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    Un valle profundamente infeliz

    En 2021 una de las series más aclamadas y recomendadas fue Mare of Easttown, un drama policial estadounidense de HBO en siete capítulos protagonizado por una Kate Winslet superlativa.

    La historia va de la detective Mare Sheehan, quien ya bien entrada en sus 40 debe lidiar con casos policiales particularmente escabrosos en la a primera vista pacífica comunidad en la que vive, un pueblito cerca de Filadelfia habitado mayoritariamente por white trash empobrecidos donde son frecuentes la drogadicción, el embarazo adolescente y la depresión. A sus problemas laborales se le suma el frente interno, una hija adolescente, una madre demandante y un nieto del que debe hacerse cargo luego del suicidio de su hijo. Pero Mare tiene que poder con todo porque es una mujer dura, pragmática y resiliente, y el verdadero centro del relato no es la investigación policial sino ver cómo Mare apechuga con todo lo que le tire el destino y mantiene en pie su entorno, su trabajo y su propia estabilidad mental. Un personaje soberbio, interpretado soberbiamente por una actriz soberbia, que declaró varias veces que su principal preocupación durante el rodaje fue hacer de Mare una mujer real, resistente, compasiva y dura como las mujeres reales en esas situaciones (personales, no policiales) tienen que serlo. “Es una mujer completamente práctica, pero imperfecta, con un cuerpo normal y una cara que se mueve de una manera acorde a la edad que tiene y que muestra su vida y de dónde viene”, dijo.

    Y sin embargo cualquiera que haya visto la serie británica Happy Valley y a su protagonista, Sarah Lancashire, encarnar a la sargento Catherine Cawood, además de notar curiosas y nunca explicadas similitudes, puede con toda razón pensar que en términos de solidez, realismo y profundidad, al lado de Catherine, Mare bien podría ser un superhéroe de la Marvel. El trabajo de Winslet es magistral, pero el de Lancashire está a otro nivel.

    Parecido no es lo mismo.

    El nombre Happy Valley es paródico, viene de la jerga policial y está referido al trapicheo y consumo de drogas. La serie transcurre en el pueblito de Hebden Bridge, cercano a Halifax, en el centro geográfico de Inglaterra. Por motivos poco claros, se lo considera la “capital lésbica del Reino Unido”, aunque esa faceta no figura en la serie. Se trata de una comunidad poco floreciente, tirando a pobre, con un rampante problema de microtráfico de drogas y alta desocupación. Y depresión, obvio. Ante las cámaras de Happy Valley, los paisajes del pueblo siempre son sombríos y melancólicos.

    Cuando comienza la primera temporada, conocemos a Catherine, una sargento de policía (de uniforme, gorra y chaleco amarillo, no una detective como es habitual en las series) firme y a la vez compasiva, tanto en el trabajo como en su casa. Vive con su hermana Clare, alcohólica y drogadicta en recuperación, y con su nieto Ryan, quien quedó a su cargo luego de que la hija de Catherine se suicidara ocho años atrás, incapaz de resistir las secuelas de haber sido violada bestialmente por Tommy Lee Royce, un traficante y maleante de ramos generales que acaba de salir de prisión. Royce secuestra a otra muchacha y Catherine se obsesiona con encontrarlo, cosa que eventualmente logra y Royce va preso de nuevo.

    En la segunda temporada, año y medio después, Catherine está involucrada en la investigación de una serie de asesinatos, pero sospecha que uno en particular fue perpetrado por un asesino diferente, un imitador. Tiene razón, claro, y la madre del asesino termina teniendo que matar a su hijo. Gente muy infeliz toda. Mientras tanto, desde la cárcel Royce se las arregla para mantener una relación a distancia con una groupie que es profesora del nieto de Catherine, y así establece contacto con este y logra que cuestione en familia la opinión (mala, obvio) que tienen de su padre.

    ¿Similitudes con Mare of Easttown? Montones. Obvias, algunas, y otras, extrañas y dignas de un conspiranoico terraplanista. Por ejemplo, el personaje de la hija de Mare se llama Siobhan, que es el nombre real de la actriz que interpreta a la hermana de Catherine, personaje del que es eco. Pero nunca ningún realizador de Mare of Easttown dijo una palabra al respecto.

