N° 1971 - 31 de Mayo al 06 de Junio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHannah Arendt y Mary McCarthy se conocieron en Manhattan en 1944. La primera, filósofa alemana de origen judío. La segunda, escritora norteamericana de origen católico irlandés. Ambas pertenecientes a los círculos intelectuales y artísticos neoyorquinos, empezaron adultas una amistad que duraría toda la vida.
Al publicarse el intercambio epistolar entre ellas, con cartas que van de 1949 a 1975 (año de la muerte de Arendt), The New York Times reseñó: “Es uno de los diálogos más inteligentes que se han dado en el siglo XX”.
Parte de esa inteligencia puede descubrirse en el fragmento de una de esas cartas, referida a las revueltas del Mayo francés. Mary McCarthy estaba en París durante mayo de 1968. Vivió activamente lo que pasaba y el 18 de junio escribió una carta a su íntima amiga donde le contaba:
“El (teatro) Odeón fue maravilloso. Ahora se terminó, es evidente que no podía durar. Dicen que en los últimos días se había transformado en un espectáculo para turistas; en mi opinión, no tanto como pensaban los estudiantes indignados. Sin embargo, ir al Odeón después de cenar o el domingo por la tarde se había convertido en el ‘programa’ obligado, muchos de los que fueron quedaron muy afectados. El grupo que había ocupado el Odeón era más anarquista, en el sentido libertario, de los grupos dominantes de La Sorbona. La liberté de parole fue respetada increíblemente; discutían personas de toda edad y condición: jóvenes obreros, hombres de negocios, un coronel del Ejército, maestros, mozos de café, amas de casa jóvenes y bonitas. Muchos de ellos habrían tenido miedo —y con razón— de meter la nariz en La Sorbona, donde o bien se hacía callar a gritos a los que expresaban su desacuerdo, o bien (según tengo entendido) los echaban. Lo extraordinario en el Odeón fue la capacidad de los jóvenes para mantener el orden, sin asomo de fuerza, y permitiendo a la vez una total libertad”.
Quisiera rescatar tres aspectos de la cita. En primer lugar, es una carta escrita en y desde el Mayo francés, no contiene una elucubración erudita, sino que Mc Carthy es testigo y conversa con una amiga, tan preocupada como ella, sobre el destino de Europa y Occidente en esos años. La franqueza del intercambio epistolar privado puede ayudarnos a tener una percepción más vital de lo que fueron aquellas semanas intensas.
En segundo lugar, el texto manifiesta que lo más valioso de los movimientos políticosociales no es lo que está a primera vista. No hay que ver dónde apuntan las cámaras sino lo que queda fuera del encuadre, en este caso, el teatro del barrio latino parisino y no la prestigiosa universidad. Mientras en La Sorbona los estudiantes pintan la pancarta con la imaginación al poder, en el Odeón pide la palabra el mozo del bar que en un rato va a servir café, probablemente a los mismos universitarios que escuchan o gritan en el Aula Magna. Además, en una experiencia autogestionada de orden y convivencia.
En tercer lugar, repárese en la perspicacia política de McCarthy cuando escribe: “Es evidente que no podía durar”. Conviene detenerse en esa afirmación. ¿Por qué no iban a durar esos encuentros? ¿Cómo sabía ella que se estaba viendo algo efímero? La razón es la siguiente: solo con entusiasmo no se hace política. Es cierto que necesitamos esa chispa de frenesí que da la movilización social, pero enseguida debe acompañarse de proyecto, marco lógico, burocracia, pulseadas concretas. De lo contrario, se convierte en espectáculo o se disuelve.
El Mayo francés se deshizo cuando el presidente De Gaulle llamó a elecciones anticipadas. La sociedad de consumo siguió creciendo y el desencanto empezó a ganar las mentes intelectuales francesas que poco antes iban a cambiar el mundo. Con la misma rapidez que se entusiasmaron en mayo se rindieron en julio. Posmodernidad. La realidad como algo que apesta. Todo es poder, todo es simulacro, todo es una mentira que flota en el vacío. (Ya sé que todo esto hay que matizarlo, pero no justamente en el contexto combativo del Mayo francés).
Pertenezco a la generación que creció con profesores y maestros que a su vez crecieron en ese contexto de “la imaginación al poder”. Nos legaron una nostalgia donde el pasado siempre fue mejor y el presente la prueba de aquello que podría haber sido y no fue. Eran mejor en tiempos del Che; era mejor cuando luchábamos comprometidos; era mejor cuando había vacas gordas; era mejor cuando podíamos jugar de igual a igual; era mejor cuando no había tanta droga; era mejor cuando los jóvenes eran respetuosos de los adultos; era mejor cuando los políticos eran menos corruptos... La estructura de todas estas afirmaciones es idéntica: el presente se explica solo como corrupción del tiempo pasado. Ese pasado idealizado es muchas veces aquel que proyectaba París en mayo de 1968.
El desafío es quebrar este mecanismo. Volver a la política como arma de la buena vida, sin dependencia exclusiva de los dictados económicos ni sostenida meramente en el entusiasmo naïf. Lograr esto, día a día, es el mejor homenaje que se puede hacer a los ciudadanos que se arrimaban al teatro Odeón para escuchar, hablar y escudriñar cómo se cambia el mundo.