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    Una mujer delante

    Mucho se habla de la educación pero también mucho se calla sobre la feminización docente. Hoy, la profesión de enseñar la ejercen las mujeres.

    Antes era un clásico en la enseñanza primaria: las dulces maestras fueron en nuestra cultura un doppelganger de madres que recibían flores el día de la primavera.

    La educación secundaria también se fue feminizando a pasos gigantes. Asomarse a cualquier coordinación docente en un liceo muestra un compacto conglomerado de mujeres de todas las edades, por lo general vestidas modestamente y con ojeras profundas por el pluriempleo y la doble jornada.

    En esas reuniones, los profesores hombres se cuentan con los dedos de una mano. Asimismo, los institutos de formación docente tienen un alumnado básicamente femenino, con excepción de algunas materias.

    (Una vez escuché atentamente un informe sobre la Unión Soviética. En ese régimen, la educación tenía gran trascendencia y las mujeres oportunidades igualitarias de estudio. Así, con los años, la carrera de Medicina fue prácticamente cooptada por las mujeres. ¡Pero al tiempo las doctoras rusas se encontraron con que ser médico no era tan prestigioso como antes! Y entonces los salarios disminuyeron).

    Toda la sociedad está hoy enzarzada en problemas lingüísticos que atañen a vocablos como “femicidio”, “uruguayas y uruguayos”, “tod@as”, y poco se menciona el descrédito y la pauperización de los trabajos realizados por mujeres. Nadie se plantea por qué las docentes son llamadas “profe”.

    ¿Es por amor?

    Los bajos salarios, las duras condiciones de trabajo, el escaso respeto hacia los docentes, huelen a trabajo realizado por mujeres.

    Y se sabe, aunque esto se dice por lo bajo, que en los colegios privados se prefiere contratar a un profesor hombre que a una mujer. Una colega me dijo que en su colegio el pene forma parte del currículum.

    El desprecio por la educación —ejercida por mujeres en su mayoría— es visible en muchos avisos publicitarios. La publicidad —ejercida por hombres en su mayoría—, ya nos tiene habituados a sus idílicas imágenes de amas de casa perfectas que hacen las delicias de los desayunos y las cenas de familias de aspecto nórdico, psicológicamente estables, funcionales. También a formidables axilas masculinas que exhalan potentes aromas que frenetizan a bellas muchachas.

    Pero ahora se han ensañado con la educación. Un anuncio grita que empiezan las clases y un coro responde con abucheos y consignas contra los libros.

    Otro dice dar una noticia buena y una mala. La buena es que al comenzar las clases los padres se sacarán los chicos de encima. La mala es que habrá que gastar plata en libros. ¡Cuánto desprecio por las mujeres que piden leer dos paginitas para la próxima clase! ¡Por las estudiantes que quieren ser profesoras o maestras!

    En este Uruguay progresista, las mujeres de la enseñanza son castigadas. Desvalorizadas. Ignoradas. Van a dar batalla con un palito.

    Que no es una tiza. Es un caro marcador de pizarra que deben comprar de su bolsillo.