En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Una gripe que lo traía algo molesto y su hijo más chico que se le pasó a la cama en la mitad de la madrugada, le complicaron el descanso en la noche previa a las elecciones. El candidato del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou, se levantó bien temprano el domingo 26. Conversó con su esposa, Lorena Ponce de León, hizo algunas llamadas, escribió un par de tuits. A las ocho y media de la mañana ya estaba en las puertas del barrio La Tahona, listo para arrancar la recorrida por locales partidarios del departamento de Canelones y votar al mediodía. Un itinerario casi idéntico al que hizo en las elecciones internas. “No es por cábala, es por costumbre”, aclaró antes de salir a la ruta.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Subió en el asiento de acompañante de su camioneta Toyota Hillux, atrás iban dos invitados a la gira: el dirigente canario Fernando Perdomo y “El Paraguayo”, un amigo de toda la vida. La primera parada fue en La Paz. Con cámaras, micrófonos y periodistas como si fueran su sombra, se paró frente a las rejas de una elegante casona y llamó a los gritos a un veterano dirigente del Movimiento Nacional de Rocha. Se dieron un abrazo, el mismo abrazo que se habían dado el día de las internas, pero Lacalle Pou insistía que no era cábala, que era cuestión de seguir cumpliendo determinados ritos, costumbres, de otras jornadas electorales. “Hoy no hay que estresarse”, casi que les ordenó a sus encargados de prensa mientras se sacaba selfies con militantes.
Su derrotero siguió por Las Piedras. Saludó a dirigentes, a delegados, a toda la gente que se topaba en su camino; estaba dinámico, pero la gripe lo seguía complicando. “Bajé la guardia y se me bajaron las defensas. El cuerpo viene sobreexigido hace 20 meses”, se excusó. “Conseguime algo en la farmacia”, le pidió a uno de sus acompañantes. Una periodista le ofreció una Aspirina C que tenía en su cartera, pero la rechazó porque es alérgico. “Voy a quedar deforme y ahí tenés flor de nota”, bromeó. Antes de llegar a la ciudad de Canelones, pasó por Cerrillos y salteó de su itinerario a Aguas Corrientes. Estaba llegando tarde a la hora anunciada a los medios para la votación.
Al igual que en las elecciones de junio, hizo un breve alto en la casa del dirigente Sebastián Andujar y desde allí fue caminando hasta el liceo donde tenía que sufragar. El mismo camino que hizo en dos minutos en las internas, esta vez le demandó mucho más del doble. Lo frenaban para hablarle, darle besos, pedirle fotos. Tenía además, un buen número de cámaras encima que le enlentecían el tránsito hacía las urnas. “Está con una cara de cansado, pobre”, comentó una señora mayor al verlo pasar. Votó minutos después del mediodía envuelto en un ambiente bastante caótico de camarógrafos que se empujaban para tener la mejor toma y periodistas que chocaban micrófonos buscando alguna declaración tras el sufragio. Era su primer voto como candidato a presidente de la República. Desde Canelones se fue a San Ramón y de ahí a cumplir con otro de sus rituales electorales: el almuerzo en la chacra de la familia García, en el kilómetro 65 de la zona rural del departamento.
Lo esperaron con pollo, chorizo y carne en la parrilla. “Traten de comer ahora que está el Frente Amplio en el gobierno, si gana Luis se nos termina todo”, bromeó el anfitrión. “Qué lindo te quedan los bigotitos”, le dijo otro de los comensales aludiendo a las fotos del candidato vandalizadas en carteles. “Bueno, parece que hoy están todos graciosos”, se rió Lacalle Pou. El presidenciable blanco se puso más serio al comentar algunas encuestas a boca de urna que le habían llegado. Ya tenía algunos datos y todos eran alentadores. El Frente Amplio con un techo del 44% y el Partido Nacional entre un 33% y un 34%. Lacalle Pou ya sabía a esa hora del mediodía que el líder del Partido Colorado, Pedro Bordaberry, iría a darle un abrazo al búnker blanco en el hotel NH Columbia. Unos minutos antes, alguien del entorno del senador colorado José Amorín Batlle, le reprochó que este no había sido invitado al encuentro. Lacalle Pou mandó responder que no había invitado formalmente a nadie. Y que quien quisiera ir a saludarlo sería bienvenido. El almuerzo duró poco menos de una hora. Lacalle Pou volvía a su casa en La Tahona. “Me voy a tomar un antigripal y descansar un rato. Hoy tengo que estar lúcido”.
La euforia.
El sol caía elegante sobre la rambla de Montevideo, casi llegando a la zona portuaria de Ciudad Vieja. En frente a la playa, en la parte frontal del NH Columbia, se terminaba de armar el escenario en donde hablaría la fórmula tras los resultados de las elecciones. Eran algo más de las siete de la tarde y el búnker del Partido Nacional estaba en plena calma. Música por los altoparlantes, puesta de sol de una tarde agradable, algunos militantes que se arrimaban con termo, mate y banderas. Adentro del búnker se paseaban dirigentes y técnicos del comando de campaña con caras sonrientes. Latía el optimismo. Los números a boca de urna se iban pasando al oído con una efervescencia inocultable. Pero había algo de teléfono descompuesto. Algunos decían —convencidos, con “datos firmes”— que el Frente Amplio votaba un 42% y los blancos un 37%. “Me dejás helado”, dijo uno de los técnicos tras escuchar esos porcentajes.
El otro dato que se manejaba con una certeza casi absoluta era que ganaba el plebiscito a favor de la baja de edad de imputabilidad. Otro golpe al oficialismo. “Uruguay unido por la positiva”, se leía en varias paredes del hotel. El nuevo eslogan de campaña ya estaba listo.
