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    Una breve ruptura de relaciones, intercambio de disparos y pasajeras lunas de miel caracterizan relación entre Montevideo y Buenos Aires

    Escoba nueva barre bien. Los comienzos de un período de gobierno han sido en general prometedores, breves lunas de miel, en las casi siempre tortuosas relaciones bilaterales entre Montevideo y Buenos Aires.

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    Los momentos más difíciles de la renovada y siempre latente lucha de puertos ocurrieron en 1932, cuando el gobierno de Gabriel Terra rompió relaciones diplomáticas; en 1955, momento en que el acorralado presidente Juan Perón amenazó con bombardear la antena de radio Carve que emitía mensajes opositores; y en 2006, cuando el conflicto de las pasteras fue llevado por Buenos Aires a la Corte Internacional de Justicia de La Haya con el puente San Martín bloquedado por piqueteros entrerrianos.

    En el siglo XIX, uruguayos y argentinos andaban a menudo a los tiros. En 1863, un barco de guerra argentino, el San Juan Bautista, fue enviado a demoler el arrecife de Corralito (Salto) y eso llevó a que Uruguay presentara una reclamación diplomática. En 1873, el buque de guerra argentino María Teófila llevó a cabo maniobras de vigilancia y ejerció actos de jurisdicción frente a la isla del Sauzal (Río Negro) sobre buques que navegaban sobre la costa uruguaya. Entonces hubo un intercambio de tiros y una nueva protesta uruguaya.

    Dos años más tarde, en 1875, se produjo un episodio semejante frente a la isla Itapebí (Salto).

    En 1888, 1903, 1907, 1913 y 1915 se registraron nuevos incidentes fronterizos fluviales.

    En 1916 se logró la firma del Tratado Brum Moreno que fija la jurisdicción para ambos estados de acuerdo a la línea del talweg (punto más bajo del río) para el espejo de agua y la ubicación respecto a dichas líneas para las islas, pero el acuerdo nunca fue ratificado por Uruguay.

    En 1961, sin embargo, se firmó el Tratado del Río Uruguay, que está en vigencia y dio por finalizado el añoso tema de la jurisdicción del río.

    El río de la Plata siguió siendo motivo de litigio. La gran sorpresa se produjo cuando el jefe de Estado era Juan María Bordaberry, quien —en 1973— tuvo la suerte de firmar un tratado con Perón que aportó una salida al largo conflicto limítrofe en el estuario.

    En la memoria histórica de la diplomacia del Palacio Santos adjudican este significativo logro a un objetivo estratégico de Perón: a su regreso del exilio, al final de su vida, buscaba limar asperezas en el continente para lograr que Argentina asumiera un rol de liderazgo regional de cara al año 2000.

    Hasta entonces, la isla Martín García había dado frecuentes dolores de cabeza a los diplomáticos, gobernantes y militares de ambas orillas, aunque un acuerdo de 1938 ya había dado lugar a conversaciones para aprovechar la fuerza hidroeléctrica de Salto Grande.

    En 1973, al firmar el histórico tratado con Uruguay, Perón recibió fuertes críticas, sobre todo por parte de la Armada argentina, que se sentía cómoda con la llamada doctrina Zeballos, que desconocía los derechos orientales sobre el Plata. También contó con opositores de este lado, en especial del historiador nacionalista Juan Pivel Devoto.

    Durante las dictaduras que comenzaron en la década de 1970 a ambos márgenes hubo muchas coincidencias y coordinaciones represivas, pero Uruguay, pese a los reclamos argentinos, se mantuvo fuera de la Guerra de las Malvinas y aceptó en puerto a buques ingleses por razones “humanitarias”.

    El porfiado gallego Alfonsín.

    El primer presidente de la posdictadura, Julio María Sanguinetti, vivió el momento de mayor sintonía de los últimos tiempos entre los dos países, cuando el radical Raúl Alfonsín era su contraparte.

    Alfonsín y el presidente de Brasil José Sarney avanzaron en acercar a ambos países y así perdió sentido la táctica del péndulo ensayada por Uruguay durante años.

    A pesar del buen vínculo con Sanguinetti, recordaron a Búsqueda fuentes de la diplomacia uruguaya, Alfonsín arregló en 1985 con Brasil una serie de acuerdos comerciales que fueron el origen del Mercosur sin consultar al Uruguay, aunque luego se procuró incorporarlo.

    En 2009, cuando Alfonsín murió, Sanguinetti recordó algunos momentos de la experiencia compartida, en especial las largas y fructíferas discusiones en viajes aéreos por la región gracias a la gentileza del presidente argentino.

    “¡Vos sos un tano que ve conspiraciones por todos lados! ¡Sí, y vos un gallego porfiado!”, recordó con afecto Sanguinetti un diálogo entre ambos, entrevistado entonces en radio Continental.

    Cuando en 2000 Batlle fue a Brasilia por primera vez como presidente electo, para encontrarse con Fernando Henrique Cardoso, fue calificado como proargentino.