    Mucho pero poco

    La primera temporada de Happy Valley se puso al aire en 2014 y tuvo seis episodios. La segunda, en 2016, con la misma duración. El formato televisivo inglés siempre tuvo dos características: temporadas cortas, desde mucho antes que los streamings o cables siguieran esa tendencia, y frecuencia puede decirse cuestionable. Una temporada de una serie puede tener ocho, seis, cuatro o menos capítulos, y las temporadas demorarse dos, tres o quién sabe cuántos años. Ser espectador en Inglaterra siempre fue un juego de paciencia.

    Happy Valley llegó en medio de una pequeña época de oro de las series policiales británicas. El género siempre fue frondoso y de calidad, tanto en la seminal BBC como en sus competencias, sobre todo ITV, pero la segunda mitad del siglo dio joyas como la desgarradora River (2015, temporada única, seis episodios), Broadchurch (2013-2017, tres temporadas de ocho episodios), Luther (2010-2019, cinco temporadas de seis, cuatro, cuatro, dos y cuatro episodios, y para este año se anuncia una película) y varias otras, todas joyas imperdibles.

    Con Happy Valley sin embargo se batieron récords hasta para la BBC: la tercera y definitiva temporada se demoró hasta este año, por motivos diversos pre- y pospandemia. Incluso hubo tiempo para que Sarah Lancashire se bajara de la serie y se volviera a subir. Pero al fin, cuando casi nadie lo esperaba, el cierre llegó y cumplió. Las tres temporadas pueden verse “a demanda” por Movistar Plus +.

    La confrontación final

    La tercera temporada se hace cargo de la demora. La acción transcurre siete años después del final de la temporada dos. Catherine está en los días finales antes de la jubilación, se compró un Land Rover y sueña con irse al Himalaya. Ryan es un adolescente irritable. Clare vive con su pareja, Royce sigue preso. Catherine se cruza con la madre del asesino de la temporada dos, recién liberada, y terminan como amigas y soporte mutuo. Hay un profesor controlador que maltrata a su pareja y tiene aviesas intenciones respecto a Ryan y un farmacéutico pusilánime que suministra drogas bajo cuerda. Y mafiosos rusos o de por ahí. Alguien muere.

    Pero en realidad nada de esto último es demasiado importante, porque el corazón de la serie, desde el primer capítulo de la primera temporada, es la confrontación entre Royce y Catherine. Royce, la maldad, la violencia, el caos, la decisión de destruir a la madre de la chica a la que llevó al suicidio, la abuela de su hijo, a la que considera culpable de sus desgracias (básicamente, estar preso). Catherine, la madre que nunca superó la muerte de su hija, la abuela que se impuso la tarea de criar a un niño al que nadie más quería, la policía tan dura como compasiva que toma té con la mujer a la que años atrás mandó presa, porque ambas saben lo que es perder un hijo. Los dos chocan durante toda la serie, en persona o a distancia, con Ryan como campo de batalla. Y al final del último capítulo, el cierre definitivo, después de que pasen cosas y más cosas, de que Royce escape y de que Catherine esté mil veces a punto de quebrarse, los dos se enfrentan cara a cara, solos. Y ese enfrentamiento es digno de la serie magistral que condujo a la escena: no es un tiroteo, no es una pelea, no es una escena de acción. Es un choque de voluntades, un decirse todo, un ajuste de cuentas en el que inevitablemente uno de los dos se va a quebrar. Y después de una década de resistencia, la intriga final es saber si a Catherine le dará la fuerza para vencer, una vez más y para siempre, la voluntad del enemigo empeñado en destruir a ella y a su familia. Un enfrentamiento como no se ha visto, tal vez, desde el de Robert Mitchum y Lillian Gish en La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955).

    Un cierre excepcional para una serie excepcional. Un final demorado pero a la altura de una historia en la que los únicos realmente felices son los espectadores.