromiso es ayudar a los muchachos a que trabajen de manera productiva y que crezcan como seres humanos completos. Lo que tenemos en común o compartimos es lo que nos hace humanos, pero lo que nos diferencia, es lo que nos convierte en individuos. Mi expectativa es ofrecerles contenidos efectivos, memorables y útiles que les ayuden a comprender mejor el mundo. Pero tengo que darles criterios para que sepan cuáles son y cómo alcanzar esas expectativas. Tengo que ofrecerles objetivos claros y ser una fuente de apoyo. Busco un sentido de comunidad en el aula, que todo el salón funcione como equipo: todos necesitan contribuir y hacer un buen trabajo. Si logro todo eso, puedo obtener muy buenos resultados.
—¿Qué es la enseñanza diferenciada?
—Hay muchas respuestas para eso, y son muchas las maneras en que podemos ayudar a los alumnos. Pero primero tenemos que identificar en qué situación se encuentran. Por ejemplo, si enseño en un nivel alto de álgebra puede haber algún alumno que todavía no sepa los conceptos de la multiplicación. De alguna manera tengo que identificar en qué situación se encuentra ese alumno y, a medida que enseño álgebra al resto del grupo, buscaré la forma de repasar la multiplicación con este alumno específico. Porque si no lo hago, él siempre estará por detrás y nunca se pondrá al día con sus compañeros.
—¿Y qué pasa con los alumnos que aprenden a otro ritmo?
—Puede pasar que un alumno no necesite ir tan despacio, porque ya sabe álgebra o aprendió más rápido. Entonces tengo que darle cosas para que ejercite y pueda seguir creciendo. Se trata más que nada de tener las necesidades específicas de los alumnos en mente —sus intereses particulares, sus formas preferidas de aprender— para permitirles desarrollarse, sin atarse a un programa. No significa cualquier cosa —como hacer más difícil una tarea a los alumnos avanzados o más fácil a aquel que tiene dificultades—, hay principios clave para la enseñanza diferenciada. Pero en esencia es tomar en cuenta las formas en que los alumnos aprenden.
—¿Cómo logra “emparejar” el nivel grupal “hacia arriba”?
—Parte de la diferenciación se centra en enseñar primero a aquellos que están más avanzados y después brindar el andamiaje necesario a los demás para que mejoren su rendimiento. En vez de diluir las exigencias, porque eso baja las expectativas de algunos muchachos, conviene planificar primero para los más avanzados y después darle soporte al resto para que alcancen ese nivel.
—¿Qué pasa con la administración del tiempo de clase?
—Por supuesto existen las limitaciones de tiempo, la mayoría de los docentes tienen esa limitación. Pero básicamente es como tener tres hijos en casa. Uno puede estar con el ipad, otro leyendo un libro y el otro jugando a la pelota. Y una tiene que estar atenta a todos: decirle al que está con el ipad que tiene solamente una hora, al de afuera que no tire la pelota para lo del vecino, y así, coordinar las actividades de todos a la vez.
—¿Por qué es importante para los docentes aplicar esta metodología?
—Porque es la mejor opción académica para administrar las diferencias entre los alumnos. Una opción es tratarlos a todos igual y enseñarles siempre lo mismo y de la misma forma. Eso está demostrado que no es bueno. Otra opción es separarlos y decir: “Vamos a poner a todos los ‘rezagados’, los que tienen problemas de aprendizaje y de atención por acá, y a los alumnos ‘normales’, a los ‘inteligentes’ o avanzados los ponemos por allá”. Dividirlos. Pero esa tampoco es una alternativa efectiva. Los padres nos dicen: ‘Mi hijo no está aprendiendo lo suficiente’. Aparte, cuando subdividimos, hay otro problema: generalmente, los que aprenden menos que el resto son más pobres y pertenecen a minorías, por lo que la brecha entre los que tienen y los que no se refuerza. La tercera opción —y desafortunadamente la menos común— es tenerlos a todos juntos dentro de un programa exigente pero atendiendo a las diferencias, necesidades e intereses particulares de cada alumno.
—Entonces, ¿cuáles son los conceptos clave para aplicar una enseñanza diferenciada?
—La idea es evitar que los alumnos estén segmentados, porque eso genera que si yo pertenezco al “grupo de los mejores”, puedo creerme que “soy de los mejores” y que puedo gozar de “ciertos privilegios”. Y también crea ese concepto de “nosotros y ellos”. Gracias a la investigación empírica, sabemos que los alumnos aprenden y se sienten mejor en grupos heterogéneos. Si se practica una educación segmentada, estamos reconstruyendo un sistema de castas. Pero si los ponemos a todos juntos con un profesor que sepa trabajar a partir de las diferencias —que preste atención y dedique tiempo a conversar con el alumno en un ámbito diferenciado, que piense en él como individuo, dentro y fuera de clase—, tendremos resultados mucho mejores.
—Los docentes uruguayos suelen tener muchos grupos, algunos superpoblados, y moverse a otros centros de estudio. ¿Cómo pueden conseguir esos objetivos cuando se enseña en esas condiciones?
—No quiero caer en el cuento de ‘cuando yo era joven tenía que caminar 50 kilómetros’, porque va a sonar a muy vieja. Pero cuando empecé a trabajar también tenía 40 alumnos por clase y en total eran 150. Más o menos es lo mismo que pasa cuando se agranda la familia. Tienes un hijo y tienes que hacer muchas cosas a la vez; después tienes dos o tres y tienes muchas más cosas para hacer en la misma cantidad de tiempo. Si tienes cinco hijos ya es una locura, pero siempre se le encuentra la vuelta. Entonces trato de enseñarles a mis alumnos que hagan la mayor cantidad de cosas por sí mismos. Fomentar esa independencia para no hacer todo yo y que ellos se sientan que son importantes. Desarrollo una rutina, la mejoro, arreglo lo que no funciona y así avanzamos.
—¿Cómo atrapar la atención de los alumnos en aulas tradicionales y con programas estandarizados?
—Es más o menos como cocinar la cena: se pueden hacer distintas comidas con los mismos ingredientes. En vez de aburrir con el mismo menú, pensar con esos mismos ingredientes distintas propuestas que suenen más atractivas. Por supuesto, cuando hacen lo que les gusta están mucho más motivados para trabajar y se comportan mejor, prestan más atención y ven que tienen éxito, en vez de sentir que fracasan. Básicamente se trata de conocer a tus alumnos cada vez mejor para realmente lograr los objetivos. No se trata de dejar de enseñar lo requerido, sino de enseñar esas cosas de manera más interesante y significativa.
—Ha afirmado que un buen docente también debe “gustarse a sí mismo”. ¿Qué quiere decir?
—Cuando realmente te gusta lo que haces, te levantas temprano dispuesto a hacer la diferencia. Si el docente se siente bien, si siente que hace la diferencia, eso alimenta su energía y se vuelve mejor docente. Si el docente crece también hará crecer a los alumnos, todos se vuelven mejores. Esto se aplica a todos los seres humanos. Si tenemos éxito, eso nos motiva a seguir trabajando, y probablemente tendremos más valor para probar cosas nuevas.
—¿Para qué sirve la evaluación del alumno?
—La evaluación no es un juicio ni una sentencia, es una manera de ver dónde están los alumnos respecto a donde querríamos que estén. Ayuda al profesor a ser mejor docente, porque le sirve para tomar mejores decisiones y hacer llegar al alumno a su nivel óptimo.
—¿Qué pueden hacer los docentes que no son entrenados para impartir una enseñanza diferenciada?
—Entrenarse por su cuenta (Sonríe).