    “En contraste con Sanguinetti que siempre privilegió el relacionamiento con el Brasil y con Europa, Bat­lle tiene gran admiración por los Estados Unidos y fuertes vínculos con la Argentina, donde vivió de niño con su padre exiliado, país de su madre y de su primera mujer, madre de sus dos hijos”, decía una gacetilla de prensa distribuida por la Asesoría de Comunicación Social de Itamaraty, la cancillería brasileña.

    Cardoso llamó a Batlle para disculparse y en una conferencia de prensa, el entonces novel presidente uruguayo ironizó acerca de su propuesta preelectoral de recrear “el virreynato del río de la Plata” con Argentina para limitar el peso comercial de Brasil (Búsqueda Nº 1.035).

    En sus primeras movidas como jefe de Estado, Batlle se jugó a la construcción del puente Colonia-Buenos Aires, que había avanzado el gobierno anterior, pero el entonces presidente Antonio de la Rúa dio largas, según fuentes del Palacio San Martín, porque “deja sin reservas portuarias a Buenos Aires”.

    Antes de que el presidente Batlle, de la mano de la cadena de televisión estadounidense Blomberg, hiciera famosa la frase “los argentinos son todos unos ladrones del primero al último” y tuviera que cruzar a pedir disculpas entre lágrimas, las relaciones entre ambos países habían comenzado a deteriorarse. Las cosas se pusieron aún peor con la crisis económica de 2001-2002, cuando Buenos Aires redobló las medidas proteccionistas, primero justificadas por la situación especial y luego devenidas en política en la era Kirchner.

    Las dos frustraciones “progresistas”.

    La llegada al gobierno del Frente Amplio en 2005, con Tabaré Vázquez, estuvo acompañada de expectativas de que comenzara una era de buen relacionamiento con el gobierno “nacional y popular” encabezado por Néstor Kirchner.

    Con su estilo medido, Vázquez cayó muy bien entre los empresarios argentinos a los que ofreció “reglas claras para todos”.

    Vázquez y Kirchner, a su vez, comenzaron con buen pie en materia de derechos humanos, sobre todo porque se propusieron aclarar el caso de la desaparecida nuera del poeta y ex guerrillero montonero Juan Gelman.

    “Lo de Batlle es insólito. Fui a visitarlo y se comprometió a investigar la causa pero ahora la archivó”, se quejó Kirchner según publicó entonces “La Nación”.

    El 1º de marzo, cuando Vázquez asumió, Kirchner cruzó a Montevideo y consultado por Búsqueda, poco antes del desfile, dijo que tenía con el nuevo presidente uruguayo “una historia común de lucha, de muchos años de lucha, de persecuciones, de cárceles que hemos sufrido. Y agregó: “Cuando veo al pueblo uruguayo aquí, con esta alegría, creo que este cielo es diáfano.”

    El cielo despejado no demoró mucho en oscurecerse. La decisión de Vázquez de autorizar la puesta en marcha de la pastera finlandesa Botnia en Fray Bentos (la española Ence, que iba a emplazarse cerca postergó el proyecto), cuyas negociaciones había comenzado Batlle, tensó las relaciones al punto que Vázquez repitió la táctica colorada de la década de 1950 y apeló a Estados Unidos para regocijo de la oposición y tensión en su propio partido.

    La actitud adoptada por Brasil, con Inácio Lula da Silva al frente, dejó en claro que el país norteño privilegia su relación con Argentina.

    La llegada del presidente José Mujica, con un estilo de más cercanía y afinidad con el proyecto de la “barra” kirchnerista, en teoría iba a mejorar las cosas. Ya antes de asumir, Mujica viajó a Argentina y se entrevistó con algunos piqueteros haciendo gala de su mejor estilo. El fallo de la Corte de La Haya trajo el desbloqueo de los puentes, pero la Cancillería uruguaya siguió cargando con una larga lista de 27 ítems en cinco áreas: energía, navegación, asuntos comerciales y salud, además de los emergentes del propio dictamen internacional.

    Un síntoma de que Mujica comenzó a percibir que las cosas con la presidenta Cristina Fernández no serían tan fáciles como se prometía, se produjo cuando asistió a la reinauguración del Teatro Colón, en manos del entonces jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, desafiando a los Kirchner.

    Desafío 2016.

    Fuentes del Palacio Santos dijeron a Búsqueda que el gran desafío que tiene por delante Vázquez es mejorar las relaciones con Argentina para demostrar que los problemas fueron creados por los Kirchner y no por el Uruguay. Si persisten las circunstancias adversas entonces su situación se debilitará, dado que puede considerarse como un factor de obstáculo al mejor relacionamiento. En un entorno no muy favorable desde el punto de vista económico, necesita que las relaciones se normalicen cuanto antes con Argentina. La pregunta, indicaron las fuentes, es hasta dónde está dispuesto Vázquez a pagar por este acercamiento más allá de las diferencias entre ambos.

    Para Vázquez, estiman algunos analistas, además del éxito de su gobierno, se estaría jugando también una renovada guerra interna con Mujica, el ex presidente que había comenzado con mucho optimismo para mejorar las cosas con Argentina antes de concluir que “la vieja es peor que el tuerto”, en ineludible referencia a la ex presidenta Cristina Fernández y su fallecido esposo.