A las 20.15, en medio de ese clima de euforia antes de que se abrieran las urnas, llegó el candidato. Bajó de la camioneta acompañado de su mujer y sus tres hijos. “¡Vamos, Luisito, vamos, vamos presidente!”, le gritó un dirigente. “Las tensiones son naturales, pero estoy tranquilo… Ahora un poco nervioso con todas estas cámaras”, dijo sonriendo y mirando alrededor de los periodistas. Perseguido por la nube de micrófonos ingresó al hotel, saludó a quienes encontró a su paso y subió al primer piso. Había una suite preparada exclusivamente para la fórmula, sus asesores y sus familias. Estaba de excelente humor.
Las caras largas.
Las banderas solo se movían por la brisa. En la pantalla gigante atrás del escenario se repetía una vez tras otra el jingle de Lacalle Pou “Somos hoy, somos ahora”. Un hombre con una matraca gigante, lejos del entusiasmo, hacía sonar de a uno los dientes, rítmica y regularmente. Casi como si fuera una gotera que suena molesta en el medio de la noche. El público recién cobró algo de vida cuando en la pantalla pusieron la transmisión de Canal 12 con el periodista Martín Sarthou saliendo en directo desde ahí. En ese momento los militantes gritaron y aplaudieron al canto de “¡presidente, presidente!”. El hombre de la matraca ahora sí la hizo sonar enérgicamente.
A las 20.30, en la sala del comando técnico y en la habitación de la fórmula todas las miradas se dirigieron a los televisores plasma. Afuera también se encendió la pantalla gigante con la imagen del politólogo Luis Eduardo González. Los primeros números proyectados fueron recibidos con aplausos del público. Pero a medida que fueron pasando los minutos y afinando las cifras, las caras se hicieron cada vez más largas. Cuando González anunció 46 % al Frente Amplio, bajaron el volumen y cortaron la transmisión. Volvió a sonar el jingle en el escenario.
Adentro del hotel había un silencio incómodo. La fórmula y los principales dirigentes blancos seguían instalados en los pisos superiores del hotel. En el lobby solo se veía a la gente de prensa de los blancos y a unos pocos políticos que iban llegando con la misma cara de alguien que llega a un velorio. Algunos estaban desplomados en los sillones. “Si apagan la música se escuchan los grillos”, comentó un militante afuera.
Tras unos minutos de incertidumbre bajó el diputado Álvaro Delgado. Quería dar un mensaje a través de los medios, pero no una conferencia de prensa formal. Hubo varias idas y vueltas sobre el lugar donde lo haría, hasta que habló parado en el lobby del hotel. “Para nosotros este es un día de alegría”, dijo y celebró que con los datos que se tenían no habría mayorías parlamentarias. Al poco rato bajó la fórmula. Lacalle Pou tenía en sus manos la bandera uruguaya y se mostraba enérgico. “La ilusión está intacta”, dijo en conferencia de prensa. “Los porcentajes finales dirán cuáles serán las estrategias y las negociaciones políticas”, agregó. No hubo espacio para preguntas. “Está dura la galleta”, comentó un dirigente mientras abandonaba la sala de conferencias.
Lacalle Pou y Jorge Larrañaga se metieron espontáneamente en el salón para la prensa donde estaban los televisores. “¿Dijeron algo de Bordaberry?”, preguntó el candidato blanco. En la televisión estaba por hacer su discurso el presidenciable del Frente Amplio, Tabaré Vázquez. Lacalle Pou lo miraba atento y en silencio, rodeado solo por periodistas y por el diputado Jorge Gandini. En un momento apareció su esposa y lo abrazó de atrás. Frente a otro televisor en esa misma sala, de espaldas a Lacalle Pou, Larrañaga y su esposa también seguían el discurso de Vázquez.
Luego, la fórmula y su equipo volvieron a subir al primer piso. Esperaban la llegada de Bordaberry antes de subir al escenario. Entre el público apareció una bandera del Partido Colorado y otra grande de Aparicio Saravia con una pequeña divisa colorada encima. Bordaberry y su compañero de fórmula, Germán Coutinho, llegaron al hotel pocos minutos antes de las once de la noche. El candidato colorado estaba desencajado, pasó corriendo entre la gente y la prensa rumbo al escenario. Un joven con una bandera colorada lo tomó del hombro y le gritó “¡juntos se puede, juntos contra estos comunistas de mierda!”. Bordaberry se encontró con Lacalle Pou al lado de la puerta giratoria del hotel. Se abrazaron. El líder colorado le dijo varias cosas al oído mientras le palmeaba la nuca. Como si fuera una fórmula presidencial doble, los cuatro se subieron al escenario. “Esto no estaba en los planes”, comenzó diciendo Lacalle Pou. Volvió a decir que la posibilidad de ser gobierno estaba “intacta” y agregó que a partir de ese momento dejaba de ser candidato del Partido Nacional para representar a todos los uruguayos.
La militancia tras las vallas se encendió algo después de varias horas de mutismo, pero el fervor parecía impostado. La larga jornada llegaba a su fin. Parecía el final tempranero y abrupto de una de esas fiestas que prometen estirarse hasta la madrugada. Lacalle Pou se quedó varios minutos en la puerta del hotel despidiendo a dirigentes, técnicos y allegados. “Descansen, bo”, les decía, al tiempo que cumplía el ritual de campaña de sacarse selfies con los militantes. “Estoy enamorada, lo amo. Voy a llorar”, comentó una adolescente luego de tomarse una foto con él.