Nº 2214 - 23 de Febrero al 1 de Marzo de 2023
Nº 2214 - 23 de Febrero al 1 de Marzo de 2023
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo siempre es fácil darse cuenta de cómo las convicciones políticas concretas suelen referirse a algún concepto más o menos abstracto que se mueve allá atrás, como telón de fondo. No siempre es sencillo porque muchas veces nuestro interés por la política, entendida como discusión pública y pacífica sobre aquello que consideramos buena vida, no va más allá del interés de quien va al súper y tiene que elegir una lata de atún para llevar a casa y comérsela en la cena.
Lo que se hace al ir al súper es mirar la oferta y, tras una rápida recorrida por la góndola de las latas y sus opciones (en aceite, al natural, en trozos, en lomos, grated, etc.) se elige una de ellas y se pasa a la siguiente cosa. Con la política partidaria muchas veces hacemos lo mismo. Y, como en el caso del atún, no nos ponemos a mirar si tal o cual político tiene trazabilidad, si tiene un pasado así o asá, de dónde vienen sus ideas, qué implicaciones tiene lo que está diciendo. También, como suele ocurrir con el atún, que no miramos su país de procedencia, con muchas ideas políticas no miramos su origen, sus categorías. Nos quedamos con el discurso inmediato, muchas veces sin interrogar el contenido profundo de lo que se dice, especialmente cuando se trata del griterío partidario.
¿Estoy diciendo con esto que los políticos mienten o que dicen una cosa cuando piensan otra? No. Aunque en ocasiones eso es efectivamente así, los políticos mienten y dicen cosas que no son parte de sus convicciones, lo que estoy señalando es que todo discurso político siempre es parte de un cuerpo de ideas más amplio y más rico de lo que se podría pensar al escuchar a un político en campaña. Que los partidos tienden a instrumentalizar y simplificar sus ideas de base hasta el nivel de la consigna, el pasacalle y, en casos extremos, el discurso barricada. Y que más allá de esa simplificación, esas ideas tienen implicaciones profundas para nuestras vidas en el largo plazo.
Imagínese un partido político que crea que sus ideas se insertan dentro de un continuo que necesariamente nos va a llevar a determinado tipo de sociedad. Esto es, que los distintos sistemas políticos que conocemos son parte de un mismo flujo que va desde A hasta D, pasando de manera necesaria por B y C. Como si se tratara de biología o de física, ese partido cree que las “leyes históricas” existen y que esas leyes hacen que los procesos sociales ocurran necesariamente, siempre y de cierta manera. Esa suerte de determinismo histórico fue moneda corriente en muchos partidos políticos progresistas de matriz marxista. Dicho a lo bruto, Marx consideraba que los distintos sistemas socioeconómicos se sucedían de manera necesaria y, temprano o tarde, resultaban inexorables.
Años después, luego de los totalitarismos del siglo XX, en plena Guerra Fría, con todo el potencial destructivo de las armas nucleares como marco y amenaza constante, otros pensadores fueron capaces de cuestionar la “necesidad” de las cosas en la historia. Más aun, se animaron a decir que, en el terreno social y humano, las cosas eran contingentes, según la primera definición que da la RAE de la palabra: “Que puede suceder o no suceder”. Es verdad que mucho de lo que diría, por ejemplo, el sociólogo Daniel Bell en su clásico de 1976, Las contradicciones culturales del capitalismo, había sido adelantado por Max Weber décadas antes. Pero no sería hasta el advenimiento de neoconservadores como Bell o posmodernos como Jean-François Lyotard, que lo que hasta entonces era una sospecha sobre el carácter dogmático de cierto positivismo, se lanzara a cuestionar de manera abierta y constante ese determinismo histórico, esa necesidad de acercarse a las leyes de las ciencias exactas y naturales. Una necesidad que nutrió buena parte del ideario político partidario occidental.
Esta idea, la de que los procesos sociales ocurren de manera inexorable, sigue siendo popular a nivel de la ciudadanía. Pese a que esa certeza ha sido cuestionada también por la realidad misma, es tanta la distancia que existe entre las ideas de fondo y los discursos partidarios, que la contradicción puede pasar indetectada durante décadas, incluso en partidos que son o han sido gobierno. Por eso un votante X puede creer en el progreso y al mismo tiempo no creer en la posibilidad del libre albedrío, entendido como la posibilidad de decisión del individuo. Después de todo, si ese progreso es un proceso que se inscribe dentro de una ley histórica inexorable, es irrelevante si el individuo tiene o no posibilidad de hacer algo por su cuenta. Si nuestro camino está determinado por una “necesidad histórica”, nuestras acciones individuales siempre estarán enmarcadas por esa “necesidad”.
De ahí que quienes creen que los individuos no son jamás responsables de sus actos sino mero reflejo de su circunstancia colectiva, sin saberlo se sitúan muy cerca de los religiosos que creen que todo es parte de algún plan divino. Con un agravante: al reducir a la persona a la circunstancia, le sacan desde el exterior (quien emite ese discurso se coloca, gracias a su ideología, por fuera del mecanismo que describe) la posibilidad de agenciarse, de construir una agenda propia. Se proclaman entonces empoderamientos que son desmentidos al instante por esa convicción determinista y colectivista. El empoderamiento en ese caso es simplemente asumir la agenda y la agencia que propone tal o cual partido.
El ejemplo puede sonar intrincado y de hecho lo es. Es una pena, pero la realidad es compleja y no es culpa de nadie que sean justo estas las cosas que suelen latir detrás de las más pedestres declaraciones partidarias que leemos en la prensa cada día. Por eso es importante tener presente que detrás de todo lo que se gritan los partidos, detrás de cada plato que unos y otros se arrojan a la cabeza, laten ideas que son más complejas que ese ruido. Y que, si la política nos interesa un poquito más que una lata de atún, más nos vale intentar descifrar cuáles son las ideas profundas que se están planteando en medio de las ramplonerías habituales de nuestros políticos. Y que muchas de esas ideas de fondo implican tomar postura sobre la libertad, la democracia, nuestra vida en común y los métodos pacíficos que nos damos para dilucidar ese camino entre todos.
Last but not least, que esto nos sirva para entender también que, dado que nuestro camino no está predeterminado por ninguna ley histórica ni por la necesidad, cada uno de los pasos que damos es de alguna forma un paso en el vacío. Y que cada vez que descalificamos el sistema democrático liberal en su conjunto, nos adentramos en ese sendero de escasas garantías. Y que, por eso, hay que ser muy cuidadoso a la hora de cuestionar a, por ejemplo, la Justicia o cualquiera de los poderes del Estado. Digo la Justicia porque suele ser cartón ligador habitual en las declaraciones partidarias, especialmente cuando decide algo que no es del agrado de esos partidos. La democracia es un camino contingente, frágil y mucho más valioso que una lata de atún. No la tratemos, otra vez, como si fuera el más vulgar grated.